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Vinieron de misa y están sentados bajo el cobertizo del horno. Cae una lluvia blanda entre el sol, Otoño precoz, por eso, Inés Antonia dice a su hijo, Sal de ahí, que te mojas, y el chiquillo hace como que no oye, ya en estos tiempos es costumbre de los chiquillos, mientras no declaran desobediencias más radicales, e Inés Antonia, habiéndolo dicho ya una vez, no insiste, si aún no hace tres meses se murió el pequeño, por qué ha de atormentar ahora a éste, dejarlo jugar, allí, tan feliz, metiendo los pies descalzos en los charcos del huerto, Nuestra Señora lo proteja de las viruelas que se llevaran al hermano. Dice Álvaro Diego, Ya tengo promesa de trabajo en las obras del convento real, de esto estaban hablando, pero la madre piensa en su hijo muerto, así se dividen los pensamientos, y menos mal, para no sobrecargar tanto, que acabarían por resultar insoportables, como este dolor de Marta María, tenacísimo dolor que le traspasa el vientre como las espadas traspasaron el corazón de la Madre de Dios, por qué el corazón, si es en el vientre donde se generan los hijos, ahí está el horno de la vida, y cómo habría de alimentarse la vida, sino con trabajo, razón ésta por la que está Álvaro Diego tan contento, un convento así es obra para muchos y muchos años, garantía de pan para quien sabe las artes de cantero, trescientos reales de jornal, quinientos si se tercia, Y tú, Baltasar, estás decidido a volver a Lisboa, mira que haces mal, porque aquí no va a faltar trabajo, No querrán lisiados teniendo tanta gente donde escoger, Con ese gancho haces tú todo lo que otros hacen, Haría, si es que no lo dices por confortarme pero tenemos que volver a Lisboa, verdad, Blimunda, y Blimunda, callada hasta entonces, asintió con la cabeza. Un poco retirado el viejo João Francisco trenza una soga de cuero, oye hablar, pero no presta atención a lo que están diciendo, ya sabe que el hijo se irá una de estas semanas y está irritado por eso, irse otra vez, así, después de andar aquellos años en la guerra, Le estaría bien empleado si volviera sin la mano derecha, es tal el amor que llegan a pensarse cosas así. Blimunda se levantó, atravesó el patio y salió al campo, bajo los olivos que subían por la cuesta hasta los hitos de la obra, se le iban hundiendo las almadreñas en el barbecho que la lluvia había ablandado, si fuera descalza y pisara piedras agudas, no las sentiría, cómo es posible que le duela tan poco si toda ella está llena de horror por haberse atrevido a lo que esta mañana se atrevió, acercarse a la mesa de la comunión en ayunas, fingió comer su pan aún acostada, como de costumbre y necesidad, pero no lo comió, anduvo después siempre con los ojos bajos, fingiendo compunción y devoción en casa, y así entró en la iglesia, estuvo en el oficio como si la postrase la presencia de Dios, oyó el sermón sin levantar cabeza, aplastada, al parecer, por todas las amenazas de infierno que caían del púlpito, y al fin recibió la sagrada forma, y vio. Durante todos estos años, desde que se le había revelado su don, siempre había comulgado en pecado, con alimento en el estómago, y hoy había decidido, sin decirle nada a Baltasar, que iría en ayunas, no para recibir a Dios, sino para verlo, si allí estaba.

Se sentó en la raíz alzada de un olivo, se veía desde allí el mar confundido con el horizonte, seguro que llovía con fuerza sobre las aguas, entonces se llenaron de lágrimas los ojos de Blimunda, un gran sollozo sacudió sus hombros, y Baltasar le tocó la

cabeza, se había acercado y ella no lo oyó, Qué viste en la hostia, no lo había engañado, cómo sería posible si duermen juntos y todas las noches se buscan y encuentran, es decir, no serán todas, pero hace seis años que viven como marido y mujer, Vi una nube cerrada, respondió ella. Baltasar se sentó en el suelo, allí no había llegado la reja del arado, había hierbas secas, ahora húmedas de lluvia, pero esta gente del pueblo no tiene manías, se sienta o se acuesta donde le apetece, mejor si puede un hombre posar la cabeza en el regazo de la mujer, seguro que fue ése el último gesto cuando las aguas del diluvio estaban ya anegando el mundo. Y Blimunda dijo, Esperaba ver a Cristo crucificado, o resurrecto en gloria, y vi una nube cerrada, No pienses más en lo que viste, Pienso, cómo no voy a pensar, si lo que está dentro de la hostia es lo que está dentro del hombre, qué es la religión al fin, aquí nos falta el padre Bartolomeu Lourenço, tal vez él supiera explicarnos ese misterio, Tal vez no lo supiera, tal vez no todo tenga explicación, quién sabe, y, apenas dichas estas palabras, empezó la lluvia a caer con más fuerza, señal de que sí, señal de que no, el cielo ahora una nube compacta, mujer y hombre bajo un árbol, ningún hijo en los brazos, no es cierto que las situaciones se repitan, y los lugares son otros, y los tiempos también, diferente el árbol, pero de la lluvia diremos que es el mismo consuelo de la piel y de la tierra, vida que siendo excesiva mata, pero a eso nos acostumbramos desde el comienzo del mundo, siendo el viento manso muele el cereal, pero si es de tormenta, rasga las velas del molino, Entre la vida y la muerte, dijo Blimunda, hay una nube cerrada.

