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El italiano se había abrigado a la sombra fresca de un gran plátano, no parecía interesarle lo que le rodeaba, miraba tranquilo las ventanas cerradas del palacio, la cornisa donde crecían hierbas, el canalón de agua por encima del cual pasaban golondrinas rasantes a la caza de insectos. El padre Bartolomeu Lourenço se acercó, llevaba en la mano un pañuelo que había sacado del bolsillo, Sólo con los ojos vendados se llega al secreto, dijo sonriendo, y el músico respondió, en tono igual, Cuántas veces así mismo se vuelve, No será éste el caso, señor Scarlatti, cuidado con el umbral, hay aquí un escalón, ahora, antes de quitarle la venda, quiero decirle que viven aquí dos personas, un hombre, llamado Baltasar Sietesoles, y una mujer, Blimunda, a quien, por vivir con Sietesoles, llamé Sietelunas, son ellos quienes están construyendo la obra que le voy a mostrar, yo les explico lo que deben hacer, ellos lo ejecutan, y, ahora, ya puede quitarse el pañuelo, señor Scarlatti. Sin precipitación, tan tranquilo como antes había estado mirando las golondrinas, el italiano se quitó la venda.

Ante él estaba un ave gigantesca, de alas abiertas, cola en abanico, cuello largo, la cabeza aún por trabajar, por eso no se sabía aún si iba a ser de halcón o de gaviota, Es éste el secreto, preguntó, Éste es, hasta hoy, de tres personas, ahora de cuatro, aquí está Baltasar Sietesoles, y Blimunda no ha de tardar, anda en el huerto. El italiano hizo una leve reverencia dirigida a Baltasar, que respondió con otra más profunda, aunque torpe, que él era mecánico, y además estaba sucio, cubierto de hollín de la fragua, en él sólo brillaba el gancho, del mucho y constante trabajo. Domenico Scarlatti se acercó a la máquina, que se equilibraba sobre unos puntales a los lados, posó las manos sobre una de las alas, como si fuese un teclado, y, singularmente, toda el ave vibró, a pesar de su gran peso, osamenta de madera, laminillas de hierro, mimbre entrelazado, si hay fuerza que levante esto, es que para el hombre nada es imposible, Estas alas son fijas, Así es, Ningún ave puede volar sin batir las alas, A eso Baltasar respondería que basta tener forma de ave para volar, pero yo respondo que el secreto del vuelo no es en las alas donde está, Y no puedo saber yo ese secreto, No puedo hacer más que mostrarle lo que aquí se ve, Esto me basta para agradecérselo, pero, si el ave esta tiene que volar, cómo va a salir si no cabe por la puerta.

Baltasar y el padre Bartolomeu Lourenço se miraron perplejos, y luego hacia fuera. Blimunda estaba allí, en la puerta, con un cesto lleno de cerezas, y respondía, Hay un tiempo para construir y un tiempo para destruir, unas manos asentaron las tejas de este tejado, otras lo echarán abajo, y todas las paredes si es preciso. Ésta es Blimunda, dijo el cura, Sietelunas, añadió el músico. Llevaba ella pendientes de cerezas, las traía así para que lo viera Baltasar, y por eso se acercó a él sonriendo y tendiéndole el cesto, Es Venus y Vulcano, pensó el músico, perdonemos la obvia comparación clásica, qué sabe él cómo es el cuerpo de Blimunda bajo las ropas groseras que viste, y Baltasar no es sólo el tizón negro que parece, aparte de no ser cojo, como Vulcano, sino manco, pero eso también lo es Dios. Y qué más quisiera Venus que tener los ojos que Blimunda tiene, vería así fácilmente en los corazones de los amantes, que en algo ha de prevalecer un simple mortal sobre las divinidades. Y eso sin contar que hay algo en lo que también Baltasar gana a Vulcano, porque si el dios perdió a la diosa, este hombre no perderá a su mujer.

