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En fin, siendo tan buenas las disposiciones de la reina para la maternidad ya le ha hecho otro infante el rey, éste sí, será rey, que daría materia para otro memorial y otras fatigas, y si alguien tiene curiosidad por saber cuándo equilibrará Dios este nacimiento real con un nacimiento popular, lo equilibrará, sí, pero no por vía de estos hombres mal conocidos y de estas mujeres por adivinar, que no querrá Inés Antonio que otros hijos le mueran, y de Blimunda se dice que tiene artes misteriosas para no tenerlos. Quedémonos con éstos ya crecidos, con el repetitivo relato que Sietesoles tiene que hacer de su historial bélico, de su pequeño parágrafo, cómo fue su mano herida y cómo se la cortaron, muestra los añadidos de hierro, en fin se volvieron a oír las acostumbradas y no imaginativas lamentaciones, Siempre ocurren a los pobres estas desgracias, y no es verdad, que no falta por ahí que queden muertos o lisiados cabos y capitanes, Dios tanto compensa lo poco como reduce lo mucho, sin embargo pasada una hora, ya todos se habían habituado a la novedad, sólo los niños no desvían los ojos, fascinados, y se horrorizan cuando el tío, por diversión, se sirve del gancho para levantarlos del suelo, y el que mayor interés muestra en el ejercicio es el menor, que se aproveche, que se aproveche mientras está a tiempo, que sólo le quedan tres meses para jugar.

En estos primeros días ayuda Baltasar a su padre en el trabajo en el campo, en otra tierra de la que éste es aparcero, y tiene que aprenderlo todo desde el principio, cierto es que no ha olvidado los antiguos movimientos, ahora cómo los hará. Y, para prueba de que en sueños no hay firmeza, si fue capaz de arar, soñando, el alto de la Vela, le bastó mirar otra vez el arado para entender lo que vale una mano izquierda. Oficio cabal, sólo el de carretero, pero como no hay carretero sin carro y yunta de bueyes, por ahora servirán los del padre, ahora yo, ahora tú, mañana tendrás los tuyos, Y si muero pronto, tal vez ahorres el dinero que juntas para comprar yunta y carro, Padre, Dios no lo oiga. Va también Baltasar a la obra donde trabaja el cuñado, es el muro nuevo de la quinta de los vizcondes de Vila Nova da Cerveira, no confundir la geografía, que el vizcondado es de allá, pero el palacio está aquí, y si, como entonces, escribiéramos ahora bisconde y biscondado, no faltaría quien se burlara de nosotros por la vergüenza de la pronunciación norteña en tierras del sur, que ni parecemos aquel país civilizado que dio mundos nuevos al mundo viejo, cuando el mundo tiene todo él la misma edad, y si vergüenza realmente fuera, seguro que no sería mayor si le llamamos bergüenza. A este muro no podrá Baltasar añadir piedra, en definitiva mejor le hubiera sido quedarse sin una pierna, que un hombre tanto puede apoyarse en un pie como en un palo, es la primera vez que tal idea se le ocurre, pero recuerda cómo quedaría cuando estuviera acostado con Blimunda, encima de ella, y encuentra que no señor, que mejor fue quedarse sin la mano, y suerte que le acertaron en la izquierda. Álvaro Diego baja del andamio y, mientras al resguardo de una cerca come lo que Inés Antonia le lleva, dice que no ha de faltar trabajo a los albañiles cuando empiecen las obras del convento, no tendrá que salir de su tierra a buscar obras lejos de la villa, semanas y semanas fuera de casa, por muy vagabundo que por naturaleza sea el hombre, la casa, si la mujer que en ella está es querida y los hijos amados, tiene el gusto que tiene el pan, no es para todas las horas, pero se echa en falta si no se tiene todos los días.

Baltasar Sietesoles fue a dar una vuelta por allí cerca, al alto de la Vela, desde donde se ve toda la villa de Mafra en su agujero, en el fondo del valle. Aquí jugaba cuando tenía la edad del sobrino mayor, y más, pero no por mucho tiempo, que pronto hay que entregar los brazos al campo. El mar está lejos y parece cerca, brilla, es una espada caída del sol, que el sol ha de ir envainando lentamente cuando baje en el horizonte para ocultarse. Son comparaciones inventadas por quien escribe para quien anduvo en la guerra, no las inventó Baltasar, pero por alguna razón suya se acordó de la espada que tiene guardada en casa de su padre, nunca más la desenvainó, es posible que esté ya cubierta de herrumbre, un día de éstos va a pasarle la piedra y aceitarla, nunca se sabe qué puede pasar mañana.

Habían sido tierras de cultivo, ahora están abandonadas. Los mojones que aún se mantienen visibles, las cercas, los vallados, los cañizos, ya no separan propiedades. Todo esto pertenece al mismo dueño, al rey, que si aún no pagó, ya pagará, que es hombre de cuentas claras, hágasele esta justicia. João Francisco Sietesoles está a la espera de su parte, qué pena que no fuera todo suyo, quedaba rico, hasta ahora alcanzan las escrituras de venta trescientos cincuenta y ocho mil quinientos reales, y con el tiempo y visto que esto aún crecerá más, pasará de los quince millones de reales, número excesivo para las flacas cabezas populares, por eso lo traduciremos a quince contos * y casi cien mil reales, una inmensidad de dinero. Si el negocio es bueno o malo, eso depende, que el dinero no siempre tiene el mismo valor, al contrario de los hombres que siempre valen lo mismo, todo y nada. Y el convento va a ser cosa grande, preguntara Baltasar al cuñado y éste respondió, Se habló primero de trece frailes, luego se subió a cuarenta, ahora ya andan los franciscanos de la alberguería y de la capilla del Espíritu Santo diciendo que serán ochenta, Va a ser lo nunca visto, remató Baltasar. Hablaron esto cuando ya Inés Antonia se había retirado, por eso Álvaro Diego puede hablar con libertades de hombre. Vienen los frailes para fornicar con las mujeres, como hacen siempre, y franciscanos nada menos, como un día agarre a uno, lleva una zurra que no le va a quedar hueso entero, y el cantero deshacía a martillazos la piedra donde se había sentado Inés Antonia. Se ha puesto ya el sol, Mafra, abajo, está oscura como un pozo. Baltasar empieza a bajar, mira los mojones que delimitan los terrenos por aquel lado, piedra blanquísima sobre la que aún no han caído los primeros fríos, piedra que poco sabe de grandes calores, piedra asustada aún por la luz del día. Estas piedras son el primer cimiento del convento, alguien por orden del rey mandó que las tallaran, piedras portuguesas escuadradas por portuguesas manos, que aún no ha llegado el tiempo en que vengan los Garvos milaneses a gobernar a los albañiles y canteros que aquí van a juntarse. Cuando Baltasar entra en casa oye un murmullo que viene de la cocina, es la voz de la madre, la voz de Blimunda, primero una, luego otra, que apenas se conocen y tienen ya tanto que decirse, es la grande, interminable, charla de mujeres, parece cosa de nada, eso piensan los hombres, pero no se dan cuenta de que esta conversación sostiene al mundo en su órbita, que si no hablaran las mujeres unas con otras, ya habrían perdido los hombres el sentido de la casa y del planeta, Bendígame, madre, Dios te bendiga, hijo, no habló Blimunda, no le habló Baltasar, sólo se miraron, mirarse era la casa de ambos.