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Sin embargo no todo es tan deplorable para las navegaciones portuguesas. Llegó hace días la nave de Macao que se esperaba, habiendo salido de aquí veinte meses ha, que no hace tiempo ni nada, aún Sietesoles andaba en la guerra, e hizo feliz jornada pese a ser largo el viaje, que queda Macao mucho más allá de Goa, tierra de tantas bienaventuranzas, en China, que excede a todas las otras en regalo y riquezas, y los géneros todos a lo más barato que se puede, y tienen además lo favorable y sano de su clima, tanto que todo lo ignoran allí de achaques y dolencias, por eso no hay ni médicos ni cirujanos, y se muere sólo de viejo y desamparado de la naturaleza, que no siempre nos puede preservar. Cargó la nao en China todo lo rico y precioso que se halló, pasó por Brasil a hacer negocio y metió azúcares y tabacos, y mucha abundancia de oro, que para todo dieron los dos meses y medio que estuvo en Río y en Bahía, y en cincuenta y seis días de viaje llegó aquí, y fue cosa de milagro que en tan peligrosa y dilatada jornada no enfermó ni murió un solo hombre, que parece que de algo sirvió la misa cotidiana que acá se quedó diciendo por intención del viaje a Nuestra Señora de la Piedad de las Llagas, y ni erró el camino, ignorándolo el piloto, si tal cosa es creíble, con lo que ya andan diciendo que negocios buenos son los de la China. Pero, para que no todo sea perfecto, llegó noticia de haber estallado conflictos entre los de Pernambuco y los de Recife, que todos los días se dan allá batallas, algunas muy sangrientas, y llegaron al punto de plantar fuego a los cultivos, quemando todo el azúcar y el tabaco, que para el rey es pérdida muy considerable.

Dan, si cuadra, estas y otras noticias a Doña María Ana, pero ella está abúlica, indiferente, en su torpor de grávida, se las dan o se las callan, que da igual, y hasta de su primera gloria de haber fecundado no resta más que una tenue remembranza, pequeña brisa de lo que fue viento de orgullo, cuando en los primeros tiempos se sentía como aquellas figuras que se colocan en la proa de las naos y que no siendo las que más de lejos ven, para eso está allí el anteojo y está el vigía, son las que más hondo ven. Una mujer grávida, reina o del común, tiene un momento en la vida en que se siente sabia de todo saber, aunque intraducible en palabras, pero después, con el hinchar excesivo del vientre y otras miserias del cuerpo, sólo para el día de parir hay en ella pensamientos, no todos alegres, cuántas veces aterradas por agüeros, pero en este caso va a ser de gran ayuda la orden de San Francisco, que no quiere perder el prometido convento. Andan a porfía todas las congregaciones de la Provincia de la Arrábida diciendo misas, haciendo novenas, promoviendo oraciones, por intención general y particular, explícita e implícita, para que nazca bien el infante y en buenhora, para que no traiga defecto visible o invisible, para que sea varón, en quien alguna desgracia menor podría disculparse, si no ver en ella especial distinción divina. Pero, sobre todo, porque un infante macho daría mayor contento al rey. Don Juan V va a tener que contentarse con una niña. No siempre se puede tener todo, cuántas veces pidiendo esto se alcanza aquello, que ése es el misterio de las oraciones, las lanzamos al aire con una intención que es nuestra, pero ellas escogen su propio camino, a veces se retrasan para dejar pasar otras que habían partido después, y no es raro que algunas se aparejen, naciendo así oraciones mezcladas o mestizas, que no salen ni al padre ni a la madre que tuvieron, y a veces hasta se enfrentan, se paran en camino a debatir contradicciones, y por eso a veces se pide un chiquillo y aparece una niña, pero saludable y robusta y de buenos pulmones, como se ve por el griterío. Pero el reino está gloriosamente feliz, no sólo porque ha nacido el heredero de la corona y por las luminarias festivas que por tres días fueron decretadas, sino también, por que habiendo siempre que contar con los efectos secundarios que tienen las preces sobre las fuerzas naturales, pudiendo ocurrir incluso que den en grandes sequías, como esta que duraba ya ocho meses y sólo esta causa podía tener, que no se veía cuál podía ser otra, acabadas las oraciones dio en llover, y se dice ya que el nacimiento de la infanta trajo auspicios de felicidad, pues ahora la lluvia es tanta, que sólo Dios la puede estar mandando para alivio de la molestia que le causábamos. Ya andan labrando los labradores, van al campo incluso bajo la lluvia, crece la gleba de la tierra húmeda como salen los chiquillos de allá de donde vienen, y, no sabiendo gritar como ellos, suspira al sentirse desgarrada por el hierro, y se acuesta, lustrosa, ofreciéndose al agua que sigue cayendo, ahora muy mansa, casi polvareda impalpable, para que no se pierda la forma del barbecho, tierra encrespada para el amparo de la mies. Este parto es muy simple, pero no se puede hacer sin aquello que los otros primero requirieron, la fuerza y la simiente. Todos los hombres son reyes, reinas son todas las mujeres, y príncipes los trabajos de todos.

Pero no conviene perder de vista las diferencias, que son muchas. Llevaron la princesa a bautizar el día de Nuestra Señora de la O, día por excelencia contradictorio, pues está ya la reina libre de sus redondeces, y se observa que, finalmente, no todos los príncipes son príncipes por igual, como con mucha claridad muestra la pompa y solemnidad con que se dará nombre y sacramento a éste, o ésta, con todo el palacio y la capilla real armados de paños y oros, y la corte adornada de galas, que apenas se distinguen las facciones y los cuerpos bajo tanto aderezo de francias y atavíos. Salió el acompañamiento de la cámara de la reina hacia la iglesia, pasando por la sala de Tudescos, y detrás el duque de Cadaval, con su hopa rozando el suelo, bajo palio va el duque, y sostienen las varas, por distinción, títulos de primera grandeza y consejeros de Estado, y en los brazos del duque, quién va, va la princesa, enfajada de linos, cubierta de lazos, rebosada de cintas, y tras el palio la nombrada aya, que es la condesa de Santa Cruz vieja, y todas las damas de palacio, las hermosas y las que no lo son tanto, y al final media docena de marqueses y el duque hijo, que llevan las insignias de la toalla, del salero, de los óleos, y el resto, que para todos había.

Siete obispos la bautizaron, que eran como siete soles de oro y plata en los escalones del altar mayor, y le pusieron María Javiera Francisca Leonor Bárbara, todo con Doña delante, pese a ser aún tan pequeña, está en el regazo, babea y ya es Doña, qué hará cuando crezca, y lleva, para empezar, una cruz de brillantes que le ha dado su padrino y tío, el infante Don Francisco, que costó cinco mil cruzados, y el mismo Don Francisco mandó a la reina su comadre, como presente, una pluma de tocado, supongo que por galantería, y unos pendientes de brillantes, esos sí, de superlativo valor, cerca de veinticinco mil cruzados, es gran obra, pero francesa.