– Sí es verdad.
Durante el resto de la semana, llamé sin parar a Txema Kessler, que nunca me contestó el teléfono ni me devolvió ninguna de las llamadas. Hice lo mismo todos los días de la siguiente semana. Finalmente, un día de casualidad, contestó él.
– ¿Hola?
– Qué tal, Txema. ¿Leíste mi libro?
– ¿Cuál?
– El del Amazonas. Ya lo envié.
– ¿En serio? No lo he recibido.
– Pero tu secretaria me ha dicho que ya te lo dio. Seis veces.
– ¿Ah? Ali, es verdad, sí lo he recibido pero todavía no lo he leído.
– ¿Pasarás por Madrid en estos días? Podríamos aprovechar para comentar el libro.
Me diría que sí. Era mi editor y me quería.
– No tengo ningún viaje previsto de momento. Ya te llamo yo y te digo algo.
– ¡Claro, gracias!
¿Gracias? Cabrón. Inmediatamente después de hablar, abrí el periódico y encontré un anuncio en la agenda culturaclass="underline" un evento con la participación de Txema Kessler al día siguiente, en un café de Madrid.
Kessler presentaría en un café el nuevo libro de un joven novelista paraguayo llamado Santiago Roncagliolo. El anterior trabajo de Roncagliolo era una novela intimista sobre una familia, una de esas frivolidades intrascendentes no demasiado largas para que hasta los analfabetos las puedan leer. Pero la novelita de marras había tenido siete reimpresiones y diez traducciones, y al final un actor famoso del cine español había comprado los derechos para producir un largo. Para remate, la película había sido nominada al Goya al mejor guión adaptado. En suma: un asco de éxito.
Asistí a la presentación. En consonancia con su imagen de joven escritor, Roncagliolo era el típico cabrón divo y seguro de sí mismo que usa lentes Armani y un reloj de pulsera que parece de pared. Daba la impresión de haberse aprendido cada uno de los chistes y anécdotas que debía contar en la presentación. Hasta tenía cuatro o cinco frasecitas para parecer serio y comprometido. Un redomado mentiroso, podía olerlo. Era como si cada centímetro de su cuerpo fuera de mentira.
Terminada la presentación, se ofreció un vino en honor a los asistentes, que se arrojaron como moscas sobre las botellas y los canapés. Pero yo iba a lo mío. Atravesé la turba en pos de mi editor. Sonreí y saludé:
– ¡Txema! ¡Txema!
Con un rápido movimiento, Txema se dio vuelta y empezó a caminar hacia la puerta del local, pero yo tenía calculada esa reacción y le corté el paso a tiempo. Entonces se desvió, siempre sin mirarme, como si hubiese recordado que quería ir al baño. Era lo que yo esperaba. Había estudiado el local antes de la presentación: en esa dirección, Txema quedaría acorralado. Lo perseguí siempre con la mano en alto y la sonrisa en la cara, hasta que llegó a la puerta cerrada del lavabo. Fin de la persecución.
– ¡Hola, Txema! Qué sorpresa encontrarte aquí.
– Ya. Tenía que llamarte, ¿verdad? Es que he estallo muy liado en el banco. Joder, qué coñazo las cuotas de la casa.
Ah, sí. Lo olvidaba. Txema se estaba comprando una casa. Una enorme, por lo que me había dicho.
– Sí, los bancos siempre son un coñazo -me solidaricé.
– Ya -tic tac, tic tac, tic tac-. Ah, revisé el informe sobre tu libro. Dice nuestro lector que está muy bien. Dice que ve el río en cada página.
No tuve valor para decirle que yo no lo había visto nunca.
– ¿Cuándo se publica? -pregunté.
– Es que… creo que vamos a cancelar la serie sobre ríos -miró a un camarero que pasaba, como en busca de salvación-. Tráigame un café cortado, por favor. Puf. He comido como un caballo. Mejor un té de lo que sea.
– ¿Cómo que se cancela?…
– ¿Tienen de menta? Da igual, el que sea más digestivo. He comido con la agente de Vázquez Montalbán. Qué caros se están poniendo los escritores muertos, joder. Y ni siquiera hacen gira promocional. ¿Quieres cobrar bien por los libros? Te tienes que morir.
