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Pasamos ya Pinteus, vamos camino de Fanhões, dieciocho estatuas en dieciocho carros, yuntas de bueyes a proporción, hombres a las cuerdas en la cuenta de lo ya sabido, pero ésta no es aventura comparable con la de la piedra de Benedictione, son cosas que sólo pueden ocurrir una vez en la vida, si el ingenio no ingeniara maneras de hacer fácil lo difícil más valía haber dejado el mundo en su barbarie primigenia. La gente de los pueblos sale a los caminos a festejar el paso, sólo se sorprende al ver a los santos tumbados, y tienen razón, que más hermoso y edificante espectáculo darían las sacras figuras viajando de pie sobre los carros como si fuesen en andas, hasta los más bajitos, que no llegan a tres metros, medida nuestra, serían vistos de lejos, y qué no harían los dos de delante, San Vicente y San Sebastián, de casi cinco metros de altura, gigantones atléticos, hércules cristianos, campeones de la fe, mirando desde lo alto el vasto mundo, por encima de las cercas y de las copas de los olivos, entonces sí, sería esto religión que en nada desmerecería frente a la griéga y la romana. En Fanhões se paró el cortejo porque los vecinos quisieron saber, nombre por nombre, quiénes eran los santos que allí iban, pues no todos los días se recibe, aunque sea de paso, a visitantes de semejante tamaño corporal y espiritual, que una cosa es el cotidiano tránsito de materiales de construcción, y otra, pocas semanas hace, el interminable cortejo de campanas, más de cien, que han de resonar en las torres de Mafra para imperecedera memoria de estos acontecimientos, y otra, aún, este panteón sagrado. Fue el párroco del pueblo llamado como cicerone pero se lió, porque no todas las estatuas tenían visible el nombre en el pedestal, y, en muchos casos, de ahí no pasaba la ciencia identificadora del cura, una cosa es ver de inmediato que éste es San Sebastián, y otra sería decir, de coro y salteado, Amados hijos, el santo que aquí veis es San Félix de Valois, que fue educado por San Bernardo, que va allí delante, y fundó, con San Juan de Mata, que viene ahí atrás, la orden de los Trinitarios, instituida para rescatar a los esclavos de manos de los infieles, ved qué admirables historias se cuentan en nuestra santa religión, Ah, ah, ah, ríe el pueblo de Fanhões, y cuándo vendrá una orden para rescatar a los esclavos de manos de los fieles.

Vistas las dificultades, fue el cura al gobernador de este transporte y pidió consulta de los papeles de exportación que habían venido de Italia, sutileza que le valió recuperar su quebrantada credibilidad, y entonces pudieron ver los vecinos de Fanhões a su ignorante pastor, alzado sobre el muro del atrio, pregonando los benditos nombres por el orden en que iban pasando los carros, hasta el último, que por casualidad era San Cayetano, conducido por José Pequeno, que tanto sonreía de los aplausos como reía de quien los daba. Pero este José Pequeno es criatura malvada, por eso lo castigó Dios, o el diablo lo castigó, con la corcova que lleva encima, habrá sido Dios el del castigo, porque no consta que tenga el diablo esos poderes en vida del cuerpo. Se acabó el desfile, sigue el santerío camino de Cabeco de Monte Achique, buen viaje.

Menos bueno lo tienen los novicios del convento de San José de Ribamar, cercano a Algés y Carnaxide, que andan a estas horas pateando el camino hacia Mafra, por orgullo o vicaria mortificación de su provincial. Fue el caso que, aproximándose la fecha de la consagración del convento, se empezó a acomodar y a poner en buen orden los cajones que de Lisboa se iban enviando con los paramentos para el culto divino y las cosas necesarias para el servicio de la comunidad que en dicho convento iba a habitar. Fueron éstas las órdenes dadas por el provincial, quien en el momento oportuno dio otras, a saber, que siguieran camino los novicios hasta la nueva casa, lo que, llegado a conocimiento del rey, movió el corazón de este piadosísimo señor, que quiso fuesen los novicios en sus falúas hasta el puerto de San Antonio do Tojal, reduciéndoles así el trabajo y la fatiga del camino. Sin embargo, estaban tan alterados los mares, tan agitados por la furia de los vientos, que sería locura suicida intentar tal navegación, visto lo cual propuso el rey entonces que los novicios viajasen en sus coches, a lo que el provincial respondió, ahora sí, ardiendo en santo escrúpulo, Qué es esto, señor, exagerar comodidades a quien se debe a los cilicios, procurar ocios a quien ha de ser vigilante centinela, mullir cojines a quien se prepara para sentarse en espinos, nunca vea yo tal cosa, señor, o dejo de ser provincial, irán a pie, para ejemplo y edificación de la gente de esos pueblos, no son más que Nuestro Señor, que sólo anduvo en burro una vez.

