Es desgarrador ver un esbozo tan detallado de la novela: veintiséis capítulos marcados por nombres de lugares (Londres, Madison, Madison, Londres, Detroit, Londres, Nueva York, Londres, etcétera), con fragmentos intercalados del diario de la poetisa («circuito de poesía en el Medio Oeste», «paseo a medianoche por el George Washington Bridge», «últimos días antes del suicidio y el poema "Black Mass"»), cronologías de las vidas de los personajes, una necrológica del Sunday Times con ocasión de la muerte de la poetisa, y mucho más… Hay incluso un final alternativo, en el que V. sólo intenta suicidarse y P. corre hacia ella, en Londres: «¿Cómo puedo mostrar a Paul que toma su decisión, en parte porque está en Londres? Confía en que ella se recobrará, no sufrirá daños cerebrales, se pregunta si lamentará seguir viva». (Esta frase se interrumpe sin ningún signo de puntuación.) La novela comienza in medias res, con una página llena de texto en su mayoría tachado, aunque puedo leer lo eliminado si miro con cuidado. La prosa es sencilla, directa, sin afectaciones, y periodística, al estilo de Hemingway, como medio de crear un subtexto de tensión, pero el autor debió de sentirse insatisfecho con ese comienzo porque, varias páginas después, la escena desaparece y el relato empieza desde otra perspectiva.
¡Qué sorpresa, descubro el relato de un sueño escrito por Ray! He aquí a mi joven marido escribiendo como pocas veces me había hablado:
sueño
En el sueño visito el Instituto Marquette, donde estaban presentes mis condiscípulos que habían acabado convertidos en sacerdotes (alrededor de una docena)… -¿una especie de reunión?-, vestidos de «civiles», con chaquetas de colores vivos, traje y corbata, cada uno diferente, como si los colores correspondieran a las distintas personalidades… Sentado en un sola, hablando con mi viejo amigo en el que está basado el personaje de Jerry en la novela. Le miré pensando cómo mejorar mi descripción de los rasgos de Jerry, y me sentí un poco culpable por ello. Después estaba de pie, hablando con el Maestro de la Disciplina, el padre Boyle, que parecía contento de verme. Le hablé como si fuera el personaje Paul de mi novela, y le dije, entre otras cosas, que me había ordenado hacía dos años. A diferencia de los demás, yo no iba tan bien vestido, sino que llevaba un jersey sin mangas en vez de una chaqueta; mi puesto (¿obligaciones?) era diferente. Estaba en situación de inferioridad respecto a ellos. No sé cómo interpretarlo. El padre Boyle llevaba la sotana habitual. Antes, yo había recibido una carta del antiguo director con una nota a mano: «Este boletín de antiguos alumnos querría saber noticias de un Raymond Smith». (El otro Raymond Smith de mi clase está muerto.)
¡No cabe duda de que el sueño está relacionado con la novela! La novela es quizá un intento tardío de seguir una vocación «superior», algo que habría agradado a mi(s) padre(s). También puede verse que muestra el error que habría sido emprender esa vía. Paul es un álter ego, es como habría sido yo si hubiera entrado en los jesuitas a los diecinueve años en lugar de sufrir una crisis nerviosa.
Qué asombroso… «Crisis nerviosa».
La verdad es que, cuando conocí a Ray, me contó algo de una «crisis» unos diez años antes; en nuestras primeras e intensas conversaciones hablamos de cosas que no volveríamos a tocar jamás. Así que, en cierto sentido, lo sabía, aunque estaba convencida de haberlo olvidado.
También había sabido que había otro «Raymond Smith» en clase de Ray en el instituto, que se hizo sacerdote y que murió. Murió de forma misteriosa, en una residencia de los jesuitas en Ohio. Ray dijo que los dos «Ray Smith» se habían llevado bien en el instituto, aunque no habían sido amigos íntimos; pero que, cuando murió «el padre Ray Smith», Ray, que estaba estudiando en Madison, lo había sentido mucho.