– Me estabas hablando de la serie sobre…
– Ah, sí. Pues se cancela. Pero tu libro está muy bien, ¿eh? Yo mismo he leído el comienzo. Es denso y maravilloso. Escribes muy bien.
– Pero ¿no va a salir?
– Hombre, ya haremos otra serie. Te llamaré.
– Pero ya me pagaste el libro.
De repente, fue como si Txema se acordase de quién era yo. Como si un fogonazo iluminase su mente. Me miró profundamente a los ojos. Una chica salió del baño y se instaló en la barra. Txema le miró el culo, pero luego se volvió a acordar de mí.
– ¿Ya te lo pagué?
– Sí.
– Ah. Entonces tiene que salir, ¿no? Pues sacaremos la serie. O te publicaremos solo. ¿De dónde eres tú?
– Peruano.
– «La Nueva Narrativa Peruana.» Todavía hay gente que compra esas cosas.
Se quedó reflexionando un rato en torno a su té y al culo de la barra. Dijo:
– ¿De qué estábamos hablando?
– De mi libro. De publicarme a mí.
– Ah, sí… Peruano, ¿no? Déjame pensar… Creo que hay un fondo del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para escritores iberoamericanos. Buscaremos algo por ahí. Bien, ya te diré cosas. Llámame.
Hizo ademán de zafarse. Con él, parecían irse también mis esperanzas literarias. Pero había aún una salida:
– Todavía no traen tu té.
– Es verdad, tienes razón -se quedó quieto, y yo pude respirar con alivio. Por primera vez, me tuvo que dirigir la palabra él-. Y… ¿cómo va todo? ¿La vida? ¿El amor?
– Estoy trabajando en otro libro.
Le trajeron su té. Dio un trago y puso cara de asco.
– Odio el té. ¿De qué es el libro?
– Es un libro de no ficción, pero está escrito como una novela. Es la historia de un conspirador y doble agente italiano en la República Dominicana, narrada por su hija. Tú sabes, corrupción, poder, Estados Unidos, el FBI…
Txema no parecía muy impresionado. Volvió a mirar el culo de la chica, que seguía de pie en la barra. Traté de llamar su atención:
– Claro que todo el material es real, pero se le puede dar la forma que más convenga. Puede ser una novela tipo Casada con la Mafia o El honor de los Prizzi, un poco en plan Mario Puzo…
– No lo sé. No lo veo.
– … O quizá un policial…
– Ya.
– Una novela de aventuras, un relato histórico, una comedia política, un monólogo teatral…
– República Dominicana dices, ¿no?
– Exactamente.
– La era Trujillo…
– En pleno. Este hombre fue el primer conspirador contra…
– Ya está el libro de Vargas Llosa, ¿no?
– Pero este enfoque es completamente diferente, es una crónica desde adentro sobre las clases dominant…
– ¿Queda algo por decir de todo eso después del libro de Vargas Llosa?
– Mucho, porque nuestro libro puede llegar hasta nuestros días… Ahí sigue gobernando la misma gente, eso es un sistema feudal, ¿me entiendes? Cuatro familias son dueñas de todo el país y eso…
– ¿Y Cuba?
– ¿Cuba?
– ¿Se habla de Cuba?
– N… bue… ¿Necesitas que hable de Cuba?
– A los lectores les interesa mucho más Cuba que la República Dominicana. Ni saben dónde está la República Dominicana. Pero Cuba es otra cosa.
– Sale Cuba. Todo el tiempo. Cuba es el escenario principal. Todo el libro es un alarde de cubanidad rabiosa. Un canto a la patria perdida, al caimán verde…
– A las memorias de Huber Matos les ha ido muy bien. Dos páginas en El País del domingo y todo. ¿Aparece Huber Matos?
¿Quién es Huber Matos?, pensé.
– Secundariamente, pero de manera intensa -respondí.
– Sí, lo que importa es Cuba. Este té es una mierda. En fin, llámame cuando tengas el libro.