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Para ese día bajó el rey de su grandeza y majestad, y asistió, no detrás de celosías, sino público, y no desde su tribuna, sino desde la de la reina, en muestra del mucho respeto que le merecía, puesta así la feliz madre al lado del feliz padre, aunque en silla más baja, y por la noche hubo luminarias. Sietesoles bajó con Blimunda desde el alto del castillo para ver las luces y los adornos, el palacio armado todo con colgaduras, los arcos alzados por los gremios. Está más cansado que de costumbre tal vez por haber cargado tanta carne para los banquetes que festejaron el nacimiento y van a festejar el bautizo. Le duele la mano izquierda de tanto arrastrar, izar, tirar. El gancho descansa en la alforja que lleva al hombro, Blimunda le coge la mano derecha.

En un mes de estos que pasaron murió de santa muerte fray Antonio de San José. Salvo si se aparece en sueños al rey, ya no podrá recordarle la promesa, pero soseguémonos, a pobre no prestes, a rico no debas, a fraile no prometas, y Don Juan V es rey de palabra. Convento tendremos.

Duerme Baltasar en el lado derecho del jergón, desde la primera noche duerme ahí, porque es de ese lado su brazo entero, y, al volverse hacia Blimunda puede, con él, ceñirla contra sí, correr los dedos desde la nuca a la cintura, y más abajo aún si los sentidos de uno y otro despiertan en el calor y en la representación del sueño, o ya despertadísimos iban cuando se acostaron, que este matrimonio, ilegítimo por su propia voluntad, no sacramentado en la iglesia, cuida poco de reglas y respetos, y si a él le apetece, a ella le apetecerá, y si ella quiere, querrá él. Tal vez ande por aquí obra de otro más secreto sacramento, la cruz y la señal hechos y trazados con la sangre de la virginidad rasgada, cuando, a la luz amarilla del candil, estando ambos tumbados de espaldas, reposando, y, por primera infracción a los usos, desnudos como sus madres los parieron, Blimunda recogió de la yacija, entre las piernas, la vivísima sangre, y en esa especie comulgaron, si no es herejía decirlo, o, mayor aún, haberlo hecho. Meses enteros pasaron desde entonces, el año es ya otro, se oye caer la lluvia en el tejado, hay grandes vientos sobre el río y la barra, y, pese a tan próxima estar la madrugada, parece oscura la noche. Otro se engañaría, pero no Baltasar, que siempre despierta a la misma hora, mucho antes de nacer el sol, hábito inquieto de soldado, y queda alerta para ver retirarse mansamente la oscuridad de encima de cosas y personas, sintiendo aquel gran alivio que levanta el pecho y es el suspiro del día, el primero e impreciso trazo gris de las rendijas, hasta que un leve rumor despierta a Blimunda, y otro son comienza y se prolonga, infalible, es Blimunda comiendo su pan, y después de comerlo, abre los ojos, se vuelve hacia Baltasar y descansa la cabeza sobre el hombro de él, al tiempo que pone la mano izquierda en el lugar de la mano ausente, brazo sobre brazo, muñeca sobre muñeca, es la vida, cuando puede, enmendando a la muerte. Pero hoy no va a ser así. Un día y otro preguntó Baltasar a Blimunda por qué comía todas las mañanas antes de abrir los ojos, le preguntó al padre Bartolomeu Lourenço qué secreto era éste, ella le respondió una vez que se había acostumbrado de niña, él dijo que se trataba de un gran misterio, tan grande que volar sería cosa pequeña, comparando. Hoy se sabrá.

Cuando Blimunda despierta, tiende la mano hacia el fardel donde suele guardar los mendrugos, colgado de la cabecera, y sólo encuentra el lugar. Tantea el suelo, el jergón, mete las manos bajo la almohada, y oye entonces decir a Baltasar, No busques más, no lo vas a encontrar, y ella, cubriéndose los ojos con los puños cerrados, implora, Dame el pan, Baltasar, dame el pan, por el alma de quien la tienes, Primero has de decirme qué secretos son éstos, No puedo, gritó ella, y bruscamente intentó rodar hacia afuera del jergón, pero Sietesoles le echó el brazo sano, la cogió por la cintura, ella se debatió brava, luego le pasó la pierna derecha por encima y así liberada la mano, quiso apartarle los puños de los ojos, pero ella volvió a gritar, despavorida, No me hagas eso, y fue tal el grito que Baltasar la dejó, asustado, casi arrepentido de su violencia, No te quiero hacer mal, sólo quería saber qué misterios son, Dame el pan y te lo digo todo, Lo juras, De qué sirven juramentos si no bastan el sí o el no, Ahí lo tienes, come, y Baltasar sacó el talego de dentro de la alforja que le servía de almohada.

Cubriéndose el rostro con el antebrazo, Blimunda comió al fin el pan. Masticaba lentamente. Cuando acabó, dio un gran suspiro y abrió los ojos. La luz cenicienta del cuarto amaneció azul por aquel lado, así pensaría Baltasar si hubiera aprendido a pensar cosas de éstas, pero mejor que pensar finuras que bien podrían servir en las antecámaras de la corte o en locutorios de monjas, fue sentir el calor de su propia sangre cuando Blimunda se volvió hacia él, los ojos ahora oscuros, y, de repente, una luz verde pasando, qué importaban ahora los secretos, mejor sería volver a aprender lo que ya sabía, el cuerpo de Blimunda, quedará para otra vez, porque, esta mujer, si ha prometido, cumplirá, y dice, Te acuerdas de la primera vez que dormiste conmigo, dijiste que te miré por dentro, Me acuerdo, No sabías lo que estabas diciendo, ni supiste lo que oías cuando te dije que nunca te miraría por dentro. Baltasar no tuvo tiempo de responder, buscaba aún el sentido de las palabras, y otras ya se oían en el cuarto, increíbles, Yo puedo ver dentro de las personas.

