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Domenico Scarlatti había pedido licencia al rey para ir a ver las obras del convento. Lo recibió el vizconde en su casa, no porque fuera excesivo su amor por la música, sino porque, siendo el italiano maestro de la capilla real y profesor de la infanta Doña María Bárbara, resultaba, por así decirlo, una emanación corpórea del palacio. Nunca se sabe cuándo agasajos traen mercedes y, no siendo la casa del vizconde hospedería, vale la pena en todo caso hacer el bien mirando a quien. Tocó Domenico Scarlatti en el clavicordio desafinado del vizconde, por la tarde lo oyó la vizcondesa teniendo en el regazo a su hija Manuela Xavier, de sólo tres años, de cuantos estaban en el salón la más atenta fue ella, agitaba los deditos como veía hacer a Scarlatti, cosa que acabó irritando a la madre, que la pasó a los brazos del ama. No va a haber mucha música en la vida de esta chiquilla, por la noche estará durmiendo mientras Scarlatti toca, morirá al cabo de diez años, y será enterrada en la iglesia de San Andrés, donde aún está, si en el mundo hay lugar y camino para prodigios y maravillas, tal vez bajo la tierra le lleguen las músicas que el agua estará tecleando en el clavicordio que fue tirado al pozo de San Sebastián da Pedreira, si sigue habiendo pozo, que el fin de los manantiales es secarse y después se llenan las minas de escombros.

Salió el músico a visitar el convento y vio a Blimunda, disimuló uno, el otro disimuló, que en Mafra no habría vecino que no se sorprendiera, y sorprendiéndose no hiciese luego juicios incómodos, si viese a la mujer de Sietesoles conversando de igual a igual con un músico que está en casa del vizconde, qué habrá venido este hombre a hacer aquí, habrá venido a ver las obras del convento, para qué, si no es ni albañil ni arquitecto, para organista todavía el órgano nos falta, la razón ha de ser otra, Vine a decirte, y a Baltasar, que el padre Bartolomeu de Gusmão ha muerto en Toledo, que es España, adonde había huido, dicen que loco, y como no se hablaba ni de ti ni de Baltasar decidí venir a Mafra para ver si estabais vivos. Blimunda unió las manos, no como si rezase, sino como quien estrangula sus dedos, Murió, Ésa es la noticia que ha llegado a Lisboa, Aquella noche, cuando la máquina cayó en la sierra, el padre Bartolomeu Lourenço huyó de nosotros y nunca más volvió, Y la máquina, Allí sigue, qué haremos con ella, Cuidadla, cuidadla, puede que vuelva a volar un día, Y cuándo murió el padre Bartolomeu Lourenço, Dicen que el diecinueve de diciembre, como si fuera una señal, hubo en Lisboa aquel día un gran temporal, si el padre Bartolomeu de Gusmão fuese santo, sería un signo de los cielos, Qué es ser santo, señor Escarlata, Qué es ser santo, Blimunda.

Al día siguiente, Domenico Scarlatti partió para Lisboa. En una revuelta del camino, fuera ya de la villa, lo esperaban Blimunda y Baltasar, éste había perdido un jornal por despedirlo. Se acercaron al coche como quien va a pedir limosna, Scarlatti mandó parar y les tendió las manos, Adiós, Adiós. A lo lejos se oía el estampido de las cargas de pólvora, parece una fiesta, el italiano va triste, no es extraño, si viene de la fiesta, pero tristes van los otros también, quién lo diría si vuelven a la fiesta.

En su trono entre el brillo de las estrellas, con su manto de noche y soledad, tiene a sus pies el mar nuevo y las muertas eras el único emperador que en verdad tiene el globo del mundo en su mano, este tal fue el infante Don Enrique, conforme lo cantará un poeta no nacido aún *, cada uno tiene sus simpatías, pero si es del globo del mundo de lo que se trata, y de imperio y de lo que los imperios dan, hace el infante Don Enrique flaca figura comparado con este Don Juan, quinto ya se sabe de su nombre en el orden de los reyes, sentado en un sitial de palosanto, para más cómodo estar y con mayor sosiego atender al contador que va escriturando en un rol los bienes y riquezas, de Macao las sedas, las estofas, las porcelanas, las lacas, el té, la pimienta, el cobre, el ámbar gris, el oro, de Goa los diamantes en bruto, los carbunclos, las perlas, la canela, más pimienta, los paños de algodón, el salitre, de Diu las alfombras, los muebles de taracea, las colchas bordadas, de Melinde el marfil, de Mozambique negros, oro, de Angola más negros, pero éstos no tan buenos, marfil, ése sí, el mejor de la parte occidental de África, de Santo Tomé la madera, la harina de mandioca, las bananas, los ñames, las gallinas, los carneros, los cabritos, el índigo, el azúcar, de Cabo Verde algunos negros, la cera, el marfil, los cueros, aclarando que no todo marfil es de elefante, de Azores y Madeira los paños, el trigo, los licores, los vinos secos, los aguardientes, las cascas de limón escarchadas, las frutas, y de los lugares que han de ser el Brasil, el azúcar, el tabaco, el copal, el índigo, la madera, los cueros, el algodón, el cacao, los diamantes, las esmeraldas, la plata, el oro, que sólo de éste llega al reino, un año por otro, el valor de doce a quince millones de cruzados, en polvo y amonedado, aparte del otro, y aparte también del que se va al fondo o se llevan los piratas, claro está que todo esto no es ingreso de la corona, rica sí, pero no tanto, no obstante, sumado todo, de dentro y de fuera, entran en las arcas del rey más de dieciséis millones de cruzados, sólo los derechos de paso de los ríos por donde se va a Minas Gerais rinden treinta mil cruzados, tanto trabajo tuvo Dios para abrir los cauces por donde las aguas habían de correr y viene ahora un rey portugués a cobrar un peaje ganancioso.

