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Quiso el azar, agenciador de buenos y malos sucesos, que se encontraran las estatuas con los novicios en el cruce del camino que viene de Cheleiros con el que viene de Alcaínça Pequena, y ésa fue ocasión de grandes demostraciones de regocijo por parte de la congregación, por el afortunado augurio. Pasaron los frailes al frente del convoy de carros, como batidores y espantadiablos, entonando sonoras jaculatorias, y si no alzaron cruz es porque no la llevan, que bien lo hubieran hecho de consentirlo el ritual. Entraron así en Mafra, recibidos triunfalmente, tan dolidos de pies, tan transportados de fe en el desvarío de la mirada, o será hambre, que desde San José a Ribamar vienen caminando y sólo comieron pan duro mojado en agua de las fuentes, pero ahora seguro que van a tener mejor trato en el hospicio, donde por hoy se acomodan, apenas pueden andar, es como las hogueras, pasa la gran llamarada, quedan las cenizas, se acaba la exaltación, queda la melancolía. Ni a la descarga de las estatuas asistieron. Vinieron ingenieros y faquines, trajeron cabrestantes, poleas, cabrias, calabrotes y almohadas, cuñas, calzos, funestos instrumentos que de repente escapan, por eso la mujer de Cheleiros dijo, Malditos sean los frailes, y con mucho sudor y rechinar de dientes fueron bajadas las figuras, aunque alzadas ahora en toda su altura, puestas en círculo, vueltas hacia dentro como si estuvieran reunidas en asamblea o partida, entre San Vicente y San Sebastián están las tres santas, Isabel, Clara, Teresa, parecen gallinas junto a ellos, pero las mujeres no se miden en palmos, aun en el caso de que no sean santas.

Baja Baltasar al valle, va para casa, cierto es que aún no ha acabado el trabajo en la obra, pero viniendo él tan esforzado y de tan lejos, desde San Antonio do Tojal en un solo día, no lo olvidemos, tiene derecho a recogerse antes, una vez descargados los bueyes y tras darles el pienso. El tiempo, a veces, parece no pasar, es como una golondrina que hace nido en el alero, sale y entra, va y viene, pero siempre a nuestra vista, y nos parece que nosotros y ella vamos a estar así hasta la eternidad, o la mitad de ella al menos, lo que ya no estaría nada mal. Pero, de repente, estaba y ya no está, la acabo de ver ahora mismo, dónde se habrá metido, y, si tenemos un espejo a mano, Dios santo, cómo ha pasado el tiempo, qué viejo estoy, si aún ayer era la flor del barrio y hoy ni barrio ni flor. Baltasar no tiene espejos, a no ser estos ojos nuestros que lo están viendo bajar por el camino embarrado hacia el pueblo, y son ellos los que le dicen, Tienes la barba blanca, Baltasar, tienes la frente cargada de arrugas, Baltasar, tienes el cuello como cuero seco, Baltasar, se te caen ya los hombros, Baltasar, no pareces el mismo, Baltasar, pero esto es defecto de los ojos que usamos, porque ahí viene una mujer, y donde nosotros veíamos un hombre viejo, ve ella un hombre joven, el soldado a quien preguntó un día, Cuál es su gracia, o ni ve siquiera a ése, sólo a este hombre que baja, sucio, canoso y manco, Sietesoles de apodo, si lo merece tanto cansancio, pero es un constante sol para esta mujer, no porque siempre brille, sino por existir, escondido de nubes, tapado de eclipses, pero vivo, Santo Dios, y le abre los brazos, quién, los abre él a ella, los abre ella a él, ambos, son el escándalo de Mafra, que se agarren así en la plaza pública, y con edad de sobra, quizá es porque nunca han tenido hijos, o tal vez se ven más jóvenes de lo que son, pobres ciegos, o puede que sean estos dos los únicos seres humanos que como son se ven, es ése el modo más difícil de ver, ahora que están juntos hasta nuestros ojos son capaces de ver que se han vuelto hermosos.

