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El señor Contreras me miraba preocupado.

– La vida sigue, muñeca. Cuando Clara murió, yo pensé, chico, ya está. Y habíamos estado casados durante cincuenta y un años. Sí. Nos hicimos novios en el colegio. Claro, yo lo dejé, pero ella quiso terminar y esperamos a casarnos hasta que ella acabó. Y tuvimos nuestras peleas, cielo, peleas como no habrás visto nunca. Pero también lo pasamos muy bien.

»Eso es lo que necesitas, muñeca. Necesitas a alguien con quien te puedas pelear, pero lo bastante bueno como para hacértelo pasar bien. No como ese ex tuyo. No entiendo cómo te fuiste a casar con un tipo semejante. No, ni ese médico tampoco. Te dije que era una insignificancia. Te lo dije la primera vez que le eché la vista encima…

Yo me tensé. Si creía que para mí era un problema no tener un marido… Puede que estuviese agotada. Demasiada ciudad, demasiado tiempo perdido en las cloacas con gente como Sergio y Alan Humphries. Puede que tuviese que retirarme del negocio detectivesco: vender mi licencia, retirarme a Pentwater… Intenté imaginarme a mí misma en esta diminuta ciudad, con doce mil habitantes que conocen todos los asuntos de los demás. Un cuarto de Black Label al día lo haría soportable. La idea me hizo soltar una carcajada.

– Muy bien, muñeca. Tienes que saber reírte de ti misma. Quiero decir que si yo me hubiese puesto a llorar por cada error que cometí, ahora mismo estaría ahogado. Y mira el lado bueno. Tenemos un perro. Al menos, tú tienes un perro, pero ¿quién lo va a sacar y le dará de comer mientras tú estás fuera todo el día? Me hará compañía. Mientras no se haga pis en mis tomates, ¿eh, chica?

Cuando Peppy se dio cuenta de que le hablaba a ella, dejó caer el palo que llevaba en la boca para ir a lamerle la mano. Luego dio un salto para volver a coger el palo, y lo dejó caer junto a mí, haciendo un gran círculo dorado con su cola contra el sol. Me empujó con su hocico húmedo, golpeándome con la cola para asegurarse de que yo me estaba enterando. Me levanté. Mientras la perra danzaba en éxtasis, yo recogí el palo y lo lancé hacia el sol poniente.

Sara Paretsky

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