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Se unió João Elvas a la tropa de vagabundos, más sabedor de cortes que todos ellos, y no fue muy bien recibido, limosna dividida por cien no es igual a limosna que entre ciento uno se divida, pero el gran cayado que lleva al hombro como una lanza, y cierta marcialidad de paso y gesto, acabaron por intimidar a la cuadrilla. Andada medía legua, todos eran hermanos. Cuando llegaron a Pegões ya el rey estaba comiendo, un tentempié, pato estofado con membrillo, unos pastelillos de tuétano, olla mora, lo que basta para llenar el hueco de un diente. Entre tanto cambiaron los caballos. La turba de pordioseros se juntó a la puerta de las cocinas, armó su coro de padrenuestros y avemarías, y al fin comió de un caldero. Algunos, sólo porque comieron hoy, se quedaron allí, tumbados, imprevisores. Otros, aunque hartos, sabiendo que el pan de ahora no mata el hambre de ayer, y mucho menos la de mañana, siguieron la pitanza que ya iba de camino. João Elvas, por sus propias razones, puras e impuras, se fue con ellos.

Hacia las cuatro de la tarde llegó el rey a Vendas Novas, hacia las cinco, João Elvas. Pronto se hizo de noche, el cielo se cargó, parecía que alzando el brazo se llegaba a las nubes, creo que esto ya lo dijimos una vez y cuando, a la hora de la cena, distribuyeron la manduca, prefirió el antiguo soldado proveerse de alimentos sólidos para ir a comerlos solo y en paz bajo un alpendre, o al abrigo de un carro de labor, si es posible lejos de la charla de los pedigüeños. Parece no tener que ver la amenaza de lluvia con el deseo de aislamiento de João Elvas, es no pensar en cuánto hay de extraño en algunos hombres, solos toda la vida y que aman la soledad, mucho más si está lloviendo y es duro el mendrugo.

A las tantas, no sabía João Elvas si estaba despierto o si se había quedado dormido, sintió un rumor en la paja, alguien que se acercaba llevando un candil en la mano. Por el color y calidad de la media y el calzón, por la tela de la capa, por la lacería de los zapatos, comprendió João Elvas que el visitante era hidalgo, y pronto reconoció a aquel que tan seguras informaciones le había dado desde lo alto de la cerca. Jadeante y quejumbrosa, se sentó la noble persona, Estoy cansado de buscarte, recorrí todo Vendas Novas, dónde está João Elvas, dónde está João Elvas, nadie me sabía dar respuesta, por qué los pobres no se dicen unos a los otros quiénes son, en fin, ya te he encontrado, venía a contarte cómo es el palacio que el rey mandó hacer para pasar la noche, durante diez meses han estado trabajando en él noche y día, sólo para el trabajo nocturno se gastaron más de diez mil antorchas, y por aquí deben de andar más de dos mil hombres entre pintores, herreros, entalladores, ensambladores, sirvientes, soldados de infantería y caballería, y sabes tú que la piedra de los muros vino de tres leguas de distancia, las carretas de transporte pasaron de quinientas, y hubo otras de menor porte, así vino todo lo necesario, cal, vigas, tablas, sillares, ladrillos, tejas, clavijas, herrajes, y los caballos de tiro fueron más de doscientos, mayor que esto sólo el convento de Mafra, no sé si lo conoces, pero ha valido la pena y el trabajo, y también el dinero, te digo, en confianza, pero no se lo digas a nadie, que en este palacio y en la casa que viste en Pegões se gastó un millón de cruzados, sí, un millón, claro, tú no imaginas lo que es un millón de cruzados, João Elvas, pero no seas mezquino, ni siquiera sabrías qué hacer con tanto dinero, pero el rey lo sabe muy bien, aprendió desde niño, los pobres no saben gastar, los poderosos sí, lo que ahí han metido en pinturas y adornos, con alojamientos para el cardenal y para el patriarca, y tiene camas con dosel, gabinete y cámara para el señor Don José, y aposentos iguales para la infanta Doña María Bárbara, para cuando pase por aquí, y las dos alas, una es para la reina, otra para el rey, así estarán a gusto, no tienen por qué dormir apretados, en todo caso, amplitud de cama como la tuya raramente se ve, parece que tienes la tierra entera para tu uso, ahí roncando como un puerco, con perdón, con los brazos y las piernas abiertos sobre la paja, el capote encima, y no hueles a rosas precisamente, João Elvas, como nos volvamos a encontrarte traigo un frasquito de agua de Hungría, y éstas son las noticias todas que quería darte, no olvides que el rey sale para Montemor a las tres y media de la mañana, si quieres ir con él, no te quedes dormido.