Durante la cena, dijo Álvaro Diego que las estatuas van a quedar donde fueron descargadas, no hay tiempo para colocarlas en las hornacinas respectivas, la consagración será el domingo, y todos los cuidados y trabajos serán pocos para dar a la basílica un aire compuesto de obra acabada, está concluido el edificio de la sacristía, pero con las bóvedas sin revoque, y, como aún conservan el primero, mandarán cubrirlas con paño de dril enyesado, fingiendo guarnición de cal, para que aparezca más lucida, y en la iglesia, como falta la linterna, habrá que disimular la ausencia del mismo modo. Álvaro Diego sabe mucho de estas menudencias, de albañil pelado pasó a cantero, de cantero a cantero de obra fina, y bien visto por oficiales y maestros de obra, siempre puntual, siempre diligente, siempre cumplidor, tan hábil de manos como dócil de palabra, muy distinto de esa pandilla de boyeros, turbulentos muchas veces, oliendo a estiércol y con la suciedad que del estiércol viene, en vez de esta blancura del polvo de mármol que cubre los pelos de las manos y de la barba y se agarra a la ropa para toda la vida. Así ocurrirá con Álvaro Diego, precisamente para toda la vida, aunque corta, que pronto caerá de una pared a la que no tenía que subir, no se lo exigía ya el oficio, se encaramó para ajustar una piedra que había salido de sus manos y sólo por eso no podía estar mal tallada. Casi treinta metros de caída, y de ella morirá, y esta Inés Antonia, tan orgullosa ahora del favor de que su hombre goza, se convertirá en una viuda triste, ansiosa por si se cae ahora el hijo, no se acaban las tribulaciones del pobre. Dice más Álvaro Diego, que antes de la consagración se mudarán los novicios para dos construcciones terminadas ya encima de la cocina, y, a propósito de esta información, recordó Baltasar que, estando los revoques aún húmedos y siendo tan fría la estación, no iban a faltar enfermedades a los frailes, y Álvaro Diego respondió que había ya braseros ardiendo noche y día dentro de las celdas acabadas, aunque, incluso así, la humedad chorreaba por las paredes, Y las estatuas de los santos, Baltasar, fue mucho trabajo el traerlas, No mucho, lo peor fue cargarlas, luego, con un poco de maña y fuerza, más la paciencia de los bueyes, fuimos haciendo camino. Decaía la conversación, decaía el fuego en el hogar, Álvaro Diego e Inés Antonia se fueron a dormir, de Gabriel no hablemos, que ya estaba dormido cuando masticaba el último bocado de la cena, entonces Baltasar preguntó, Quieres ir a ver las estatuas, Blimunda, el cielo debe de estar limpio y no tardará en salir la luna, Vamos, respondió ella.

Estaba la noche clara y fría. Mientras subían la ladera hacia el alto de la Vela apareció la luna, enorme, roja, recortando primero los campanarios, los alzados irregulares de las paredes más altas, y, allá atrás, el rebaje del monte que tantos trabajos causó y tanta pólvora había consumido. Y Baltasar dijo, Mañana voy a ver cómo está la máquina, han pasado seis meses desde la última vez, Iré contigo, No vale la pena, salgo temprano, si no tengo mucho que remendar estaré de vuelta por la noche, es mejor ir ahora, después empiezan las fiestas de la consagración, y si le da por llover quedan imposibles los caminos, Ten cuidado, No te preocupes, a mí no me asaltan ladrones ni me muerden lobos, No hablo de ladrones ni de lobos, Entonces, de qué, Hablo de la máquina, Siempre me dices que vaya con cuidado, más cuidado no puedo tener, Tengámoslo todos, no te olvides, Calma, mujer, que mi día no ha llegado aún, No me calmo, porque ése es día que llega siempre.