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– Volveré a visitarte, Alice.

– No lo hagas -dijo Alice.

VI

MUTANTE INSOMNE RUEGA QUE ANULEN ALTERACION GENETICA, proclamaba el titular en el Mercado. "¡POR FAVOR, DÉJENME DORMIR COMO LA GENTE VERDADERA!" PIDE UNA NIÑA.

Leisha tecleó su número de crédito y ordenó al kiosco una impresión, aunque solía ignorar los diarios electrónicos. El encabezado siguió dando vueltas.

Un empleado del Mercado dejó de apilar cajas en estantes y la miró. Bruce, el guardaespaldas de Leisha, miró al empleado.

Ella tenía veintidós años, cursaba el último año de Leyes en Harvard, dirigía la Revista de Leyes y era la primera de su clase. Los tres siguientes eran Jonathan Cocchiara, Len Carter y Martha Wentz, todos insomnes.

Una vez en su departamento, hojeó el impreso. Luego conectó con la red del Grupo, en Austin.

Los archivos tenían más noticias sobre la niña, con comentarios de otros insomnes, pero antes de que pudiera llamarlos apareció la voz de Kevin Baker en la línea.

– Leisha, me alegra que llamaras. Estaba por hacerlo yo.

– ¿Cuál es la situación de esta Stella Bevington, Kev? ¿Alguien ha averiguado?

– Randy Davies. Es de Chicago, pero no creo que lo conozcas, todavía está en la escuela.

Él está en Park Ridge y Stella en Skokie. Los padres no quisieron hablar con él (de hecho lo trataron bastante mal) pero se las arregló para ver a Stella.

No parece un caso de maltrato, sólo la estupidez habituaclass="underline" los padres querían un hijo genio, ahorraron y juntaron, y ahora no pueden acostumbrarse a lo que es. Le gritan que duerma, la tratan mal de palabra cuando los contradice, pero por ahora no hay violencia física.

– ¿Pueden iniciarse acciones legales por maltrato emocional?

– No creo que deseemos dar ese paso todavía. Dos de los nuestros se mantendrán en contacto con Stella (no tiene módem, y no les dijo a los padres de la red) y Randy informará una vez por semana.

Leisha se mordió el labio.

– Un diario dice que tiene siete años.

– Sí.

– Puede que no deba quedarse allí. Y tengo residencia en Illinois, puedo presentar una demanda por malos tratos desde aquí si Candy tiene mucho que hacer… -Siete años.

– No. Esperemos un poco. Probablemente Stella estará bien.

Tú lo sabes.

Lo sabía. Casi todos los insomnes seguían estando "bien” por más oposición que encontraran de parte del sector estúpido de la sociedad. Y sólo era el sector estúpido, se dijo Leisha; una minoría pequeña pero ruidosa. La mayor parte de la gente podía aceptar la presencia creciente de los insomnes, y lo hacía, desde que quedó claro que esta presencia no sólo implicaba mayor potencial sino también beneficios crecientes para todo el país.

Kevin Baker, quien tenía ahora veintiséis años, había hecho una fortuna con microchips tan revolucionarios que la Inteligencia Artificial, antes un sueño dudoso, estaba cada año más cerca de convertirse en realidad. Carolyn Rizzolo había ganado el Premio Pulitzer de teatro con su obra Luz Matinal. Tenía veinticuatro. Jeremy Robinson había hecho un trabajo interesante en aplicaciones de la superconductividad cuando aún era estudiante de Stanford. William Thaine, quien dirigía la Revista de Leyes cuando Leisha entró a Harvard, ahora se dedicaba a la práctica privada. Nunca había perdido un caso. Tenía veintiséis, y ya estaba tomando casos importantes. Sus clientes tenían en cuenta su habilidad y no su edad.

Pero no todos reaccionaban así.

Kevin Baker y Richard Keller habían iniciado la red que conectaba a los insomnes en un estrecho grupo, siempre al tanto de las luchas de los demás. Leisha Camden financiaba las batallas legales, los gastos de educación de los insomnes cuyos padres no podían costearlos, el apoyo a niños en malas situaciones emocionales. Rhonda Lavelier obtuvo una licencia de madre sustituta en California, y siempre que fuera posible el Grupo maniobraba para que le asignaran a los pequeños insomnes que debían ser separados de sus padres. El Grupo tenía ahora tres abogados matriculados, y el año siguiente tendrían cuatro más, registrados en cinco estados diferentes.

La única vez que no pudieron sacar legalmente a un niño maltratado lo secuestraron.

Era Timmy De Marzo, de cuatro años. Leisha se había opuesto a esa acción. Arguyó desde el punto de vista moral y el práctico (ambos eran lo mismo para ella), que si creían en su sociedad, en sus leyes fundamentales y en su propia capacidad para pertenecer a ésta como individuos productivos libres de contratar, debían atenerse a las leyes contractuales de la propia sociedad. Los insomnes eran, en su mayor parte, yagaístas, y entonces debían saber esto. Y si los pescaba el FBI la justicia y la prensa los crucificarían.

No los pescaron.

Timmy De Marzo -quien todavía no podía pedir ayuda por la red, por lo que conocieron su situación a través del rastreo automático de informes policiales que mantenía Kevin por medio de su compañía- fue sustraído de su propio patio trasero en Wichita. Había pasado el último año en un aislado remolque en Dakota del Norte, aunque nada era lo bastante aislado como para no tener módem. Lo cuidaba una madre sustituta legalmente irreprochable que había pasado allí toda su vida. Era la prima segunda de un insomne, una mujer gorda y alegre, con más cerebro de lo que aparentaba. Era yagaísta. No había ningún registro de la existencia del niño en los bancos de datos: ni del Servicio de Recaudación Impositiva, ni de las escuelas, ni siquiera en el registro computarizado de compras del almacén local. La comida específica para el niño se enviaba mensualmente con un camión propiedad de insomnes de State College, Pennsylvania.

Diez integrantes del Grupo sabían del secuestro, sobre 3.428 nacidos en los Estados Unidos.

De este total, 2.691 integraban el Grupo, vía la red. Otros 701 eran todavía demasiado pequeños para usar un módem. Sólo 36 insomnes, por alguna razón, no eran parte del Grupo.

Tony Indivino arregló el secuestro.

– Es de Tony que quería hablarte -le dijo Kevin-. Empezó de nuevo. Esta vez está decidido. Está comprando tierras.

Leisha dobló cuidadosamente el diario y lo dejó sobre la mesa.

– ¿Dónde?

– En las Montañas Allegheny, al sur del Estado de Nueva York.

Muchas tierras. Está urbanizando ahora. En primavera empieza con los edificios.

– ¿Sigue financiándolo Jennifer Sharifi? -Era la hija, nacida en América, de un príncipe árabe que había querido un hijo insomne. El príncipe había muerto y Jennifer, de ojos oscuros y políglota, era más rica de lo que nunca sería Leisha.

– Sí. Está empezando a tener seguidores, Leisha.

– Lo sé.

– Llámalo.

– Lo haré. Manténme informada sobre Stella.

Trabajó hasta medianoche en la Revista de Leyes, luego hasta las cuatro de la mañana preparando sus clases. De cuatro a cinco atendió asuntos legales del Grupo. A las cinco llamó a Tony, todavía en Chicago. Había terminado la escuela, cursado un semestre en la Universidad del Noroeste, y finalmente había explotado contra su madre por obligarlo a vivir como un durmiente. A Leisha le parecía que la explosión no terminaba nunca.