Выбрать главу

De madrugada, aún no había salido el sol, se levantaron. Blimunda ya ha comido el pan. Dobló la manta, era sólo una mujer repitiendo un gesto antiguo, abriendo y cerrando los brazos, sujetando bajo la barbilla los dobleces hechos, luego bajando las manos hasta el centro de su propio cuerpo y haciendo ahí el doblez final, quien la viera no diría que tiene extraños poderes de ver, que, si esta noche estuviera fuera de su cuerpo, a sí misma se vería bajo Baltasar, en verdad, de Blimunda se puede afirmar que ve sus propios ojos viendo. Cuando entre el casero, verá la manta doblada, como señal de agradecimiento, y, siendo hombre alegre, preguntará a los bueyes, A ver, decidme, hubo misa esta noche, y ellos volverán las cabezas mal armadas, sin sorpresa, los hombres siempre tienen algo que decir, y a veces aciertan, éste fue el caso, que entre el amor de los que allí durmieron y la santa misa no hay diferencia alguna, o, si la hubiera, la misa perdería.

Van ya Blimunda y Baltasar camino de Lisboa, bordeando las colinas donde se levantan molinos, el cielo está cubierto, apenas salió el sol se escondió, el viento del sur amenaza mucha lluvia, y Baltasar dice, Si empieza a llover no tendremos donde refugiarnos, luego alza los ojos hacia las nubes, es una placa sombría, pizarrosa, Si las voluntades son nubes cerradas, quién sabe si no quedarán presas en éstas, tan oscuras y gruesas que ni el mismo sol se ve tras ellas, y Blimunda respondió, Ojalá pudieras ver tú una nube cerrada que llevas dentro de ti, O de ti, O de mí, si pudieras verla tú, y sabrías que es muy poco una nube del cielo comparada con una nube que está dentro del hombre, Pero tú nunca has visto mi nube, ni la tuya, Nadie puede ver su propia voluntad, y de ti juré que nunca te vería por dentro, pero tú, Baltasar Sietesoles, mi madre no me engañó, cuando me das la mano, cuando te acercas a mí, cuando me abrazas, no necesito verte por dentro, Si yo muero antes que tú, te pido que me veas, Muriendo, se te va la voluntad del cuerpo, Quién sabe.

No llovió en todo el camino. Sólo el gran techo oscuro que se prolongaba hacia el sur y flotaba sobre Lisboa, raso como las colinas en el horizonte, parecía que alzando la mano se iba a tocar la primera flor del agua, a veces la naturaleza es buena compañía, va el hombre, va la mujer, las nubes se dijeron unas a otras, A ver si llegan a casa, después ya podremos llover. Entraron Baltasar y Blimunda en la quinta, en el cobertizo de los aperos, y al fin empezó el agua a caer, y como había algunas tejas partidas, el agua caía dentro, pero discretamente, sólo murmurando, Aquí estoy, han llegado bien. Y cuando Baltasar se acercó a la concha voladora y la tocó, crujieron los hierros, y los alambres, pero es difícil saber qué querían decir.

Se cubren de herrumbre alambres y hierros, se cubren de moho los paños, se destrenza el mimbre reseco, obra que ha quedado a medias no precisa envejecer para convertirse en ruina. Baltasar dio dos vueltas a la máquina voladora, nada contento de ver lo que veía, con el gancho del brazo izquierdo tiró violentamente del esqueleto metálico, hierro contra hierro, probándole la resistencia, y era poca, Me parece que mejor va a ser desmontarlo todo y volver a empezar, Desmontarlo, sí, respondió Blimunda, pero; sin que venga el padre Bartolomeu Lourenço, no vale la pena que empieces el trabajo, Podríamos habernos quedado en Mafra algún tiempo más, Si él dijo que viniéramos es porque no va a tardar, quién sabe si no ha estado aquí mientras esperábamos la fiesta, No estuvo, no hay señales, Ojalá, Dios lo quiera, Sí, que Dios lo quiera.