Se sentaron todos en torno de la merienda, metiendo la mano en el cesto a la vez, sin mirar más conveniencias que no atropellar los dedos de los otros, ahora el cepo que es la mano de Baltasar, rasposa como un tronco de olivo, después la mano eclesiástica y blanda del padre Bartolomeu Lourenço, la mano exacta de Scarlatti, Blimunda al fin, mano discreta y maltratada, con las uñas sucias como quien vino de la huerta y anduvo cavando antes de coger cerezas. Tiran todos los huesos al suelo, el rey, si aquí estuviera, haría lo mismo, en pequeñas cosas como ésta se ve que los hombres son iguales. Las cerezas son gruesas, carnosas, algunas vienen picadas por los pájaros, qué cerezal habrá en el cielo para que también pueda ir allá a alimentarse, llegada la hora, este pájaro que aún no tiene cabeza, pero si llega a ser de gaviota o de halcón, pueden los ángeles y los santos confiar en que van a comer las cerezas intactas, pues, como se sabe, estas aves desprecian el vegetal.

Dijo el padre Bartolomeu Lourenço, No voy a revelar el secreto último del vuelo, pero, tal como escribí en la petición y en la memoria, toda la máquina se moverá por obra de una virtud atractiva contraria a la caída de los graves, si yo tiro este hueso de cereza, cae al suelo, ahora bien, la dificultad está en hallar lo que lo haga subir, Y lo ha encontrado, El secreto lo he descubierto yo, en cuanto a encontrar, coger y reunir es trabajo de nosotros tres, Es una trinidad terrestre, el padre, el hijo y el espíritu santo, Baltasar y yo tenemos la misma edad, treinta y cinco años, no podríamos ser padre e hijo naturales, es decir, según la naturaleza, pero sí fácilmente hermanos, aunque, siéndolo, tendríamos que ser gemelos, ahora bien, él nació en Mafra y yo en Brasil, y no nos parecemos en nada, En cuanto al espíritu, Ése sería Blimunda, quizá sea ella quien más cerca esté de ser parte en una trinidad no terrenal, Treinta y cinco años es también mi edad, pero nací en Nápoles, no podríamos ser una trinidad de gemelos, y Blimunda, qué edad tiene, Tengo veintiocho, y sin hermano o hermana, y diciendo esto alzó Blimunda los ojos, casi blancos en la semipenumbra del cobertizo, y Domenico Scarlatti oyó resonar en sí la cuerda grave de un arpa. Ostensivamente, Baltasar levantó el cesto casi vacío con su gancho, y dijo, Se acabó la merienda, vamos a trabajar.

El padre Bartolomeu Lourenço acercó una escalera al pájaro, Señor Scarlatti, venga si quiere ver por dentro mi máquina de volar. Subieron ambos, el cura llevaba el dibujo, y, allá dentro, andando sobre lo que parecía la cubierta de un barco, explicó las posiciones y funciones de las diversas partes, los alambres con el ámbar, las esferas, las laminillas de hierro, repitiendo que todo operaría por atracción mutua, pero no habló del sol ni de lo que contendrían las esferas, aunque el músico preguntó, Qué es lo que atraerá al ámbar, Quizá Dios, en quien toda fuerza reside, respondió el cura, Y el ámbar, a qué atraerá, A lo que habrá en las esferas, Éste es el secreto, Sí, éste es el secreto, Es mineral, vegetal o animal, No es ni mineral, ni vegetal, ni animal, Todo es mineral, vegetal o animal, No todo, hay cosas que no lo son, la música, por ejemplo, Padre Bartolomeu de Gusmão, no me dirá que esas esferas van a contener música, No, pero quién sabe si con ella ascendería también mi máquina, tengo que pensarlo, en realidad poco falta para que ascienda yo en el aire cuando le oigo tocar el clavicordio, Es un chiste, Menos de lo que parece, señor Scarlatti.