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Leisha tenía una habitación individual en un nuevo dormitorio. En un dormitorio porque había pasado tantos años aislada en Chicago que estaba ansiosa de compañía, pero individual para no molestar a nadie cuando trabajaba toda la noche. En su segundo día, un muchacho del corredor de abajo se dejó caer en su habitación y se encaramó en el borde de su escritorio.

– Así que tú eres Leisha Camden.

– Sí.

– Dieciséis años.

– Casi diecisiete.

– Y nos superarás a todos, tengo entendido, sin siquiera intentarlo.

A Leisha se le borró la sonrisa. El muchacho la miraba por debajo de un entrecejo fruncido y sonreía, con los ojos muy brillantes. Leisha había aprendido de Richard, Tony y los otros a reconocer la bronca disimulada.

– Sí -contestó fríamente Leisha-, eso haré.

– ¿Estás segura? ¿Con tu cabello de niñita linda y tu cerebro de niñita mutante?

– ¡Déjala en paz, Hannaway!

– dijo otra voz. Un alto muchacho rubio, tan delgado que sus costillas parecían onditas en arena dorada, apareció en vaqueros y descalzo, secándose el cabello-. ¿No te cansas de andar por ahí como un imbécil?

– ¿Y tú? -dijo Hannaway. Dejó el escritorio y se dirigió a la puerta. El rubio se apartó, y Leisha se interpuso.

– La razón por la que voy a superarlos -dijo tranquilamente- es que tengo ciertas ventajas. Incluyendo no dormir. De modo que después de "superarlos” con mucho gusto los ayudaré a estudiar para los exámenes, así también aprueban.

El rubio, secándose las orejas, rió. Pero Hannaway se quedó mirándola, mientras aparecía en sus ojos una expresión que hizo retroceder a Leisha. La empujó y salió corriendo.

– Estuvo bien, Camden -dijo el rubio-. Se lo merecía.

– Pero lo dije en serio -dijo Leisha-. Lo ayudaré a estudiar.

El rubio bajó la toalla y la miró fijamente.

– ¿En serio? ¿Realmente lo dijo en serio?

– ¡Sí! ¿Por qué todos lo ponen en duda?

– Bueno -dijo el muchacho-.

Yo no. Puede ayudarme si me meto en problemas -sonrió repentinamente-. Pero no sucederá.

– ¿Por qué no?

– Porque soy tan bueno en todo como usted, Leisha Camden.

Lo estudió: -No es uno de los nuestros. No es insomne.

– No lo necesito. Sé lo que puedo hacer. Hacer, ser, crear, intercambiar.

– ¡Eres un yagaísta! -exclamó ella, encantada.

– ¡Por supuesto! -le tendió la mano-. Stewart Sutter. ¿Qué te parecería una hamburguesa de pescado en el Yard?

– Grandioso -dijo Leisha.

Salieron juntos, charlando animadamente. Ella trataba de no hacer caso cuando la gente se la quedaba mirando. Allí estaba, en Harvard, con un mundo que se le abría, con tiempo para aprender y gente como Stewart Sutter, que la aceptaba y la estimulaba.

En todas sus horas de vigilia.

Se absorbió totalmente en sus estudios. Roger Camden vino una vez, se paseó con ella, escuchando, sonriendo. Estaba más en su ambiente de lo que ella esperaba: conocía al padre de Stewart Sutter, al abuelo de Kate Addams. Hablaron de Harvard, de negocios, de Harvard, del Instituto de Economía Yagai, de Harvard. Una vez Leisha le preguntó "¿Cómo está Alice?", pero Camden dijo que no sabía, que se había mudado y no quería verlo. Le hacía llegar una pensión por su abogado. Dijo todo esto con el rostro sereno.

Leisha fue al Baile de Bienvenida con Stewart, que también estudiaba el preparatorio de derecho pero estaba dos años más adelante. Se fue un fin de semana a París con Kate Addams y otras dos amigas, tomando el Concorde III. Tuvo una disputa con Stewart sobre si la metáfora de la superconductividad podía aplicarse al yagaísmo, una pelea estúpida que ambos sabían que era estúpida pero igual la tuvieron, y luego se convirtieron en amantes. Tras las torpes exploraciones sexuales con Richard, Stewart resultaba hábil, experimentado, sonriendo ligeramente cuando le enseñaba cómo tener un orgasmo por sí sola o con él. Leisha estaba deslumbrada. "Es tan divertido", dijo, y Stewart la miró con una ternura que ella sabía que tenía algo de turbación, pero no entendía por qué.

A mitad de semestre tenía las notas más altas del primer curso. En los exámenes parciales tuvo bien todas las respuestas de todas las preguntas. Fue con Stewart a celebrarlo con una cerveza, y cuando volvieron la habitación de Leisha estaba destruida: la computadora aplastada, los bancos de datos borrados, los impresos y libros ardían en un cesto metálico de desperdicios. Habían hecho trizas sus ropas y partido su escritorio. Lo único intacto era la cama.

Stewart dijo:

– No es posible que hayan hecho esto en silencio. ¡Todo el mundo en el piso… caray, hasta en el piso de abajo!, tuvo que enterarse. Alguien llamará a la policía.

Pero nadie lo hizo. Leisha se sentó en el borde de la cama, ofuscada, mirando lo que quedaba de su traje de baile. Al día siguiente Dave Hannaway le dirigió una larga y amplia sonrisa.

Camden voló nuevamente al este, furioso. Le rentó un departamento en Cambridge con seguridad electrónica y un guardaespaldas llamado Toshio. Cuando se fue, Leisha despidió al guardaespaldas pero se quedó con el departamento. Les daba a ella y Stewart más privacidad, que usaban para discutir interminablemente la situación. Leisha era la que argumentaba que era una aberración, una inmadurez.

– Siempre hubo odio, Stewart.

A los judíos, a los negros, a los inmigrantes, odio a los yagaístas por tener más iniciativa y dignidad. Solamente soy el último objeto de odio. No es nada nuevo, nada especial. No implica una especie de división básica entre durmientes e insomnes.

Stewart se incorporó en la cama y buscó los emparedados en la mesa de luz.

– ¿Te parece que no? Leisha, eres un tipo de persona totalmente diferente, más adecuada evolutivamente, no sólo para sobrevivir sino para predominar.

Todos los demás "objetos de odio" que nombraste, excepto los yagaístas, eran sectores carentes de poder en su sociedad.

Ocupaban posiciones inferiores.

En cambio vosotros… los tres insomnes de Derecho en Harvard estáis en la Revista de Derecho.

Todos. Kevin Baker, el mayor, ya ha fundado una exitosa firma de software para bio-interfase y está ganando dinero, y mucho.

Todo insomne está teniendo las máximas calificaciones, ninguno tiene problemas psicológicos, todos sois sanos… y la mayoría no ha llegado a adulto. ¿Cuánto odio piensas que encontraréis cuando hayáis conquistado el mundo de las finanzas y los sitios de privilegio y la política nacional?

– Dame un emparedado -dijo Leisha-. He aquí mi evidencia de que estás equivocado: tú mismo, Kenzo Yagai, Kate Addams, el profesor Lane, mi padre. Todo durmiente que habita el mundo de los negocios limpios, de los contratos de mutuo beneficio. Y sois la mayoría, o al menos la mayoría de los que importan.