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va a beber, pero no se embriagará. Bebe desde que supo de la muerte del padre Bartolomeu Lourenço, triste muerte, fue una conmoción muy grande, como un terremoto profundo que le hubiera rasgado los cimientos, dejando fuera, en la superficie, las paredes aplomadas. Bebe porque constantemente recuerda la passarola, allá en la sierra del Barregudo, en una ladera del Monte Junto, quién sabe si la habrán encontrado ya los contrabandistas o los pastores, y sólo de pensarlo sufre como si estuvieran torturándolo en el potro. Pero, bebiendo, llega siempre un momento en que siente en su hombro la mano de Blimunda, no precisa nada más, está Blimunda tranquila en casa, Baltasar coge la jarra del vino, cree que va a beberlo como bebió los otros, pero la mano le toca el hombro, y una voz le dice, Baltasar, y la jarra vuelve a la mesa intacta, los amigos saben que ese día no va a beber más. Se quedará callado, escuchando sólo, mientras el sopor del vino se desvanece lentamente y las palabras de los otros vuelven a tener sentido aunque sea el de la misma y repetida historia, Me llamo Francisco Marques, nací en Cheleiros, aquí, cerca de Mafra, a unas dos leguas, tengo mujer y tres hijos pequeños, toda mi vida la he pasado trabajando a jornal, y, como no veía modo de salir de la miseria, decidí venir a trabajar para el convento, que fue un fraile de allá, de mi tierra, quien me dijo que viniera, eso por lo que oí decir, que yo entonces era un chiquillo, más o menos como tu sobrino ahora, pero la verdad es que no tengo motivos de queja, Cheleiros no está lejos, de vez en cuando le doy un poco de movimiento a las piernas, las dos que andan y la de en medio, el resultado es que la mujer está preñada otra vez, el dinero que ahorro allá se queda, pero los pobres tenemos que comprarlo todo, no nos viene nada de la India o de Brasil, ni tenemos empleos ni encomiendas en palacio, qué puedo hacer con los doscientos reales de jornal, tengo que pagar lo que como aquí y la jarra de vino que me bebo, la buena vida es para los dueños de las posadas, y si es verdad que vinieron obligados de Lisboa muchos de ellos, yo por necesidad vivo y necesitado sigo, Mi nombre es José Pequeno, no tengo padre ni madre, ni mujer que sea mía, ni siquiera sé si éste es mi verdadero nombre o si tuve otro antes, aparecí en una aldea junto a Torres Vedras y el párroco me bautizó, José es mi nombre de pila, lo de Pequeno me lo pusieron después, porque no crecí mucho, con esta chepa a cuestas ninguna mujer me quiso para vivir, y todas me piden más por ponerme encima de ellas, no tengo otra compensación, ven aquí, y ahora, vete, cuando sea viejo ya ni para eso sirvo, si vine a Mafra es porque me gusta trabajar con los bueyes, los bueyes andan prestados en este mundo, como yo, no somos de acá, Me llamo Joaquim da Rocha, nací en el término de Pombal, y allá está la familia, sólo mujer, hijos tuve cuatro, pero todos murieron antes de cumplir diez años, dos de la viruela, los otros no sé de qué, con la sangre chupada, tenía allá una tierra en aparcería, pero no daba para comer, entonces le dije a la mujer, me voy a Mafra, es trabajo seguro y por muchos años, mientras dure, duró, ahora hace ya seis meses que no voy por casa, y puede que no vuelva más, mujeres no faltan, y la mía debía de ser de mala raza para parir así cuatro hijos y dejarlos morir a todos, Me llamo Manuel Milho, vengo de la parte de Santarem, un día pasaron por allá los oficiales del corregidor con un pregón de que había buen jornal en estas obras de Magra, y aquí me vine, con algunos más, dos de los que vinieron conmigo se quedaron en aquel derrumbe de tierras que hubo el año pasado, no me gusta esto, y no porque hayan muerto dos paisanos, que el hombre no puede elegir dónde ha de morir, salvo si es él quien elige su propia muerte, sino porque echo en falta el río de mi tierra, bien sé que agua la hay en el mar de sobra, se ve desde aquí, pero a ver qué puede hacer un hombre en esa inmensidad, siempre las olas batiendo contra las piedras, siempre contra la arena, mientras que el río corre entre sus márgenes, es como una procesión penitente, él