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Alguna vez se levanta Blimunda más temprano, antes de comer el pan de todas las mañanas, y deslizándose a lo largo de las paredes para evitar poner los ojos en Baltasar aparta el paño y va a inspeccionar la obra hecha, descubrir la flaqueza oculta en el trenzado, la burbuja de aire en el interior del hierro, y acabada la inspección se pone al fin a masticar su mendrugo, poco a poco volviéndose tan ciega como la otra gente que sólo puede ver lo que a la vista está. Cuando hizo esto por primera vez, y Baltasar luego dijo al padre Bartolomeu Lourenço, Este hierro no sirve, tiene una caja por dentro, Cómo lo sabes, Lo vio Blimunda, el cura se volvió hacia ella, sonrió y miró a uno y otro, y declaró, Tú eres Sietesoles porque ves a las claras, tú serás Sietelunas porque ves a oscuras, y, así, Blimunda, que hasta entonces sólo se llamaba, como su madre, de Jesús, acabó siendo Sietelunas, y bien bautizada estaba, que el bautismo fue de cura, no un apodo cualquiera. Durmieron aquella noche los soles y las lunas abrazados, mientras giraban las estrellas lentamente en el cielo, Luna, dónde estás, Sol, adónde vas.

De tiempo en tiempo viene aquí el cura a probar los sermones que compone, por la bondad del eco que las paredes tienen, lo bastante para que quede redonda la palabra, sin resonancias excesivas que encabalguen los sonidos y acaben por empastar su sentido. Así debían de sonar las imprecaciones de los profetas en el desierto o en las plazas públicas, lugares sin paredes o que no las tienen próximas, y son así inocentes a las leyes de la acústica, está la gracia en el órgano que profiere la palabra, no en los oídos que la oyen o en los muros que la devuelven. No obstante, esta religión es de capilla regalona, con ángeles carnudos y santos arrebatados, y mucha agitación de túnicas, brazos rollizos, muslos adivinados, pechos que redondean, caídas de ojos, tanto está sufriendo quien goza como está gozando quien sufre, por eso no van a dar a Roma todos los caminos, sino al cuerpo. Se esfuerza el cura en la oratoria, tanto más cuando allí hay quien le oiga, pero, o por efecto intimidatorio del pajarraco o por frialdad egoísta del auditorio, o por faltar el ambiente eclesial, las palabras no vuelan, no retumban, se enredan unas en otras, parece impropio que el padre Bartolomeu Lourenço tenga tan gran fama de orador sacro, hasta el punto de haberlo comparado con el padre Antonio Vieira *, que Dios haya, y que el Santo Oficio hubo. Aquí ensayó el padre Bartolomeu Lourenço el sermón que fue a predicar a Salvaterra de Magos, estando allí el rey y la corte, aquí está probando ahora el que predicará en la fiesta de los desposorios de San José, que se lo encomendaron los dominicos, que al fin no le perjudica gran cosa la fama que tiene de volador y extravagante, que hasta los hijos de Santo Domingo lo demandan, y del rey no hablemos, que siendo tan mozo gusta aún de juegos, por eso protege al cura, por eso se divierte tanto con las monjas en los monasterios y las va preñando, una tras otra o varias al mismo tiempo, que cuando acabe su historia se contarán por decenas los hijos así engendrados, pobre reina, qué sería de ella de no ser por su confesor Antonio Stieff, jesuita, que le enseña resignación, y sin los sueños en que se le aparece el infante Don Francisco con marineros muertos colgados de los arzones de las mulas, y qué sería del padre Bartolomeu Lourenço si aquí entraran los dominicos que le han encomendado el sermón, y vieran esta passarola, y a este manco, y a esta bruja, y a este predicador burilando palabras y tal vez ocultando pensamientos, que ésos no los vería Blimunda ni aunque ayunara un año entero.