Ante argumentos de tanta sustancia retiró Don Juan V la oferta de los coches, como había retirado la de las falúas, y los novicios, llevando consigo sólo los breviarios, salieron del convento de San José de Ribamar por la mañana, treinta aturdidos y bisoños adolescentes, con su maestro fray Manuel da Cruz, y otro fraile de guardia, fray José de Santa Teresa. Pobres muchachos, pobres pajarillos implumes, no bastaba que fueran los maestros de novicios, por infalible regla, los más temibles tiranos, con aquella obstinación de las disciplinas diarias, seis, siete, ocho, hasta quedar los pobres con el lomo en carne viva, no bastaba esto, y aun cosas peores, como tener que cargar sobre sus espaldas llagadas y heridas todos los pesos para que no llegasen a sanar, y tenían ahora que caminar seis leguas descalzos, por montes y valles, sobre piedras y barro, caminos tan malos que, comparados con ellos, fue suave prado el suelo pisado por el burro que llevó a la Virgen en su fuga a Egipto, de San José ya no hablamos por ser modelo de paciencia.

Andada media legua, por causa de tropezones, de esos que abren boca en la yema del dedo gordo, o arista asesina, o el roce continuo de las plantas en la aspereza del suelo, ya los pies de los más delicados iban sangrando, rastro de pías y bermejas flores, sería un bello cuadro católico si no fuera tanto el frío, si no mostraran los novicios los labios agrietados, los ojos lagrimeantes, cuánto cuesta ganar el cielo. Iban rezando en los breviarios, anestésico prescrito para todos los dolores del alma, pero éstos son del cuerpo, y un par de sandalias sustituiría con provecho a la más eficaz de las oraciones, Dios mío, si te empeñas en esto, aparta de mí las tentaciones, pero primero aparta esa piedra del camino, ya que eres el padre de las piedras y de los frailes, y no padre de ellas y padrastro mío. No hay vida peor que la de novicio, a no ser, dentro de muchos años, la de mozo recadero, y hasta nos sentimos tentados a decir que el novicio es como un mozo recadero de Dios, que lo diga si no un tal fray Juan de Nuestra Señora, novicio que fue de esta misma orden franciscana y que ha de ir ahora como predicador a Mafra en el tercer día de la consagración, pero no llegará a hablar porque es sólo sustituto, que lo diga este fray Redondo, así llamado por la mucha gordura que de fraile ganó, que en tiempos de su noviciado y delgadez anduvo por el Algarve pidiendo borregos para el convento, tres meses pasó en esto, roto, descalzo, mal comido, imaginen el tormento, juntar los animales, ir de lugar en lugar con el rebaño, pedir por el amor de Dios un borreguito más, llevarlos todos a pastar, y, mientras practicaba tan religiosos actos, sentir que el estómago le da saltos de pura hambre, sólo pan y agua, y con la tentación de un estofado ante los ojos. Vida mortificada es toda una, sea la del novicio, el recluta o el mancebo de comercio.

Son muchos los caminos, pero a veces se repiten. Partiendo de San José de Ribamar, los novicios siguieron en dirección a Queluz, luego por Belas y Sabugo, pararon algún tiempo descansando en Morelena, restauraron como pudieron los atormentados pies en la enfermería, y luego, sufriendo al principio dolores multiplicados hasta acostumbrarse al nuevo sufrimiento, continuaron camino hacia Pêro Pinheiro, el peor tramo de todos, por estar los caminos cubiertos de esquirlas de mármol. De bajada hacia Cheleiros, vieron una cruz de madera al borde del camino, señal de que allí había muerto alguien, normalmente son asesinados, éste sería el caso, o quizá no, pero en todo caso vamos a rezar un padrenuestro por su alma, se arrodillaron frailes y novicios, rezaron a coro la oración, pobrecillos, ésta sí que es caridad suprema, rezar por quien no conocen, así de rodillas se les ven las plantas de los pies, tan castigadas, tan ensangrentadas, tan doloridas y sucias, son la parte más conmovedora de todo el cuerpo humano, si está uno de rodillas, vueltas las plantas hacia el cielo por donde nunca caminarán. Terminado el padrenuestro, bajaron al valle, atravesaron el puente, entregados de nuevo a la lectura del breviario, y no vieron a una mujer que se asomó al postigo de su casa, y no oyeron lo que dijo, Malditos sean los frailes.