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Tronaron salvas y descargas de las naos, disparó salvas también el baluarte del Terreiro do Paço, a dos pasos, y se fueron comunicando los ecos de aquí a allá, retumbaron los cañones de los fuertes y las torres, presentaron armas los regimientos de la corte, de Peniche y de Setúbal, formados en la plaza. Anda el Cuerpo de Dios paseándose por la ciudad de Lisboa, sacrificado cordero, señor de los ejércitos, contradicción insoluble, sol de oro, cristal y custodia derribadora de cabezas, divinidad devorada y hasta las heces digerida, quién se asombrará de verte carne y uña con estos habitantes, degollados carneros, soldados sin armas propias, osamentas blancas en el desierto, comedores por sí mismos comidos, por eso se arrastran por las calles mujeres y hombres, pegan bofetadas en sus caras y en las próximas, tienden las manos hacia las orlas que pasan, a los brocados y a los encajes, a los terciopelos y a los lazos, a las cintas, a los bordados y a las joyas, Pater noster que non estis in coelis.

Cae la tarde, casi invisible, está la primera señal de la luna. Mañana Blimunda tendrá sus ojos, hoy es día de ceguera.

Ya ha vuelto de Coimbra el padre Bartolomeu Lourenço, ya es doctor en cánones, confirmado como Gusmão por apelativo onomástico y firma escrita, y nosotros, quiénes somos nosotros para atrevernos a acusarlo de pecado de orgullo, mejor sería para el alma perdonarle su falta de humildad en nombre de las razones que dio, y que así puedan sernos perdonados nuestros propios pecados, ése y los otros, que aún lo peor de todo será mudar, no de nombre sino de cara, o de palabra. De palabra y de cara no parece que haya mudado, para Baltasar y Blimunda tampoco de nombre, y si el rey lo hizo hidalgo capellán de su casa y académico de su academia, son de quita y pon esas caras y palabras, que, con el nombre adoptado, quedan en el portalón de la quinta del duque de Aveiro, y no entran, aunque se adivine lo que harían los tres si llegaran a la vista de la máquina, diría el hidalgo que sus trabajos son mecánicos, conjuraría el capellán la obra diabólica allí manifiesta, y por ser eso cosa del futuro se retiraría el académico, para sólo volver cuando fuese cosa pasada. Pues bien, ese día es el día de hoy.