Sietesoles se alzó en el jergón, incrédulo, y también inquieto, Estás burlándote de mí, nadie puede ver dentro de las personas, Yo puedo, No lo creo, Primero, quisiste saber, no descansabas mientras no sabías, ahora que ya sabes dices que no crees, de acuerdo, pues, pero no me escondas el pan, Sólo te creeré si eres capaz de decirme lo que está dentro de mí ahora, No veo si no estoy en ayunas, y además he hecho promesa de no verte a ti nunca por dentro, Vuelvo a decir que te estás burlando de mí, Y yo vuelvo a decir que es verdad, Cómo lo voy a saber seguro, Mañana no comeré al despertarme, saldremos luego de casa y te diré lo que vea, pero no miraré para ti, ni te pondrás delante, lo quieres así, Lo quiero, respondió Baltasar, pero dime qué misterio es ése, y cómo te vino ese poder, si es que no me engañas, Mañana sabrás que digo la verdad, Y no tienes miedo del Santo Oficio, por mucho menos han pagado otros, Mi don no es herejía ni hechicería, mis ojos son naturales, Pero tu madre fue azotada y deportada por tener visiones y revelaciones, has aprendido de ella, No es lo mismo, yo sólo veo lo que está en el mundo, no veo lo que está fuera de él, cielo o infierno, no digo oraciones, no hago pases de manos, sólo veo, Pero te santiguaste con tu sangre y me hiciste con ella una cruz en el pecho, si eso no es hechicería, Sangre de virginidad es agua de bautismo, supe que lo era cuando me rompiste, y cuando la sentí correr adiviné los gestos, Qué poder es ese tuyo, Veo lo que hay dentro de los cuerpos, y a veces lo que está en el interior de la tierra, veo lo que hay bajo la piel, y a veces incluso por debajo de las ropas, pero sólo veo cuando estoy en ayunas, pierdo el don cuando muda el cuarto de la luna, pero luego vuelve, ojalá no lo tuviera, Por qué, Porque lo que la piel oculta nunca es bueno verlo, Incluso el alma, has visto el alma, Nunca la vi, Tal vez el alma no esté en el cuerpo, No sé, nunca la vi, Será porque no se puede ver, Será, y ahora, déjame, quítame la pierna de encima, quiero levantarme.

Durante todo ese día Baltasar dudó que hubiera sostenido aquella conversación, o si la había soñado, o si, simplemente, había sido un sueño de Blimunda. Miraba los grandes animales suspendidos de los ganchos de hierro antes de ser cuarteados, forzaba los ojos, pero no veía más que la carne opaca, desollada o lívida, y cuando los pedazos o tajadas se extendían en las bancadas o eran arrojados a los platillos de las balanzas, comprendía que el poder de Blimunda tenía más de condena que de premio, porque el interior de estos animales no era realmente un gusto para la vista, como no lo sería el de las personas que vienen a la carne, ni el de las que la venden, o cortan, o cargan, que éste es el oficio de Baltasar. Por otra parte, ya en la guerra vio lo que está viendo aquí, que para averiguar lo que hay dentro siempre es preciso un cuchillo o una bala, un hacha o un filo de espada, un facón o un proyectil, entonces se desgarra la frágil piel, aún más dolorida virginidad, aparecen los huesos, y las tripas, y con esta sangre no vale la pena bendecirnos, porque no es de vida y sí de muerte. Son pensamientos confusos, que esto dirían si pudiesen ser puestos en orden, libres de excrecencias, ni vale la pena preguntar, En qué estás pensando, Sietesoles, porque él respondería, creyendo decir verdad, En nada, y sin embargo ya pensó todo esto, y aún más, que fue acordarse de sus propios huesos, blancos entre la carne desgarrada, cuando lo llevaban a retaguardia, y luego la mano cortada, caída en el suelo y apartada de un puntapié por el cirujano, Venga otro, y el que venía, pobre hombre, peor iba a quedar, si es que escapa con vida, sin dos piernas. Quiere uno conocer los misterios, y para qué, cuando debería bastarle despertar por la mañana y sentir, adormecida o despierta, a la mujer que vino con el tiempo, el mismo tiempo que mañana la llevará, quién sabe si para otra cama, jergón puesto en el suelo, como éste, o lecho de relieves y festones de oro, que no faltan, dar y llevar, trocar y traer, y es locura o tentación del diablo preguntarle, Por qué comes tu pan con los ojos cerrados, si no comiéndolo eres ciega, no lo comas para no ver tanto, Blimunda, porque ver como tú ves es la mayor de las tristezas, o sentido que aún no podemos soportar, Y tú, Baltasar, en qué piensas, En nada, no pienso en nada, no sé si alguna vez pensé algo. Eh, Sietesoles, arrastra para aquí esos tocinos.