Andando y conversando llegaron a las caballerizas de un acemilero, en la Puerta de Corpo Santo. El cura alquiló una mula, subió al albardón, Voy a San Sebastián da Pedreira a ver mi máquina, quieres venir conmigo, la mula puede con los dos, Iré, pero a pie, que el camino es de la infantería, Eres hombre natural, ni cascos de mula ni alas de passarola, Es así como se llama su máquina, preguntó Baltasar, y el cura respondió, Así le han llamado por desprecio.
Subieron a San Roque, y luego, contorneando el cerro de las Tapias, bajaron por la Plaza de la Alegría hasta Valverde. Sietesoles acompañaba sin dificultad la andadura de la mula, sólo en terreno plano se dejaba atrasar un poco, para luego recuperar en la próxima cuesta, tanto en bajada como en subida. Pese a no haber caído gota de agua desde abril, y siendo ya pasados cuatro meses, estaban lozanos los campos más allá de Valverde, por vía de muchas fuentes perennes, encaminados los manantiales al cultivo de hortalizas, que eran allí abundantes, a las puertas de la ciudad. Pasado el convento de Santa Marta y ante el de Santa Juana Princesa, se alargaban las tierras de olivar, pero incluso allí se implantaban cultivos hortícolas, y si no brotaban por allí las fuentes naturales, suplían su falta los cigoñales de sacar agua, alzando sus altos pescuezos, y circulaban los burros en la noria, con los ojos tapados para que creyeran caminar derecho, no sabiendo, como sabían los dueños, que también andando derecho acabarían llegando al mismo sitio, porque el mundo también es una noria y son los hombres quienes, andando en él, lo mueven y hacen andar. Aunque aquí no esté ya Sebastiana María de Jesús para ayudar con sus revelaciones, es fácil ver que, faltando los hombres, el mundo se pararía.
Cuando llegaron al portalón de la quinta, donde no está el duque ni criados suyos, pues los bienes de él fueron unidos a los de la corona, y ahora corren autos del proceso para restituirlos a la casa de Aveiro, pero son lentas las justicias, y entonces volverá el duque de la España donde vive y donde es duque también, pero de Baños, al llegar, decíamos, se apeó el cura, sacó una llave del bolsillo y abrió el portón como si estuviera en su casa. Hizo entrar la mula, que llevó a una sombra, le metió al hocico un saquete de paja y habones, y allí la dejó, aliviada de carga, sacudiendo con el rabo tábanos y moscas, excitados por el manjar que les llegaba de la ciudad.
Estaban cerradas todas las puertas y ventanas del palacio, y la finca abandonada, sin cultivo. A un lado del patio espacioso había un granero, o lugar para guardar los aperos, o bodega, estando vacío no se podía saber su uso, pues para granero faltaban trojes, para guardar los aperos tampoco, pues no se veían las argollas, y bodega no hay sin toneles. Esta puerta tenía un candado donde entraba una llave tan sinuosa como si estuviera escrita en arábigo. El cura retiró la tranca, empujó la puerta, al fin no estaba vacía la gran casa, se veían piezas de lona, barrotes, rollos de alambre, planchas de hierro, haces de mimbres, todo ordenado por especies, en buen orden, y, en medio, en el espacio desahogado, lo que parecía una enorme concha, toda erizada de alambres como un cesto que, a medio hacer, muestra las guías del entramado.
Baltasar entró tras el cura, curioso, miró alrededor sin entender lo que veía, tal vez esperara un globo, o unas alas de pardillo pero en grande, un saco de plumas, y no hubo cosa de la que no dudara, Conque es esto, y el padre Bartolomeu Lourenço respondió, Será esto, y abriendo un arca, sacó un papel, lo desenrolló, se veía el dibujo de un ave, la passarola sería, eso era Baltasar capaz de reconocerlo, y porque a la vista estaba que era el dibujo de un pájaro, creyó que todos aquellos materiales, juntos y ordenados en sus lugares competentes serían capaces de volar. Más para sí que para Sietesoles, que del dibujo no veía más que su semejanza con un ave, y ésta le bastaba, el cura explicó, primero en tono sereno, luego cada vez más animado, Esto que aquí ves son las velas que sirven para cortar el viento y se mueven según las necesidades, y aquí está el timón con que se dirigirá la barca, no al azar sino por medio de la ciencia del piloto, y éste es el cuerpo del navío de los aires a proa y popa en forma de concha marina, donde se disponen los tubos del fuelle para el caso de que falte el viento, como tantas veces sucede en el mar, y éstas son las alas, sin ellas, cómo se iba a equilibrar la barca voladora, y no te hablaré de estas esferas, que son secreto mío, bastará que te diga que sin lo que ellas llevarán dentro no volará la barca, pero sobre este punto aún no estoy seguro, y en este techo de alambre colgaremos unas bolas de ámbar, porque el ámbar responde muy bien al calor de los rayos del sol para el efecto que quiero, y esto es la brújula, sin ella no se va a ninguna parte, y esto son roldanas y poleas, que sirven para largar y recoger velas, como los barcos en la mar. Se calló un momento, y añadió, Y cuando todo esté armado y concordante entre sí, volaré. A Baltasar lo convencía el dibujo, no precisaba explicaciones, por la simple razón de que no viendo nosotros el ave por dentro, no sabemos qué es lo que la hace volar, y sin embargo vuela, porque, teniendo forma de ave, no hay nada más simple, Cuándo, se limitó a preguntar, No lo sé aún, respondió el cura, me falta quien me ayude, solo no puedo hacerlo todo, y hay trabajos para los que no basta mi fuerza. Se calló otra vez, y luego, Quieres venir tú a ayudarme, preguntó. Baltasar dio un paso atrás, estupefacto, Yo no sé nada, soy un hombre del campo, aparte de eso, sólo me enseñaron a matar, y así, tal como estoy, sin esta mano, Con esa mano y ese gancho puedes hacer lo que quieras, y hay cosas que hace mejor un gancho que la mano entera, un gancho no siente dolor si tiene que tirar de un alambre o sostener un hierro, ni se corta, ni se quema, y te digo que manco es Dios, e hizo el universo.