Acaba el padre Bartolomeu Lourenço su sermón, ni quiere saber de su religioso efecto, sólo pregunta, como si no le interesara demasiado la cosa, Qué, les ha gustado, y los otros responden, Claro que sí, señor, vaya si nos ha gustado, pero éste es hablar de dientes afuera, que el corazón no da muestras de haber entendido lo que oyó, y si el corazón no entendió, no llega a mentira lo que la boca habla, pero sí es ausencia. Volvió Baltasar a batir sus hierros, Blimunda barrió hacia el patio los fragmentos de mimbre que no servían, por el empeño parecían trabajos urgentes, pero el padre dijo de súbito, como quien no puede contener más su preocupación, Así nunca llegaré a volar, dijo con voz cansada, e hizo un gesto de tan profundo desánimo que Baltasar tuvo la instantánea percepción de la inutilidad de lo que estaba haciendo, por eso dejó el martillo, pero queriendo enmendar lo que podía ser tomado por renuncia, dijo, Tenemos que construir aquí una fragua, templar los hierros, si no el simple peso de la passarola los hará curvarse, y el cura respondió, Qué más da que se curven o que no se curven, el caso es que vuele, y así no puede volar si le falta éter, Qué es eso, preguntó Blimunda, Es de donde cuelgan las estrellas, Y cómo se puede traer aquí, preguntó Baltasar, Por arte de alquimia, pero en ella no soy hábil, pero sobre esto no digáis una palabra, pase lo que pase, Entonces, qué vamos a hacer, Iré a Holanda, que es tierra de muchos sabios, y allí aprenderé el arte de hacer bajar el éter del espacio para introducirlo en las esferas, porque sin él nunca volará la máquina, Qué virtud es ésa del éter, preguntó Blimunda, Pues es ser parte de la virtud general que atrae a los seres y a los cuerpos, y hasta a las cosas inanimadas y los libera del peso de la tierra, llevándolos al sol, Diga eso con palabras que yo entienda, padre, Para que la máquina se levante en el aire, es preciso que el sol atraiga el ámbar que ha de estar preso en los alambres del techo, que a su vez atraerá al éter que habremos introducido en las esferas, que a su vez atraerá a los imanes que estarán abajo, los cuales, a su vez, atraerán las laminillas de hierro de que se compone la osamenta de la barca, y, entonces, subiremos al aire con el viento, o con el soplo de los fuelles, si el viento falta, pero vuelvo a decir, faltando el éter nos falta todo. Y Blimunda dijo, Si el sol atrae al ámbar y el ámbar atrae al éter, y el éter atrae al imán, y el imán atrae al hierro, la máquina irá subiendo hacia el sol sin parar. Hizo una pausa y preguntó, como hablando consigo misma, Qué será el sol por dentro. Dijo el cura, No iremos al sol, para evitarlo están las velas de arriba, que podemos abrir y cerrar a voluntad, de modo que nos pararemos en la altura que queramos. Hizo una pausa también, y remató, En cuanto a saber cómo será el sol por dentro, si se levanta la máquina del suelo, el resto vendrá por añadidura, queriendo nosotros, y no contrariando insoportablemente a Dios.

Es, pese a todo, tiempo de contrariedades. Ahora saldrán las monjas de Santa Mónica con extrema indignación, insubordinándose contra las órdenes del rey de que sólo pudieran hablar en los conventos a sus padres, hijos, hermanos y parientes hasta el segundo grado, con lo que pretende su majestad poner coto al escándalo que causan los frecuentadores de conventos, nobles y no nobles, que visitan a las esposas del Señor y las preñan en un avemaría, que lo haga Don Juan V, bien, pero no un don nadie. Acudió el provincial de Graça queriendo reducirlas al sosiego y al acatamiento de la voluntad real, bajo pena de excomunión si la quebrantan, pero ellas se amotinaron vehementes, trescientas mujeres católicamente enfurecidas porque así las separaban del mundo, la primera vez lo hicieran, por segunda vez lo intentan, ahora se verá cómo fuerzan puertas frágiles manos femeninas, y salen las monjas, llevan consigo violentamente a la madre prioresa, van con cruz alzada, en procesión por las calles, hasta que al encuentro les sale la comunidad de los frailes de Graça y, por las Cinco Llagas, les ruegan que detengan el motín, y ya tenemos armado ahí un santo coloquio entre frailes y monjas, disputando cada cual sus razones, y fue el caso que corrió el corregidor del crimen hasta el rey por si había o no de suspenderse la orden, y entre ir, llegar y debatir el suceso, pasó la mañana, que, para hacerles empezar el día temprano, de madrugada se habían levantado las protestantes, y mientras corregidor no vuelve, corregidor va, corregidor viene, se quedaron allá las monjas, sentadas en el suelo natural las más vetustas, alertas y vigilantes las de la última zafra, tomando el buen sol de la estación que anima los corazones, mirando a quien iba de paso y por curiosidad se detenía, que platos de éstos no los tenemos todos los días, y hablando con quien les apetece, de modo que allí se fortalecieron lazos con prohibidos visitantes que, sabiéndolo, acudieron, y en acuerdos, requiebros, citas, consignas, señales con los dedos o con el pañuelo, fue pasando el tiempo hasta el mediodía, y como al fin el cuerpo quería alimento, allí mismo comieron de los dulces que llevaban en los saquetes, quien va a la guerra empanadas lleva, y al cabo de esta manifestación llegó contraorden de palacio, que todo volvía a la moralidad primera, oído lo cual se recogieron victoriosas las monjas a Santa Mónica entonando jubilosos cantos, y consoladas además por la absolución del provincial, que la envió por un propio, no en persona, porque bien podía herirlo una bala perdida, que esto de monjas amotinadas es la peor de las batallas. Metes, y cuántas veces a la fuerza, a estas mujeres en reclusión conventual, ahí te quedas, aliviando así particiones de herencias, favoreciendo al mayorazgo y a otros hermanos varones, y, así presas, hasta un simple contacto de dedos en la reja del locutorio quieren prohibirles, el clandestino encuentro, el suave contacto, la dulce caricia, aunque lleve tantas veces consigo el infierno, bendito sea. Porque, en fin, si el sol atrae al ámbar y el mundo a la carne, alguien habrá de ganar algo con eso, aunque sólo sea para aprovechar los restos de aquellos que por nacimiento ya lo tienen todo ganado.