En menos de una semana dejó la máquina de ser máquina o su proyecto, cuanto allí se mostraba podría servir para mil diferentes cosas, no son muchas las materias de las que los hombres se sirven, todo está en la manera de componerlas, ordenarlas y juntarlas, véase el azadón, véase la garlopa, un poco de hierro, otro poco de madera, y lo que aquél hace no lo hace ésta. Dijo Blimunda, Mientras el padre Bartolomeu Lourenço no llega, construiremos aquí la fragua, Y cómo vamos a hacer el fuelle, Vas a un herrero, ves cómo es y haces uno igual, si a la primera no te sale, saldrá a la segunda, si no lo consigues a la segunda, lo conseguirás a la tercera, nadie espera que hagamos otra cosa que no sea esto, No sería preciso tanto trabajo, con el dinero que el cura nos dejó, podemos comprar el fuelle, Y alguien se empeñaría en saber para qué quiere Baltasar Sietesoles un fuelle si no es ni herrero ni herrador, mejor es que lo hagas tú, aunque tengas que empezar cien veces.

Baltasar no fue solo. Aunque para esta diligencia no se necesiten visiones dobles, Blimunda tenía más rigor en la mirada, más precisión en el trazo, y no erraba tan desastrosamente en lo tocante a la proporción de las diferentes partes de la obra. Con el dedo mojado en el aceite fuliginoso del candil, dibujó en la pared las diversas piezas, el cuero según el corte que convenía, la punta agujereada por donde saldría el viento, la parte inferior y fija de la madera, la otra parte articulada, sólo faltaba un muñeco dándole al fuelle. En un rincón apartado dispusieron piedras regulares, formando con ellas cuatro muros en cuadrado, a la altura de los riñones de un hombre, y los afirmaron con alambres que iban de lado a lado, por dentro y por fuera ceñían toda la construcción, que luego llenaron de tierra y piedra menuda. A causa de esto quedó el duque de Aveiro con algunos muretes de su finca arruinados, pero esta obra, aunque no sea como el convento, tiene también licencia regia de su majestad, probablemente ya olvidada, ni siquiera se le ocurrirá a Don Juan V averiguar si el padre Bartolomeu Lourenço aún tiene esperanzas de volar un día, o si esto es sólo una manera de que tres personas vivan un sueño, cuando esas tres personas podrían ser más útiles en otro empleo, el cura predicando la palabra de Dios, Blimunda sondeando fuentes de agua, Baltasar pidiendo limosna para abrir las puertas del paraíso a quien se la diera, porque eso de volar está demostrado que sólo lo pueden hacer los ángeles y el diablo, aquéllos, como nadie ignora y por algunos fue testimoniado, éste por certificación de las propias Sagradas Escrituras, pues allá se dice que el diablo llevó a Jesús al pináculo del templo, luego por los aires lo llevó, no fueron por la escalera, y le dijo, Lánzate de aquí abajo, y él no se lanzó, no quiso ser el primer hombre en volar, Un día volarán los hijos del hombre, dijo el padre Bartolomeu Lourenço cuando llegó y vio la fragua hecha, más la pila de agua donde se templarían los hierros, falta sólo el fuelle, a su tiempo soplará el viento, que el espíritu ya sopló en este lugar.

Cuántas voluntades has recogido hasta hoy, Blimunda, preguntó el cura por la noche, mientras cenaban, Por lo menos treinta, dijo ella, Es poco, y la mayoría, son de hombre o de mujer, volvió a preguntar, De hombre, parece que las voluntades de mujer se resisten a separarse del cuerpo, por qué será. A esto no respondió el cura, pero Baltasar dijo, Cuando mi nube cerrada está sobre tu nube cerrada, falta a veces bien poco para que la tuya y la mía se junten, Entonces me pareces tú más vacío de voluntad que yo, respondió Blimunda, menos mal que el padre Bartolomeu Lourenço no se escandaliza con estas libres conversaciones, acaso tenga también su culpa en lo de las voluntades desfallecidas, en Holanda por donde anduvo, o aquí sin que lo sepa la Inquisición, o haciendo como que no lo sabe, por no andar la falta acompañada de pecados menos veniales.