Se alejaron los dos algunos pasos, luego se paró Blimunda, Está usted enfermo, padre Bartolomeu Lourenço, tiene la cara blanca, ojeras, ni siquiera le ha alegrado la noticia, Sí me alegró, Blimunda, me alegró, pero las noticias del destino son siempre medias noticias, lo que vale es lo que viene mañana, el hoy es siempre nada, Dénos su bendición, padre, No puedo, no sé en nombre de qué Dios os la iba a dar, bendecíos el uno al otro, eso basta, ojalá todas las bendiciones fuesen como ésa.
Dicen que anda el reino mal gobernado, que no hay justicia, y no comprenden que la justicia está como debe estar, con su venda en los ojos, su balanza y su espada, qué más quisiéramos, y era lo que faltaba, que ser los tejedores de la venda, contrastar las pesas y bruñir la espada, constantemente remendando los agujeros, restituyendo las pérdidas de peso, pasando el filo por la muela y, en definitiva, preguntando al ajusticiado si va contento de la justicia que le hacen, ganado o perdido el pleito. De los juicios del Santo Oficio no se habla aquí, que ése tiene los ojos bien abiertos, en vez de balanza, una rama de olivo, y una espada afilada que hace que la otra parezca roma y mellada. Hay quien cree que la ramita es oferta de paz, cuando está muy claro que se trata del primer garrancho de la futura hoguera, o te corto, o te quemo, por eso, puestos a faltar a la ley, más vale apuñalar a la mujer, por sospecha de infidelidad, que no honrar a los fieles difuntos, la cuestión es tener padrinos que disculpen el homicidio y mil cruzados que poner en la balanza, que para eso la lleva en la mano la justicia. Castíguese a los negros, y a los villanos, para que no se pierda el valor del ejemplo, pero hónrese a la gente de bien y de bienes, sin exigirle que pague las deudas contraídas, que renuncie a la venganza, que enmiende el odio, y, corriendo pleitos, por no poderse evitar del todo, vengan embrollos, trapacerías, apelaciones, pragmáticas, amaños y evasivas, para que venza tarde quien por justa justicia debiera vencer pronto, para que tarde pierda quien debiera perder de inmediato. Y, entre tanto, se van ordeñando las ubres de la buena leche que es el dinero, requesón precioso, supremo queso, manjar de alguaciles y procuradores, de abogados y fiscales, de testigos y juzgadores, si falta alguien es porque lo olvidó el padre Antonio Vieira y no lo recuerda ahora. Éstas son las justicias visibles. De las invisibles, lo menos que se podría decir es que son ciegas y desastradas, como quedó definitivamente demostrado con el naufragio del barco en el que venían de cazar de la otra orilla del Tajo el infante Don Francisco y el infante Don Miguel, hermanos ambos del rey, vino sobre ellos, sin avisar, una racha de viento y viró la vela, el caso fue que murió ahogado Don Miguel y se salvó Don Francisco, cuando en honrada justicia debería de ser lo contrario, conocidas como son las maldades de éste, intentando extraviar a la reina, codiciando el trono del rey, disparando contra los marineros, al paso que del otro no constan, o son inferiores en calidad. Pero no debemos juzgar con liviandad, quién sabe si no se arrepintió ya Don Francisco, quién sabe si no habrá pagado Don Miguel con la vida el haber puesto cuernos al patrón de la barca, o revolcarle a la hija, que la historia de las familias reales está llena de acciones de éstas.
