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Hablemos ahora en serio, dijo el padre Bartolomeu Lourenço, siempre que pueda vendré aquí, pero la obra sólo puede adelantarse con el trabajo de ambos, fue una buena idea construir la fragua, ya me las arreglaré para lo del fuelle, no te has de fatigar con ese trabajo, pero tendrás que cuidarlo muy bien porque va a ser preciso que sea grande, porque en la máquina, faltando viento en la atmósfera trabajarán los fuelles y volaremos, y tú, Blimunda, acuérdate de que necesitamos al menos dos mil voluntades, dos mil voluntades que hayan querido soltarse porque las almas no las merecen, o porque no las merecen los cuerpos, con esas treinta que tienes no se alzaría el caballo Pegaso a pesar de tener alas, pensad que grande es la tierra que pisamos, y que tira de los cuerpos hacia abajo, y que siendo el sol tan grande como es, ni siquiera así atrae a la tierra, y para que nosotros volemos en la atmósfera, son precisas las fuerzas concertadas del sol, del ámbar, de los imanes y de las voluntades, pero, de todo esto, lo más importante son las voluntades, sin ellas, la tierra no nos dejaría subir, y si quieres recoger voluntades, Blimunda, vete a la procesión del Corpus, en una multitud tan numerosa ha de haber forzosamente muchas que se retiren, porque las procesiones, y bueno es que lo sepas, son ocasiones en las que almas y cuerpos se debilitan hasta el punto de no ser capaces siquiera de sostener las voluntades, pero no sucede lo mismo en las corridas y en los autos de fe, hay en ellas y en ellos un furor que hace más cerradas las nubes cerradas que las voluntades son, más cerradas y más negras, es como en la guerra, tiniebla general en el interior de los hombres.

Dijo Baltasar, Y la máquina de volar, cómo la haré, Como la habíamos empezado, la misma ave grande que está en mi dibujo, y éstas son las partes de que se compone, aquí tienes este otro dibujo, con las indicaciones de tamaño de las distintas piezas, y la irás construyendo de abajo arriba, como si estuvieras construyendo un barco, trenzarás el mimbre y el hierro, es como si estuvieras ligando plumas y hueso, ya te lo he dicho, vendré siempre que pueda, para comprar el hierro irás a este lugar, buscarás en los mimbrales de los alrededores el mimbre que precises, y en el matadero comprarás las pieles para los fuelles de la máquina, ya te diré cómo tienes que curtirlas y cortarlas, esos dibujos de Blimunda son buenos para fuelles de fragua, no para fuelles de volar, y aquí tienes más dinero, compra un burro, sin él no podrías transportar los materiales, y compra también unos serones grandes, pero tendrás siempre a mano hierba o paja para poder esconder lo que en ellos lleves, recordad que toda esta obra tiene que hacerse en absoluto secreto, no lo pueden saber ni parientes ni amigos, amigos, más de lo que lo somos nosotros tres no hay, y si alguien viene con preguntas, decidle que estáis guardando la quinta por orden del rey, y que ante el rey el responsable soy yo, el padre Bartolomeu Lourenço de Gusmão, De qué, preguntaron al mismo tiempo Baltasar y Blimunda, De Gusmão, fue así como pasé a llamarme, por vía de un sacerdote que me educó en Brasil, Bartolomeu Lourenço era cuanto bastaba, dijo Blimunda, no me voy a acostumbrar a llamarle Gusmão, Ni lo precisarás, para ti y para Baltasar seré siempre el mismo Bartolomeu Lourenço, pero la corte y las academias tendrán que llamarme Bartolomeu Lourenço de Gusmão, pues quien, como yo, va a ser doctor en cánones, precisa tener un nombre que corresponda a su dignidad, Adán no tuvo otro nombre, dijo Baltasar, Y Dios no tiene ninguno, respondió el cura, pero Dios, en verdad, no es nombrable, y en el paraíso no había ningún otro hombre de quien Adán hubiera de distinguirse, Y Eva no fue más que Eva, dijo Blimunda, Eva continúa siendo sólo Eva, creo que la mujer es una sola en el mundo, sólo múltiple en la apariencia, por eso no son necesarios otros nombres, y tú eres Blimunda que no necesitas el de Jesús, Soy cristiana, Quién lo duda, preguntó el padre Bartolomeu Lourenço, y terminó, Bien me entiendes, pero llamarse alguien de Jesús, creencia o nombre, no es más que viento de boca afuera, déjate ser Blimunda, no darás otra respuesta cuando seas preguntada.