arrastrándose, y nosotros de pie, mirando, somos como los fresnos y los chopos, y cuando uno quiere ver cómo está su cara, si ha envejecido mucho, el agua es el espejo que pasa y está parado, y nosotros también estamos parados y vamos pasando, de dónde me vienen estas cosas a la cabeza, yo no sé decirlo, Mi nombre es João Anes, vine de Porto y soy tonelero, también para construir un convento se precisan toneleros, quién iba si no a concertar las duelas y a hacer cubas y tinas, si un albañil está en el andamio y le hacen llegar el cubo de la masa, tiene que mojar las piedras con la escobilla para que agarren bien, la que ya está y la que va a asentarse, y para eso tiene que tener el balde, y dónde van a beber los animales, pues beben en las tinas, y quién hace las tinas, pues los toneleros, no es por alabanza pero no hay oficio como el mío, hasta Dios fue tonelero, mirad esa gran tina que es el mar, si la obra no fuera perfecta, si las duelas no estuvieran bien ajustadas, entraría el mar tierra adentro y ya teníamos otro diluvio encima, sobre mi vida no tengo mucho que decir, dejé a la familia en Porto, y allá se las van arreglando, hace dos años que no veo a mi mujer, a veces sueño que estoy acostado con ella, pero si soy yo, no tengo mi cara, al día siguiente no adelanto en el trabajo, me gustaría verme completo en el sueño, en vez de aquella cara sin boca, sin ojos y sin nariz, qué cara estará mi mujer viendo ahora, no sé, pero me gustaría que fuera la mía, Mi nombre es Julián Maltiempo, soy del Alentejo y he venido a trabajar a Mafra por causa de las grandes hambres que hay en mi provincia, ni sé cómo queda allí nadie vivo, si no fuera porque nos hemos acostumbrado a comer hierbas y bellotas ya habría muerto todo el mundo, es una pena ver una tierra tan grande, eso sólo puede saberlo quien haya pasado por allí, y no hay más que un erial, pocas son las tierras trabajadas y sembradas, el resto sólo matojos y soledad, y es un país de guerras, con los españoles entrando y saliendo como de cacería, ahora está en paz todo aquello, a ver por cuánto tiempo, que los reyes y los hidalgos cuando no andan corriéndonos y matándonos a nosotros corren y matan la caza, por eso ay del pobre a quien cojan con un conejo en el saco, aunque lo haya encontrado ya muerto en el monte de enfermedad o de vejez, lo menos que le puede suceder es una docena de zurriagazos en las costillas, para que aprenda que Dios hizo los conejos para diversión y hartazgo de señores, y aún valdrían la pena los zurriagazos si pudiéramos quedarnos con la caza, si me vine a Mafra fue porque el párroco del pueblo predicaba en la iglesia que quien viniera a trabajar para el rey sería criado suyo, bueno, no exactamente, pero como si lo fuera, y que los criados del rey, decía el cura, no sufren privaciones de boca y andan siempre con las carnes tapadas, aún mejor que en el paraíso, porque si es cierto que Adán, no teniendo quien le disputara la pitanza, comía a su gusto y conforme a apetito, ya de vestidos andaba peor, al fin resultó que todo era mentira, no hablo del paraíso, que no soy de aquel tiempo, pero de Mafra sí, que si no muero de hambre es porque gasto cuanto gano, roto ando como andaba, y, en cuanto a ser criado del rey, aún espero no morir sin ver la cara de mi amo, a no ser que me muera de estar tanto tiempo lejos de la familia, un hombre, si tiene hijos, también se alimenta de verles la cara, ojalá se alimentaran ellos de ver la nuestra, es el destino, acabamos la vida mirándonos los unos a los otros, quién eres tú, qué has venido a hacer aquí, quién soy yo y qué hago, ya pregunté y no obtuve respuesta, no, ningún hijo mío tiene los ojos azules, pero tengo la seguridad de que todos son míos, esto de los ojos azules es cosa que aparece de vez en cuando en la familia, ya mi abuela los tenía así, Mi nombre es Baltasar Mateus, todos me conocen por Sietesoles, José Pequeno sabe por qué le llaman así, pero yo no sé desde cuándo y por qué nos metieron los siete soles en casa, si fuésemos siete veces más antiguos que el único sol que nos alumbra, entonces deberíamos ser nosotros los reyes del mundo, en fin éstas son charlas locas de