Desde los primeros días de noviazgo no habíamos vuelto a hablar Ray y yo de su supuesta «crisis»; me la había confesado y yo le había dicho que no importaba nada; le había besado y le había asegurado -cosa que era cierta, por supuesto- que lo que le hubiera pasado diez años antes no me importaba y no iba a alterar mis sentimientos en lo más mínimo.
Igual que yo le había hablado a Ray de mi «soplo en el corazón» -«taquicardia»- y él me había dicho que tampoco cambiaba nada las cosas.
Todos estos años, todos estos decenios transcurridos, ni la crisis ni el soplo tuvieron consecuencias en nuestro matrimonio. Pero aquéllos fueron unos gestos de apertura, de confianza, de intimidad, al principio de nuestro mutuo amor, que ahora me hacen llorar al recordarlos.
De las notas de Ray para su propio uso, en estilo catecismo, escritas a mano en tinta azul desvaída:
«¿Qué función tuvo la "crisis nerviosa"?»
Me sacó de la situación en la que estaba, la situación religiosa, la culpa terrible, me apartó de las iglesias y de todo lo religioso, me dio la oportunidad de ver las cosas con más objetividad…
«¿Cómo te las arreglaste para tener la "crisis"?»
Me dejé agotar, a base de poco comer y poco dormir. Perdí el ritmo en mis asignaturas, no me preparé para un examen importante de química, no fui a la facultad esa mañana, no dejaba de preocuparme por nimiedades morales como romper el ayuno, los malos pensamientos, etcétera.
«¿Qué te sacó de ella?»
Amor, relación con una joven en la clínica; me dio una razón para vivir, algo en lo que pensar, una nueva obsesión, como si dijéramos. El psiquiatra había dicho de mí que estaba «falto de amor». (¿Estaría Paul falto de amor?)
Leo una y otra vez estas palabras: «Amor, relación con una joven en la clínica»… «El psiquiatra había dicho de mí que estaba falto de amor.»
Ray nunca me contó esto. Cuando me relató su «crisis» de los diecinueve años fue breve y vago; parecía humillado y avergonzado; parecía ansioso, como si tuviera miedo de que lo que me estaba contando me fuera a repugnar. No me había dicho prácticamente nada sobre las mujeres con las que había salido antes de conocerme; yo tenía la impresión de que nunca había tenido una «relación amorosa», que yo era la primera mujer/chica a la que había querido…
Desde luego, no debería sorprenderme: lo normal de un joven de diecinueve años es que se enamore, que tenga una «relación amorosa». No debería provocarme desasosiego enterarme de esto, después de morir Ray; y tantos años después de que sucediera. ¡Pero no me lo dijo! Era su secreto. Había estado «falto de amor» y otra persona le había dado ese amor.
Trato de componerme: diez años después, cuando nos conocimos en Madison, Ray era una persona diferente, y desde luego había roto con la joven de la clínica mucho antes. Es ridículo que sienta estos celos a estas alturas, en una mañana de mayo de 2008, leyendo sobre una relación amorosa que sucedió en 1949…
Pero estoy empezando a marearme. He intentado ignorar una especie de dolor punzante, como de calambre, entre los omóplatos, exacerbado por la postura que tengo, inclinada sobre la mesa, leyendo las páginas de letra tan apretada. Y he tratado de ignorar las curiosas manchas que tengo en los ojos, como mosquitos que se mueven despacio por el borde de mi campo visual.
Falto de amor. Qué verdad es. En mayo de 2008 como en aquel lejano período de crisis en 1949.
81 . Black Mass II
– ¿Por qué no terminaste tu novela, Ray?
– La dejé a un lado y nunca volví a ella. Empezaron a interesarme otras cosas.
Es lo que Ray explicaba a nuestros amigos, siempre con una sonrisa. Es lo que Ray explicaba a cualquiera que sabía que en otro tiempo había estado escribiendo una novela.
Y a menudo añadía:
– Sacar una revista da mucha más satisfacción. Conoces a nuevos escritores, cada número es nuevo, cada suscripción… Hay sorpresas constantes.