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Pasó ya Sebastiana María de Jesús, pasaron todos los demás, dio vuelta entera la procesión, fueron azotados quienes este castigo tuvieron por sentencia, quemadas las dos mujeres, una agarrotada, primero por haber declarado que quería morir en la fe cristiana, la otra asada viva por contumacia hasta en la hora de morir, ante las hogueras se armó un baile, danzan hombres y mujeres, el rey se ha retirado, vio, comió y anduvo, con él los infantes, se recogió en palacio en su coche tirado por seis caballos, guardado por su guardia, la tarde va bajando con rapidez pero el calor sofoca aún, sol de garrote, sobre el Rossío caen las grandes sombras del convento del Carmen, bajan a las mujeres muertas sobre los tizones para que se acaben de consumir, y cuando sea ya noche, serán esparcidas sus cenizas, ni el Juicio Final las sabrá juntar, y la gente volverá a su casa, rehechos todos en su fe, llevando pegada a la suela de los zapatos alguna motita fuliginosa, pegajosa polvareda de carnes negras, sangre quizás aún viscosa si en las brasas no se ha evaporado. El domingo es el día del Señor, verdad trivial ésta, porque de Él son todos los días, y a nosotros nos vienen consumiendo los días si en nombre del mismo Señor no nos consumen más de prisa las llamas, con duplicada violencia, que es la de quemarme cuando por mi razón y voluntad recusé a dicho Señor huesos y carne, y el espíritu que me sustenta el cuerpo, hijo de mí y de mí, cópula directa de mí conmigo mismo, infuso del mundo sobre el rostro escondido, igual al mostrado y por eso ignorado. No obstante, es preciso morir.

Frías habrán parecido, a quien cerca estuviese, las palabras dichas por Blimunda, Ahí va mi madre, ni suspiros ni lágrimas ni siquiera el rostro compasivo, que aun así no faltan éstos en el pueblo, pese a tanto odio, a tanto insulto y escarnio, y esta que es hija, y amada como se vio por el modo como la miraba la madre, no tuvo más que decir sino, Ahí va, y luego se volvió hacia un hombre a quien nunca había visto, y le preguntó, Cuál es su gracia, como si contara más saberlo que el tormento de los azotes después del tormento de la cárcel y de los malos tratos, y que la cierta certeza de ir Sebastiana María de Jesús, ni el nombre la ha salvado, desterrada a Angola, para quedarse allí, quién sabe si consolada espiritual y corporalmente por el padre Antonio Teixeira de Sousa, que mucha práctica lleva de aquí, y menos mal, para que el mundo no sea tan desgraciado e incluso cuando ya se tiene garantizada la condena por toda la eternidad. Pero, ahora, en su casa, lloran los ojos de Blimunda como dos fuentes de agua, si vuelve a ver a su madre será en el embarque, pero de lejos, más fácil es que un capitán inglés dé suelta a un rebaño de mujeres de mala vida que el que una hija bese a su madre condenada, acercar una mejilla a otra mejilla, la piel suave, la piel floja, tan cerca, tan distante, dónde estamos, quiénes somos, y el padre Bartolomeu Lourenço dice, Nada somos ante los designios del Señor, si Él sabe quién somos, confórmate, Blimunda, dejemos a Dios el campo de Dios, no atravesemos sus fronteras, adorémoslo desde este lado de acá, y hagamos nuestro campo, el campo de los hombres, que estando hecho ha de querer Dios visitarnos, y entonces sí será el mundo creado. Baltasar Mateus, el Sietesoles, está callado, sólo mira fijamente a Blimunda, y cada vez que ella lo mira siente él una crispación en la boca del estómago, porque ojos como éstos jamás los había visto claros cenicientos, o verdes, o azules, que con la luz de fuera varían o con el pensamiento de dentro, y a veces se vuelven negros nocturnos o blancos brillantes como lascado carbón de piedra. Vino a esta casa, no porque le dijeran que viniese, pero Blimunda le había preguntado su nombre y él le había respondido, no era precisa mejor razón. Terminado el auto de fe, barridos los restos, Blimunda se retiró, el cura fue con ella, y cuando Blimunda llegó a su casa dejó la puerta abierta para que Baltasar entrara. Él entró y se sentó, el cura cerró la puerta y encendió una candela a la última luz de una rendija, bermeja luz de poniente que llega a este alto cuando ya en la parte baja de la ciudad oscurece, se oye gritar a unos soldados en las murallas del castillo, si fuera otra la ocasión, Sietesoles recordaría la guerra, pero ahora sólo tiene ojos para los ojos de Blimunda, o para el cuerpo de ella, que es alto y delgado como el de la inglesa con quien, despierto, soñó en el mismo día en que desembarcó en Lisboa.

Blimunda se levantó del tajuelo, encendió lumbre en la lar, puso sobre la trébede una cacerola de sopas y cuando hirvió, echó una parte en dos cuencos hondos que sirvió a los hombres, todo esto lo hizo sin hablar, no había vuelto a abrir la boca desde que preguntó, cuántas horas hace, Cuál es su gracia, pese a que el cura fue el primero en acabar de comer, esperó a que Baltasar terminase para servirse de la cuchara de él, era como si, callada estuviese respondiendo a otra pregunta, Aceptas para tu boca la cuchara de que se ha servido la boca de este hombre, haciendo suyo lo que era tuyo, volviendo ahora a ser tuyo lo que fue de él, y eso tantas veces hasta que se pierda el sentido de lo tuyo y lo mío, y como Blimunda ya había dicho que sí antes de ser preguntada, Entonces, os declaro casados. El padre Bartolomeu Lourenço esperó a que Blimunda acabara de comer las sopas que quedaron, le echó la bendición, cubriendo con ella persona, comida y cuchara, el regazo, la lumbre, la candela, la estera del suelo, el muñón de Baltasar. Luego, se fue.

Durante una hora se quedaron los dos sentados, sin hablar. Sólo una vez se levantó Baltasar para echar leña al fuego que iba decayendo, y una vez espabiló Blimunda la candela que estaba agonizando la luz, y entonces, siendo tanta la claridad, ya pudo Sietesoles decir, Por qué me preguntaste el nombre, y Blimunda respondió, Porque mi madre lo quiso saber y quería que yo lo supiera, Cómo lo sabes, si con ella no pudiste hablar, Sé que sé, no sé cómo sé, no hagas preguntas a las que no puedo responder, haz como hiciste, viniste y no preguntaste por qué, Y ahora, Si no tienes dónde vivir mejor, quédate aquí, He de ir a Mafra, tengo allá familia, Mujer, Padres, y una hermana, Quédate mientras no vayas, siempre tendrás tiempo de partir, Por qué quieres que me quede, Porque es preciso, No es razón que me convenza, Si no quieres quedarte, vete, no te puedo obligar, No tengo fuerzas que me lleven de aquí, me has echado un hechizo en el cuerpo, No eché tal, no dije una palabra, no te toqué, Me miraste por dentro, juro que nunca te miraré por dentro, Juras que no lo harás y ya lo has hecho, No sabes de qué hablas, no te miré por dentro, Si me quedo, dónde duermo, Conmigo.