quien ya estuvo cerca del sol y ahora ha bebido de más, si me oís decir cosas insensatas, o es del sol que llevo encima, o del vino que llevo dentro, lo que sí es cierto es que nací aquí, hace cuarenta años, mi madre ha muerto, se llamaba Marta María, mi padre apenas puede andar, creo que le están naciendo raíces en los pies, o es que el corazón busca ya descanso en la tierra, teníamos por ahí unas tierras, como Joaquim da Rocha, pero, con tanto terraplenar, ya ni el sitio sé, hasta yo llevé en mi carretilla alguna de aquella tierra que fue mía, quién habría de decirle a mi abuelo que un nieto suyo iba a tirar aquella tierra que fue cavada y sembrada, ahora le ponen un torreón encima, son vueltas que da la vida, la mía tampoco ha dado pocas, siendo mozo cavé y sembré para los labradores, nuestra tierra era tan pequeña que mi padre daba cuenta del trabajo y aún le quedaba tiempo de trabajar a jornal, bien, hambre, lo que se dice hambre, nunca pasamos, pero hartura o suficiencia nunca supimos lo que era, después fui a la guerra del rey, allá quedó mi mano izquierda, sólo más tarde supe que, sin ella, empezaba a ser igual a Dios, y como ya no servía para la guerra, volví a Mafra, pero antes estuve unos años en Lisboa, y sólo esto y nada más, Y en Lisboa, qué hiciste, preguntó João Anes, que era, de todos, el único oficial de oficio, Estuve en el matadero del Terreiro do Paço, pero era sólo para carretear la carne, Y cuándo estuviste cerca del sol, eso quiso saber Manuel Milho, probablemente por ser él quien solía contemplar el río pasando, Eso, fue una vez que subí a una sierra muy alta, tan alta que extendiendo el brazo tocaba el sol, ni sé si perdí la mano en la guerra o si el sol me la quemó, Y qué sierra era, en Mafra no hay sierras que lleguen al sol, y en el Alentejo tampoco, que el Alentejo lo conozco bien, preguntó Julián Maltiempo, Quizá haya sido una sierra que aquel día estaba alta y ahora está baja, Si para arrasar un monte de éstos son precisas tantas cargas de pólvora, para rebajar una sierra alta se gastaba toda la que hay en el mundo, dijo Francisco Marques, el que primero había hablado, y Manuel Milho insistió, Llegar cerca del sol, sólo volando como los pájaros, allá, a orillas del río, se ven a veces unos milanos que van subiendo, subiendo, dando vueltas, y luego desaparecen, quedan tan pequeños que ya no se pueden ver, y entonces van al sol pero nosotros no sabemos ni el camino por donde se llega, ni la puerta por donde se entra, pero tú eres hombre, no tienes alas, A no ser que seas brujo, dijo José Pequeno, como una de mi pueblo que se untaba con ungüentos, se ponía a caballo de una escoba e iba de noche de un sitio a otro, eso decían, que yo, ver, nunca la vi, No soy brujo, decid cosas como ésas y me lleva el Santo Oficio, y tampoco nadie me ha oído decir que volara, Pero has dicho que estuviste cerca del sol, y aún más, que empezaste a ser igual a Dios después de haberte quedado sin mano, si esa herejía llega a oídos del Santo Oficio no hay quien te salve, Nos salvaríamos todos si nos hiciéramos iguales a Dios, dijo João Anes, Si nos hiciéramos iguales a Dios podríamos juzgarlo por no haber recibido de él esa igualdad, dijo Manuel Milho, y Baltasar explicó al fin, con gran alivio al ver que no se hablaba ya del volar, Dios no tiene mano izquierda porque es a su diestra donde sienta a sus elegidos, y como los condenados van al infierno, a la izquierda de Dios no queda nadie, ahora bien, si allá no queda nadie, para qué iba a querer Dios la mano izquierda si la mano izquierda no sirve, esto quiere decir que no existe, mi mano no sirve porque no existe, es la única diferencia, Tal vez la izquierda de Dios sea otro dios, quizá Dios esté sentado a la derecha de otro dios, quizá Dios sea sólo un elegido de otro dios, quizá seamos todos dioses sentados, de dónde me vienen estas cosas a la cabeza, no sé, dijo Manuel Milho, y Baltasar remató, Entonces soy yo el último de la fila, a mi izquierda no puede sentarse nadie, conmigo se acaba el mundo, De dónde vienen estas cosas a las cabezas de estos rústicos, analfabetos todos, menos João Anes, que tiene algunas letras, es cosa que no sabemos.