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El tragó aire súbitamente; era el primer resquicio en sus defensas.

Peter siguió hablando como si nadie le hubiese interrumpido.

– Así que Tregiere murió. Pero sabíamos que Warshawski era detective. Y su reputación es bastante buena, así que me dejé caer y le eché un vistazo. Joven médico atractivo, con montones de dinero… cantidad de mujeres se volverían locas y puede que ella también. Además, Alan seguía sin tener las notas en su poder. Puede que Tregiere se las hubiese dado a ella cuando salieron juntos de Friendship. Era bastante fácil registrar su apartamento mientras dormía.

Volvió hacia mí unos ojos que eran como agujeros negros de desesperación.

– Me gustabas, Vic. Hubiese podido enamorarme de ti si no llevara sobre mis hombros el peso de una muerte. Me di cuenta de que empezabas a sospechar, y yo no soy muy bueno disimulando, así que me aparté de ti. Y además, estaba todo el asunto de los archivos de IckPiff…

Su voz se desvaneció. Yo hice una inspiración profunda para relajar la tensión de mi garganta.

– Está bien, Peter. Ya sé todo eso. Alan se puso en contacto con Monkfish y le convenció de que organizase una manifestación antiabortista ante la clínica de Lotty. Tenía algún cómplice entre el gentío para que entrase a buscar la carpeta de Consuelo. Tú no podías saber que el consejero legal de Friendship, Dick Yarborough, era mi ex marido. Yo sabía que Monkfish no podía permitirse pagar a Dick y me quise enterar de quién le estaba pagando para sacarle del lío de la destrucción de la clínica de Lotty.

Humphries, al ver que Peter se había distraído, hizo un movimiento para marcharse de su silla.

Rawlings sacó su revólver y le indicó que volviese a sentarse.

– Deje acabar al doctor, tío. Así que mandó usted a Sergio a forzar el apartamento de Warshawski para llevarse los archivos, ¿eh? Y al viejo que vive abajo le rompieron la cabeza, pero afortunadamente no murió. Todo eso ya nos lo sabemos. Pero ¿qué pasó con Fabiano? ¿Cómo es que lo mataron?

– Oh, eso -Peter bajó la vista hacia el revólver que tenía en la mano-. Alan le había pagado para hacerle callar. Pensamos que cinco mil dólares eran más dinero del que nunca conseguiría tener, y que no se le ocurriría demandarnos. Pero se hartó de que los hermanos de su mujer, y también Vic, le asediaran. Todo el mundo sabe que ella es íntima de la doctora Herschel, y que la enfermera de la doctora Herschel es la hermana de la chica muerta. Así que cualquiera que quisiera llegar hasta Vic o la familia Alvarado podía hacerlo a través de la doctora Herschel, ¿no?

Rawlings y yo asentimos sin hablar.

– Así que Fabiano llevó adelante su demanda contra la doctora Herschel por negligencia al atender a su mujer mientras estaba embarazada. Pensaba mantener su palabra y dejar a Friendship fuera del asunto. Para lo rata que era, al menos tuvo el suficiente sentido del honor como para eso. Pero una vez que se pone en marcha un proceso así, ya no se controla. Naturalmente, el abogado encontró en seguida dónde estaba el fondo del asunto. En Friendship.

»Así que recibimos nuestra citación. Y Alan perdió la cabeza. Me encargó que consiguiera el número del revólver de Vic y se fue a comprar otro igual. Luego se fue a buscar a Fabiano a su bar favorito para tener con él una charla amistosa y paternal. Yo le acompañé. Y él le puso al chico el brazo por los hombros y le disparó en la cabeza. Naturalmente, se quedó con el casquillo. Se imaginaba que la policía sabría que Vic iba a salir en defensa de la doctora Herschel, y que si descubrían que habían matado a Fabiano con una bala de su revólver la detendrían.

»Me dio el revólver para que lo guardase. Al fin y al cabo él tiene en casa a una mujer y a unos niños. No se puede tener un revólver tirado por ahí; no es seguro, ¿verdad, Alan? -movió el revólver hacia Humphries y se rió un poco.