Volvió el cura a los estudios, ya bachiller, ya licenciado, no tardará en ser doctor, mientras Baltasar acerca los hierros a la forja y los templa en el agua, mientras Blimunda raspa las pieles traídas del matadero, mientras ambos cortan el mimbre y trabajan en el yunque, sujetando ella la lámina con las tenazas, batiendo él con el mazo, y tienen que entenderse muy bien para que no se pierda ningún golpe, ella presentando el hierro al rojo, él pegando el golpe seguro, en fuerza y dirección, ni hablar necesitan. Así se fue el invierno, así la primavera, algunas veces venía el cura a Lisboa, llegaba, guardaba en el arca las esferas de ámbar amarillo que traía sin decir de dónde, preguntaba cómo iba lo de las voluntades, miraba por todos los lados la máquina, que iba ganando dimensión y forma, hasta el punto de exceder lo que era cuando Baltasar la desmontó, daba consejos y avisos, y se volvía a Coimbra, a las decretales y a los decretalistas, ahora no era ya estudiante, ya leía en las aulas, Iuris ecclesiastici universi libri tre, Colectanea doctorum tam veteram quam recentiorum in ius pontificum universum, Repertorium iuris civilis et canonici, et coetera, pero nada en lo que estuviera escrito, Volarás.

Ahí está junio. Corre por Lisboa la nada fausta noticia de que este año la procesión del Corpus no traerá las antiguas figuras de los gigantes, ni la sierpe silbadora, ni el flameante dragón, y que no saldrán las vaquillas ni habrá danzas en la ciudad, ni marimbas, ni charamelas, y no vendrá el rey David bailando ante el palio. Se pregunta el pueblo qué procesión va a ser ésa, si no pueden salir los foliones de Arruda atronando las calles con sus panderos, si se prohibe a las mujeres de Frielas danzar la chacona, si no habrá tampoco danza de espadas, si no salen castillos, si no se toca la gaita y el tamboril, si no van saltando los sátiros y las ninfas bajo modos encubiertos de otros bailes, si no se hace ya la danza de la retorcida, si no va a navegar a hombros de los portantes la nao de San Pedro, qué procesión vamos a tener, qué placer nos quitan, si al menos nos dejaran el carro de los hortelanos, no volveremos a oír el silbido de la serpiente, primo, que tanto me horrorizaba cuando pasaba silbando, que ni sé explicar los temblores que sentía, ay.

Baja el pueblo al Terreiro do Paço, a ver los preparativos de la fiesta, y no está mal, no señor, con esa columnata de sesenta y una columnas y catorce pilares, que no tiene menos de ocho metros de altura, y en extensión excede los seiscientos metros, sólo los frontispicios son cuatro, y ni se cuentan las figuras, los medallones, las pirámides y demás ornatos. Empieza el pueblo a apreciar el nuevo aparato, que no queda aquí, basta ver esas calles, todas entoldadas, y los mástiles que sustentan los toldos, están adornados de seda y oro, y los medallones que de dichos toldos cuelgan, dorados, teniendo a un lado y a otro el blasón del patriarca, esto unos, que los otros llevan los blasones del Senado de la Cámara, Y las ventanas, mira las ventanas, tiene razón quien lo ha dicho, se regalan los ojos en las cortinas y cenefas de damasco carmesí franjado de oro, Nunca tal se vio, ya está el pueblo medio conforme, le han quitado una fiesta pero le van a dar otra, no es fácil decidir con cuál de ellas se pierde o gana, quizá valga la una por la otra, con razón dijeron los orfebres que van a iluminar todas las calles, y tal vez sea por igual razón por lo que están cubiertas de sedas y damascos las ciento cuarenta y nueve columnas de los arcos de la Rua Nova, quizá sean maneras de vender, hoy así, mañana peor. Pasa el pueblo, llega al fin de la calle y vuelve, pero no extiende siquiera la punta de los dedos para tocar tanta riqueza de paños, se contenta con gozar los ojos en ellos y en los otros de Atrás que adornan las tiendas bajo los arcos, parece que vivimos en el reino de la confianza, pero tiene cada tienda su esclavo negro a la puerta, con un palo en una mano y un espadín en la otra, si alguien se pasa va a llevarse un estacazo en el lomo, y si la osadía va a más no tardarán los cuadrilleros, que ya no llevan visera ni yelmo, ni escudo llevan, diciendo el corregidor, Alto al Limoeiro, qué remedio sino obedecer y perderse la procesión, tal vez por eso no hay muchos hurtos en el Corpus.