Lo que sí se ha sabido al fin es que el rey ha perdido el pleito en que andaba, no él en persona, sino la corona, con el duque de Aveiro, desde mil seiscientos cuarenta, durante más de ochenta años metidas en tribunales las dos casas, la casa de Aveiro y la casa real, y no se trataba de un quitamealláesaspajas, no era cuestión de aguas o servidumbres, doscientos mil cruzados de renta, imagínense, tres veces los derechos que el rey cobra por los negros que van a las minas del Brasil. Al fin siempre hay justicia en este mundo, y, por haberla, va a tener el rey que restituir ahora al duque todos sus bienes, incluyendo la quinta de San Sebastián da Pedreira, llave, pozo, pomar y palacio, que al padre Bartolomeu Lourenço poco importan, lo peor es el chamizo de los aperos. Pero no vienen juntos todos los males, ha llegado la sentencia en buen tiempo, pues está rematada y dispuesta la máquina de volar, ya puede dar cuenta al rey, que tantos años esperó sin que se alterase su real paciencia, siempre afable de modos, siempre benévolo, pero ahora está el cura en aquella conocida situación del creador que no sabe separarse de su criatura, del soñador que va a perder su sueño, Cuando vuele la máquina, qué voy yo a hacer luego, cierto es que no le faltan ideas de invención, el carbón hecho de barro y zarzas, un nuevo sistema de molienda para los ingenios de azúcar, pero la passarola era su suprema invención, jamás habrá alas que igualen a éstas, excepto, las más poderosas de todas, las que nunca fueron sometidas a prueba de vuelo.
En San Sebastián da Pedreira, Baltasar y Blimunda quieren saber qué rumbo han de dar a la vida, que no tardarán los criados del duque de Aveiro en tomar posesión de la finca, Lo mejor sería que nos volviéramos a Mafra. Pero el padre dice que no, que hablará al rey un día de éstos, se probará entonces la máquina, y, si todo va bien, como espera, para todos habrá gloria y provecho, la fama llevará a todas las partes del mundo la noticia de la hazaña portuguesa, y con la fama vendrá la riqueza, Lo que sea mío es de los tres, que sin tus ojos, Blimunda, no habría passarola, ni sin tu mano derecha y tu paciencia, Baltasar. Pero el cura anda inquieto, se diría que no cree en lo que dice, o tiene lo que dice tan poco valor que no le alivia otras inquietudes, por eso Blimunda pregunta, en voz muy baja, es de noche, la fragua está apagada, la máquina sigue aún allí pero parece ausente, Padre Bartolomeu Lourenço, de qué tiene miedo, y el cura, así interpelado directamente, se estremece, se levanta agitado, va hasta la puerta, mira hacia fuera, y, habiendo vuelto, responde en voz baja, Del Santo Oficio. Se cruzan las miradas de Blimunda y Baltasar, y él dice, No es pecado, que yo sepa, querer volar, ni herejía, hace aún quince años hizo volar un globo en palacio, y de eso no le vino ningún mal, Un globo no es nada, respondió el cura, pero si vuela ahora la máquina, tal vez el Santo Oficio considere que hay en ello arte demoníaca, y cuando quieran saber qué partes hacen navegar la máquina por los aires, no podré responderles que hay voluntades humanas dentro de las esferas, para el Santo Oficio no hay voluntades, hay sólo almas, dirán que tenemos presas a las almas cristianas, impidiéndoles así subir al paraíso, bien sabéis que, en queriendo el Santo Oficio, son malas todas las razones buenas, y buenas todas las razones malas, y cuando unas y otras falten, allá están los tormentos del agua y del fuego, del potro y de la polea, para hacerlas nacer de la nada a discreción, Pero, estando el rey de nuestro lado, el Santo Oficio no va a ir contra el gusto y la voluntad de su majestad. El rey, siendo el caso dudoso, sólo hará lo que el Santo Oficio le diga que haga.
Volvió Blimunda a preguntar, De qué tiene más miedo, padre Bartolomeu Lourenço, de lo que pueda ocurrir o de lo que está ocurriendo, Qué quieres decir, Que quizá ya se esté acercando el Santo Oficio como se aproximó a mi madre, que conozco muy bien las señales, es como un aura que envuelve a quienes se han vuelto sospechosos a los ojos de los inquisidores, aún no saben de qué van a ser acusados y ya parecen culpables, Yo sí sé de qué me acusarán, si llega mi hora, dirán que me he convertido al judaísmo, y es verdad, dirán que me entrego a hechicerías, y es también verdad si hechicería es esta passarola y otras artes en las que no paro de meditar, y con lo que acabo de decir estoy en vuestras manos y perdido estaré si me denunciáis. Dijo Baltasar, Pierda yo la otra mano si tal hago. Dijo Blimunda, Si tal hago, que no pueda cerrar los ojos nunca y que siempre vean como en ayuno constante.