Baltasar retrocedió asustado, se santiguó a toda prisa, como para no dar tiempo al diablo a concluir su obra, Qué está diciendo, padre Bartolomeu Lourenço, dónde está escrito que Dios sea manco, Nadie lo ha escrito, no está escrito, pero yo digo que Dios no tiene mano izquierda porque es a su diestra, a su mano derecha, donde se sientan los elegidos, no se habla nunca de la mano izquierda de Dios, ni las Sagradas Escrituras, ni los Doctores de la Iglesia, a la izquierda de Dios no se sienta nadie, es el vacío, la nada, la ausencia, luego Dios es manco. Respiró hondo el cura, y concluyó, De la mano izquierda.
Sietesoles había escuchado con atención. Miró el dibujo y los materiales dispersos por el suelo, la concha aún informe, sonrió, y levantando un poco los brazos dijo, Si Dios es manco e hizo el Universo, este hombre sin mano bien puede atar la vela y el alambre que han de volar.
Pero cada cosa tiene su tiempo. Por ahora, y faltándole al padre Bartolomeu Lourenço el dinero preciso para comprar los imanes que, según él, han de hacer volar la passarola, imanes que, para colmo, han de venir del extranjero, está Sietesoles en el matadero del Terreiro do Paço, por empeño del mismo cura, cargando a cuestas piezas de carne, cuartos de buey, lechones a docenas, carneros a pares, que pasan de un gancho a otro, y en el tránsito dejan cascadas de sangre en la arpillera que le cubre las espaldas y la cabeza, es oficio sucio, pero compensado por algunas sobras, un pie de cerdo, mollejas o higadillos y, Dios queriéndolo y el humor del matarife, una tajada de los ijares, de los cuartos traseros o de pata, envueltos en una crespa hoja de col, para que Blimunda y Baltasar se alimenten un poco mejor de lo vulgar, quien parte y reparte, aunque no sea Baltasar el del reparto, de algo le ha de servir el arte.
Para Doña María Ana va llegando ya el tiempo. La barriga no le aguanta el crecimiento por mucho que dé de sí la piel, es una panza enorme, una nao de la india, una flota del Brasil, de vez en cuando manda el rey saber cómo va la navegación del infante, si se ve ya a lo lejos, si trae buen viento o si ha sufrido asaltos como los que sufren nuestras escuadras, que aún ahora, a la altura de las islas, tomaron los franceses seis naos mercantes nuestras y una de guerra, que todo esto y mucho más se podía esperar de los cabos que tenemos y de los convoyes que armamos, y ahora parece que van los dichos franceses a esperar al resto de nuestros barcos a la entrada de Pernambuco y de Bahía, si es que no están ya al acecho de la flota que debe haber salido de Río de Janeiro. Tantos han sido nuestros descubrimientos cuando había tierras por descubrir, y ahora nos pasan los otros a capa como a toros inocentes, sin arte de corneo, o sólo casualidad. A Doña María Ana llegan también estas noticias, malas cosas que siempre han ocurrido hace un mes, dos meses, cuando el infante aún era en su vientre una gelatina, un renacuajo, un cuerpecito cabezudo, es curioso cómo se forman un hombre y una mujer, indiferentes, allá dentro de su huevo, al mundo de fuera, y pese a todo a este mundo tendrá que enfrentarse, como rey o soldado, como fraile o como asesino, como inglesa en Barbadas o sentenciada en Rossío, alguna cosa siempre, que todo nunca puede ser, y nada menos aún. Porque, en fin, podemos huir de todo, pero no de nosotros mismos.