Medita Don Juan V en lo que va a hacer con tan grandes sumas de dinero, con tan extrema riqueza, medita hoy y meditó ayer, y concluye siempre que el alma debe ser la primera consideración, por todos los medios debemos preservarla, sobre todo cuando la pueden consolar también las amenidades de la tierra y del cuerpo. Vaya pues al fraile y a la monja lo necesario, vaya también lo superfluo, porque el fraile me pone en primer lugar en todas sus oraciones, porque la monja me alegra las sábanas y otras partes, y a Roma, si con buen dinero le pagamos para tener el Santo Oficio, vaya más de lo que pide por menos cruentos beneficios, a cambio de embajadas y presentes, y si de esta pobre tierra de analfabetos, de rústicos, de toscos artífices no se pueden esperar supremas artes y oficios, búsquense en Europa para mi convento de Mafra, pagándoles con el oro de mis minas y haciendas, los rellenos y ornamentos que dejarán, como dirá el fraile historiador, ricos a los artífices de allá, y a nosotros admirados, viendo los ornamentos y rellenos. De Portugal no se requiere más que piedra, ladrillos y leña de quemar, y hombres para la fuerza bruta, ciencia poca. Si el arquitecto es alemán, si italianos los maestros de los carpinteros y de los albañiles y de los canteros, si mercaderes ingleses, franceses, holandeses y otras reses todos los días nos venden y nos compran, es muy lógico que vengan de Roma, de Venecia, de Milán y de Génova, de Lieja y de Francia, y de Holanda las campanas y los carillones, y las lámparas, los velones, los candelabros, los colgantes, los grandes veladores de bronce, y los cálices, las custodias de plata sobredorada, los sagrarios y las estatuas de los santos de que el rey es más devoto, y los paramentos de los altares, los frontales, las dalmáticas, las planetas, las pluviales, los cordones, los doseles, los palios, las albas de peregrinas, los encajes y tres mil tablones de nogal para los cajones de la sacristía y sillería del coro, por ser madera muy estimada para ese fin por San Carlos Borromeo, y de los países del norte navíos enteros cargados de madera para andamios, cobertizos y barracones, y cuerdas y amarras para los cabrestantes y roldanas, y del Brasil tablas de angelín, incontables, para las puertas y ventanas del convento, para el suelo de celdas, dormitorios, refectorio y demás dependencias, incluyendo las rejas de los espulgaderos, por ser madera incorruptible, no como este quebradizo pino portugués, que sólo sirve para hacer hervir las cazuelas y sentarse en él gente de poco peso y aliviada de bolsillos. Desde que en la villa de Mafra, va ya para ocho años, se puso la primera piedra de la basílica, ésa de Pêro Pinheiro, gracias a Dios, toda Europa se vuelve consolada hacia nosotros, hacia el dinero que recibieron por adelantado, mucho más aún hacia el que cobrarán vencido cada plazo y acabada la obra, él es los aurífices de oro y plata, él es los fundidores de campanas, él es los escultores de estatuas y relieves, él es los tejedores, él es las encajeras y bordadoras, él es los entalladores, él es los relojeros, él es los pintores, él es los cordoneros, él es los aserradores y madereros, él es los pasamaneros, él es los tenedores y repujadores de cueros, él es los tapiceros, él es los transportistas, él es los armadores de navíos, y, ya que la vaca que tan dócilmente se deja ordeñar no puede ser nuestra, o mientras no lo sea, dejémosla quedar con los portugueses, que poco tardarán en comprarnos de fiado un cuartillo de leche para hacer merengues y golosinas, Si quiere repetir su majestad, no tiene más que decirlo, advierte la madre Paula.