El padre Bartolomeu Lourenço escribió puntualmente tras instalarse en Coimbra, noticia sólo de haber llegado bien, pero ahora vino una nueva carta, que sí, que siguieran para Lisboa tan pronto como pudiesen, que él, aliviado su estudio, los iría a visitar, tanto más cuanto que tenía obligaciones eclesiásticas en la corte, y entonces se aconsejarían sobre la obra magna en que estaban ocupados, Y ahora decidme, cómo vamos de voluntades, pregunta inocente, parecía que se informaba de las voluntades de ellos, cuando de las otras quería saber, y de los que las perdían, pero lo decía sin contar con la respuesta, es como en las guerras, grita el capitán o manda decir el clarín por él, Adelante, y no va a quedarse a la espera de que los soldados se consulten y respondan, Vamos o no vamos, sino de que avancen, y sin demora, o van a dar en un consejo de guerra, Nos iremos la semana que viene, declaró Baltasar, y todavía pasaron dos meses porque entre tanto empezó a decirse en Mafra, y lo confirmó el párroco en el sermón, que vendría el rey a inaugurar la obra desde la raíz de los cimientos hacia arriba, colocando con sus reales manos la primera piedra. Primero se anunció que sería a tantos de octubre, pero no hubo tiempo de excavar los cimientos hasta la hondura conveniente por más que pusieron seiscientos hombres al trabajo, pese a los muchos tiros de pólvora que atronaban los aires a todas horas del día, será entonces en noviembre, a mediados, después no puede ser, que estaríamos ya en invierno, y no va a andar por ahí el rey enterrado en barro hasta las ligas de las piernas. Venga pues su majestad para que se inicien los días gloriosos de la villa de Mafra, para que sus moradores alcen las manos al cielo, ellos que con sus ojos perecederos van a ver a cuánto alcanza la grandeza de un rey monarca sublime, gracias a quien podremos gozar de estas antecámaras del paraíso mientras no accedemos a las moradas celestiales, y que sea tarde, que más apetece estar vivo que muerto, Veremos la fiesta y nos iremos luego, decidió Baltasar.

Ya está contratado Álvaro Diego, tiene que cortar la piedra que traen de Pêro Pinheiro, grandes bloques transportados en carros arrastrados por diez o veinte yuntas de bueyes, mientras otros obreros parten con los mazos el cascajo que ha de servir para los cimientos, éstos de casi seis metros de profundidad, metros es lo que decimos hoy, que entonces todo se medía por palmos, y por ellos siguen midiéndose los hombres, los grandes y los pequeños, por ejemplo, más alto es Baltasar Sietesoles que Don Juan V, y no fue rey, y Álvaro Diego, aun no siendo de flaca figura, es cantero de obra gruesa, ahí está a mazazos con la piedra, desbastando una cara, pero éste llegará a hacer más de lo que hace, habiendo ayudado a poner unas sobre otras, llegará a cantero de obra fina que ya es trabajo serio el poner una pared derecha, a hilo de plomada, no es ése oficio de clavos y listones, como los carpinteros que alzan la armazón de aquella iglesia de madera donde se celebrará el acto de bendición e inauguración cuando el rey venga. Lleva dicha iglesia unos altos y fuertes mástiles, dispuestos según la misma formalidad de los fundamentos, es decir, según el perímetro que tendrá la iglesia definitiva, y el techo será armado con velas de navíos, forradas de paño, planta de cruz, como iglesia que se precie, de madera sí, y provisional, pero con la dignidad de anunciadora de la que de piedra aquí se construirá, y para ver estos preparativos descuidan los moradores de la villa de Mafra menesteres y trabajos, convertidos en algo mezquino ahora por la gran fábrica que se yergue en lo alto de la Vela y esto es sólo el principio. Hay quien tiene mejores razones, es el caso de Baltasar y Blimunda, que llevan al sobrino a ver al padre, y siendo hora de almorzar, viene Inés Antonia con la tartera de las coles cocidas y el pedazo de tocino, aquí está una familia completa, sólo faltan los viejos, si esto no fuese lo que sabemos, resultado del voto piadoso por haber nacido un hijo al rey, diríamos que es todo romería, pago de promesas generales, cada cual la suya, Pero a mi hijo seguro que nadie me lo devuelve, pensó Inés Antonia, y casi llega a querer mal a este que anda jugando entre las piedras.