Es pronto aún para estos accidentes. Cuando el padre Bartolomeu Lourenço, en la última vuelta del camino, empezó a descender hacia el valle, dio con una multitud de hombres, exageración será decir multitud, en fin, unos centenares, y primero no entendió lo que pasaba, por qué toda aquella gente corría hacia un lado, se oía tocar una trompeta, sería fiesta, sería guerra, empezaron entonces a estallar tiros de pólvora, tierra y piedras violentamente lanzadas al aire, fueron los tiros veinte, volvió a sonar la trompeta, ahora un toque diferente, y los hombres avanzaron hacia el terreno revuelto, con carretillas y palas, llenando aquí, en el monte, descargando más allá, en la cuesta de Mafra, al paso que otros hombres, azada al hombro, bajaban a los fosos ya profundos, en ellos desaparecían, mientras otros hombres lanzaban cestos adentro y después tiraban de ellos hacia arriba, los sacaban llenos de tierra, y los iban a vaciar lejos, donde otros hombres iban a su vez a llenar las carretillas, que lanzaban en la explanación, no hay ninguna diferencia entre cien hombres y cien hormigas, se lleva esto de aquí para allá porque las fuerzas no dan para más, y luego viene otro hombre que llevará la carga hasta la próxima hormiga, hasta que, como de costumbre, todo acaba en un agujero, en el caso de las hormigas es el lugar de vida, en el caso de los hombres el lugar de muerte, como se ve, no hay diferencia alguna.
Con los calcañares, el padre Bartolomeu Lourenço espoleó la mula, experto animal que ni con la artillería se había asustado, es lo que hace no ser de raza pura, estos animales ya han visto mucho, el mestizaje los hizo poco espantadizos, que es la mejor manera de vivir en este mundo las bestias y los hombres. Por el camino atascado por el barro, señal de que las fuentes de la tierra andaban perdidas en aquella conmoción y brotaban donde no podían aprovecharse, o en muy delgadas linfas que se dividían hasta separarse del todo los átomos del agua y quedar el monte seco, por ese camino, tocando suavemente a la mula, descendió el padre Bartolomeu Lourenço a la villa y preguntó al vicario dónde vivían los Sietesoles. El cura había hecho un buen negocio con los terrenos por ser suyas algunas de las tierras del alto de la Vela, y, por valer las tierras mucho, o por mucho valer el propietario, se hizo una valoración por lo alto, ciento cuarenta mil reales, nada que se pueda comparar con los trece mil quinientos que fueron pagados a João Francisco. Es un párroco feliz, con la promesa de tan gran convento, ochenta frailes confirmados, allí mismo en la puerta de casa, con lo que mucho crecerá la villa en bautizos, casamientos y entierros, valiéndole cada sacramento su parte material y espiritual, reforzándose así tanto la caja como la esperanza de salvación, en la razón directa de los varios actos y prestaciones, Pues bien, padre Bartolomeu Lourenço, es un gran honor para mí recibirlo en esta casa, los Sietesoles viven aquí cerca, tenían un terreno al lado de los míos en el alto de la Vela, pero más pequeño, ahora el viejo y la familia viven de las rentas de una casa que tienen alquilada, quien volvió hace cuatro años fue el hijo, Baltasar, que estuvo en la guerra y volvió manco, manco de guerra, quiero decir, y trajo a la mujer, para mí que no están casados conforme a la Santa Iglesia, y ella tiene un nombre nada cristiano, Blimunda, dijo al padre Bartolomeu Lourenço, La conoce, Fui yo quien los casó, Ah, entonces sí están casados, Fui yo quien los casó, en Lisboa, y agradeciendo el Volador, que allí no era conocido como tal, las efusiones del párroco que mucho tenían que ver con las particulares recomendaciones de palacio, salió a buscar a los Sietesoles, contento por haber mentido así ante la faz de Dios y saber que a Dios no le importaba, un hombre tiene que saber por sí mismo cuándo las mentiras nacen ya absueltas.
