¿Ha pasado la crisis cardiaca? Ray tiene algo de taquicardia y unos latidos ligeramente erráticos, pero su situación ya no debe de ser tan crítica.
Si no, estaría en Cuidados Intensivos. Telemetría no es Cuidados Intensivos.
Por desgracia, la habitación 541 está al final del pasillo de Telemetría y, para llegar a ella, hay que pasar por delante de habitaciones con puertas entreabiertas en las que no conviene mirar; da la impresión de que aquí hay sobre todo ancianos, figuras diminutas en sus camas, conectadas a unas máquinas que zumban. Me sobreviene una especie de terror visceral. Esto no puede ser verdad. ¡Es demasiado pronto!
Quiero protestar, Ray no tiene nada que ver con estos pacientes. Aunque tiene setenta y siete años, no es viejo.
Está delgado, tiene buenos músculos, hace ejercicio tres veces a la semana en un gimnasio en Hopewell. Lleva treinta años sin fumar y vigila lo que come, y bebe muy poco; hasta hace dos o tres años, se levantaba a las siete todas las mañanas, hiciera el tiempo que hiciera, para correr por las carreteras rurales próximas a nuestra casa entre cuarenta minutos y una hora (mientras yo permanecía en la cama demasiado agotada después de una noche de sueños turbulentos o quizá, sencillamente, con demasiada pereza para levantarme y acompañarlo).
¡Qué simpáticas son las enfermeras en Telemetría! Por lo menos, las que hemos visto.
Una enfermera mayor, de nombre Shannon, me explica atentamente lo que ya ha explicado a Ray: es muy importante que respire a través de la máscara de oxígeno, por la nariz, y no por la boca, para inhalar oxígeno puro. Cada vez que lo hace, las cifras en la pantalla del aparato ascienden inmediatamente.
Existe la posibilidad -la promesa- de que el paciente tenga su destino en sus propias manos. En sus pulmones.
Cuando nos quedamos a solas, Ray me dice que se encuentra «mucho mejor». Está seguro de que le van a dar el alta en cuestión de unos días. Me pide que le lleve trabajo por la mañana, no quiere «quedarse atrasado».
La angustia por «quedarse atrasado». La angustia por «perder el control, perder nuestro sitio, perder nuestra vida». Siempre crepitan en la periferia de nuestra visión estas llamas azuladas, que vencemos gracias a nuestro resuelto optimismo norteamericano. «Sí, controlo la situación, sí, voy a encargarme de ello. Sí, estoy en condiciones de hacerlo, sea lo que sea.»
Ray me agarra la mano con fuerza. Tiene los dedos sorprendentemente fríos para un hombre que se supone que tiene fiebre. Qué típico del instinto protector de mi marido, que en semejante situación quiera consolarme a mí.
Entra en la habitación un joven médico indio que se presenta con un enérgico apretón de manos; es especialista en EI -«enfermedades infecciosas»- y nos dice que han sacado una muestra del pulmón derecho de mi marido para hacer un cultivo, para comprobar qué cepa exacta de bacteria es la que ha infectado el órgano; en cuanto la identifiquen podrán combatir la infección con más eficacia.
El doctor I. nos habla con voz cálida, rápida y líquida. Se dirige a nosotros con formalidad, nos llama «señor Smith» y «señora Smith». Algunas de las cosas que dice las comprendo y otras no. Doy las gracias por el doctor I., por su mera existencia, le besaría la mano. Pienso: «¡Este hombre sabe de lo que habla! Este hombre es un experto».
Pero ¿se equivoca la futura viuda? ¿Hace mal en tener fe en este desconocido de bata blanca que entra en la habitación de hospital de su marido? ¿Habría tenido esta historia otro final, más feliz, si hubiera trasladado a su marido del provinciano centro médico de Nueva Jersey a un hospital en Manhattan o en Filadelfia? ¿Si hubiera sido menos crédula? ¿Más escéptica?
Como si ella también se hubiera visto invadida -infectada- por un enjambre de bacterias letales que se multiplican no en sus pulmones sino en esa parte de su cerebro en la que se dice que reside el pensamiento racional.