Rawlings se aclaró la garganta y empezó a decir algo acerca de evidencias forenses, pero luego se lo pensó mejor.

– Vale, doctor. No quería usted hacerle a Warshawski ningún daño. Le habría llevado flores a la cárcel y le habría conseguido un buen abogado. Puede que el viejo ricachón de su marido. Y ahora me temo que tendré que pedirle que me dé el revólver. Es una prueba en un caso de asesinato, ¿sabe usted?, y necesito llevármelo a Chicago conmigo.

Hablaba en un tono tranquilo y persuasivo, y Peter volvió su mirada soñadora hacia él.

– Ah, sí, el revólver, detective -lo alzó y lo miró fijamente. Antes de que yo me diese cuenta de lo que estaba haciendo, se lo llevó a la sien y disparó.

XXXIII

Sabueso de luto

El zumbido del revólver vibró en la habitación. El lugar se llenó con el olor de la pólvora quemada, y la sangre. Puede que tengamos el olfato atrofiado para oler la sangre, pero podemos verla. Verla. Un estallido púrpura brillante sobre el escritorio. Las esquirlas blancas son huesos. Y la masa oscura y blanda que asoma entre los cabellos es el cerebro.

– No puede desmayarse ahora, señora W. Tenemos un trabajo que acabar.

Una fuerte mano negra me sujetó la cabeza y me obligó a inclinarme, a meter la cabeza entre las piernas. El zumbido fue desapareciendo de mis oídos. La náusea que me subía por la garganta retrocedió. Me puse de pie lentamente, intentando evitar el escritorio. Murray se había acercado a la ventana, donde permanecía de espaldas a la habitación, con sus anchos hombros encogidos. Humphries se levantó vacilando.

– Pobre Peter. No se perdonó a sí mismo el no haber podido salvar la vida de aquella pobre chica. Llevaba una temporada sin dejar de hablar de ello, diciendo cosas sin sentido. Estuvimos muy preocupados por él. No se ofenda, señora Warshawski, pero no creo que le viniera muy bien verla a usted mucho; le recordaba a la chica, al bebé y a los problemas de la doctora Herschel de un modo malsano.

Se miró la muñeca.

– No quiero parecer insensible, pero he de volver al hospital; trataré de dar la noticia al personal del mejor modo posible y ver si puedo conseguir que alguien se ocupe de los pacientes de Peter durante las próximas semanas.

Rawlings fue hacia la puerta, bloqueando la salida.

– Me parece que es usted el que está hablando sin sentido, señor Humphries. Tenemos que irnos juntos a Chicago para charlar un poco.

Las cejas de Humphries se elevaron hasta su bien peinado cabello.

– Si necesita que le firme alguna declaración, oficial, dictaré una esta tarde y se la mandaré a mi abogado. Con el suicidio de Peter vamos a estar sometidos a grandes tensiones. Tengo que hablar con mi secretaria; los dos tendremos que quedarnos a trabajar durante el fin de semana seguramente.

Rawlings suspiró un poco y sacó un par de esposas.

– No me entiende, señor Humphries. Le estoy deteniendo por planear el asesinato de Malcolm Tregiere y por el asesinato de Fabiano Hernández. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en el tribunal. Tiene derecho a hablar con un abogado para que le dé consejo legal antes de que le hagamos ninguna pregunta, y a que esté presente durante el interrogatorio. Tiene derecho…

Humphries, que forcejeaba mientras Rawlings le ponía las esposas con las manos a la espalda, bramó:

– Se arrepentirá de esto, oficial. Haré que su superior le expulse del cuerpo.

Rawlings miró a Murray.

– ¿Está tomando notas, Ryerson? Me gustaría tener un informe literal de todo lo que el señor Humphries tenga que decir. Creo que entre los cargos incluiré amenazas a un oficial de policía en cumplimiento de su deber.

»Creo que será mejor que informe a la policía local que hay un hombre muerto aquí, para que vengan a hablar con nosotros antes de que volvamos a la ciudad.