Fue Blimunda quien abrió la puerta. Caía la tarde, pero ella lo reconoció al desmontar, cuatro años no es tanto tiempo, le besó la mano, si no anduvieran por allí vecinos curiosos otro sería el saludo, que estos dos, estos tres cuando esté Baltasar, tienen razones del corazón que los gobiernan, y, en tantas noches pasadas, una habrá habido, por lo menos, en que soñaron el mismo sueño, vieron la máquina de volar batiendo alas, vieron el sol estallando en luz mayor, y el ámbar atrayendo al éter, el éter atrayendo al imán, el imán atrayendo al hierro, todas las cosas se atraen entre sí, la cuestión es saber colocarlas en el orden justo, y entonces se romperá el orden, Ésta es mi suegra, señor padre Bartolomeu, se había aproximado Marta María, intrigada por no oír palabras, siendo cierto que Blimunda había ido a abrir la puerta sin que nadie llamara a ella, y ahora estaba allí un cura joven que preguntaba por Baltasar, no es así como suelen aparecer visitas en estos tiempos, pero hay excepciones, como en todo tiempo se dijo, venir un cura de Lisboa a Mafra para hablar con un soldado manco y con una mujer que es visionaria de la peor manera, porque ve lo que existe, como ya secretamente sabe Marta Mafra que, quejándose de un tumor en la barriga, Blimunda le respondió que no lo tenía, pero era verdad que sí, y ambas lo sabían, Come tu pan, Blimunda, come tu pan.
Estaba el padre Bartolomeu Lourenço sentado al fuego, que la noche refrescaba, cuando llegaron Baltasar y su padre. Vieron la mula a la puerta, arreada aún, bajo el olivo, Quién habrá venido, preguntó João Francisco, y Baltasar no respondió, pero adivino que sería cura, las mulas que cargan gente eclesiástica muestran cierta evangélica mansedumbre, quizá inducida, que contrasta con el vicio aún rebelde de las que sólo dan caballería a laicos, y siendo de cura la mula, con aire de venir de lejos, y no esperando allí legado de papa ni aviso del nuncio, tenía que ser Bartolomeu Lourenço, como luego se vio que era. Y a quien extrañe que tanto hubiera visto Baltasar cuando ya cerraba la noche, respóndasele que el resplandor de los santos no es espejismo vano del espíritu perturbado de los místicos o mera propaganda de la fe en pintura al óleo, y que, de tanto dormir con Blimunda, y con ella casi todas las noches tener dares y tomares de la carne, empezaba a haber en Baltasar un lucero espiritual de visión doble que, no dando para más profundas penetraciones, bastaba para una observación sumaria como ésta. Fue João Francisco a sacarle los arreos al animal y volvió a tiempo, pues estaba el cura diciendo a Baltasar y a Blimunda que iba a cenar con el párroco, que le había convidado, y que en su casa pasaría la noche, primero por no haber comodidades suficientes en la morada de los Sietesoles, segundo, porque no faltaría quien se sorprendiera en Mafra de que un cura venido de lejos escogiera para albergue este suelo, poco más abrigado que el portal de Belén, en vez de los mimos parroquiales o el palacio de los vizcondes, donde no iban a negar alojamiento a un futuro doctor en cánones, y Marta María dijo, Si estuviéramos advertidos de que venía su reverencia, al menos mataríamos el gallo, el resto que tenemos no es cosa de presentar, De eso mismo que tiene yo comería a gusto, pero es mejor para todos que aquí no quede ni coma, y, en cuanto al gallo, señora Marta María, déjelo cantar, que por bien que supiera en la cazuela, más alegría es su canto en la garganta, y no debemos hacer ese desfavor a las gallinas. Rió João Francisco el chiste, Marta María no pudo porque le dio el vientre una punzada de dolor, Blimunda y Baltasar sonrieron sólo, no precisaban más, si bien sabían que los dichos del cura iban siempre a caer del lado de las palabras esperadas, como por estas otras nuevamente se averiguaba, Mañana, una hora antes de salir el sol, me lleváis la mula a la casa del cura, arreada ya, y vais los dos, porque tenemos que hablar antes de que salga para Coimbra, y ahora, señor João Francisco, señora Marta María, mi bendición os doy, si para algo sirve a los ojos de Dios, que es fuerte presunción creer que somos jueces de la bondad de las bendiciones, repito, no se os olvide, una hora antes de salir el sol, y dicho esto, se fue. Salió Baltasar a acompañarlo con una candela que poco alumbraba, era sólo como si fuera diciéndole a la noche, Soy una luz, y durante el breve camino no habló nadie, volvió Baltasar a oscuras, que ven los pies dónde se asientan, y cuando entró en la cocina preguntó Blimunda, Dijo el padre Bartolomeu lo que quería, No dijo nada, mañana lo sabremos, y João Francisco, acordándose, reía, Tuvo gracia lo del gallo. Marta María, por su parte, estaba adivinando el misterio ahora, Vamos a cenar, se sentaron los dos hombres a la mesa, las mujeres aparte, la costumbre de las familias.