6 . Registro de correos electrónicos
12 de febrero de 2008
A Richard Ford
Por el momento, Ray está recuperándose de un feo resfriado que se convirtió en neumonía sin que nos diéramos cuenta…
Mucho cariño para los dos,
Joyce
A Leigh Bienen
Ray está recuperándose -poco a poco- de una neumonía grave que comenzó como un mal resfriado…
Mucho cariño para los dos,
Joyce
14 de febrero de 2008
A Gloria Vanderbilt
El estado de Ray mejora, empeora, mejora, empeora; casi he renunciado a tener respuestas para ello. Pero los médicos dicen que, en conjunto, está mejorando sin duda; lo único es que la neumonía es muy virulenta, aunque le ha afectado sobre todo a un pulmón.
(Sé poco de enfermedades infecciosas, pero estoy aprendiendo deprisa.)
Con cariño,
Joyce
7 . E. coli
13 de febrero de 2008. La infección bacteriana en el pulmón derecho de Ray está identificada: E. coli.
– ¡E. coli! Pero ¿eso no tiene que ver con…?
– ¿Las infecciones gastrointestinales? No siempre.
Es lo que descubrimos gracias al doctor I. Una vez más, nos asombramos, llenos de ingenuidad -el asombro tiene algo de ingenuo en circunstancias así-, porque, como la mayoría de la gente, pensábamos que la temida bacteria E. coli está relacionada exclusivamente con las infecciones gastrointestinales: aguas residuales que se filtran en el agua potable, materias fecales en los alimentos, alimentos poco cocinados, hamburguesas demasiado crudas, lechuga o espinacas contaminadas, la seria advertencia en los lavabos de los restaurantes: «Los empleados deben lavarse las manos antes de volver al trabajo».
Pero no, nos equivocábamos. Mientras una colonia invisible de rapaces bacterias E. coli trata de apoderarse del pulmón derecho de Ray con la intención de pasar al pulmón izquierdo y de ahí al torrente sanguíneo para derrotar a su anfitrión por completo, tan por completo como un depredador, un león, un cocodrilo desearía devorarlo, nos enteramos, nos vemos obligados a enterarnos, de que muchas -¿casi todas?- nuestras ideas sobre medicina están equivocadas, como las de los niños.
Es el doctor I. con su voz líquida -o algún otro colega de bata blanca del doctor I. (en sólo seis días en la Unidad de Telemetría del Centro Médico de Princeton, a Ray lo examinarán o al menos lo mirarán numerosos especialistas, como figura en la factura de hospital que su viuda recibirá varias semanas después)- quien nos explica que las infecciones por E. coli no se limitan al estómago, ni mucho menos, sino que también pueden surgir en el aparato urinario y en los pulmones. Las Escherichia coli se encuentran en todas partes, nos dice el doctor, en el aire, en el agua, «en el interior de su boca».
La mayor parte del tiempo, nos aseguran, nuestros sistemas inmunitarios repelen estas invasiones. Pero a veces…
Los pacientes con neumonía por E. coli suelen presentar fiebre, dificultad para respirar, mayor frecuencia respiratoria, más secreciones y «ruidos» al ser auscultados.
(¿Por qué utilizan los médicos presentar cuando hablan de estas cosas? ¿Les molesta a ustedes tanto como a mí? Como si uno «presentara» síntomas en una especie de exhibición de mal gusto: «El paciente Ray Smith presenta fiebre, dificultad para respirar, más velocidad de respiración…».)
Ahora que ya se ha identificado la cepa exacta de la bacteria, están empleando un antibiótico más específico, mezclado con líquidos que entran por vía intravenosa en el brazo de Ray. Me siento aliviada. Esto es una buena noticia. Es imposible no pensar en el tratamiento con antibióticos como una especie de guerra -un enfrentamiento bélico-, como en una alegoría medieval del Bien y el Maclass="underline" nuestro bando es «bueno» y el otro es «malo». Es imposible no pensar en la guerra -las guerras- que nuestro país está llevando a cabo en Irak y Afganistán en unos términos teológicos tan crudos.