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– ¿Tony?, Leisha.

– Las respuestas son sí, sí, no y vete al diablo.

Leisha apretó los dientes.

– Muy bien. Ahora dime las preguntas.

– ¿Planteas en serio lo de que los insomnes creen su propia sociedad autosuficiente? ¿Quiere Jennifer financiar un proyecto tan grande como la construcción de una pequeña ciudad? ¿No crees que tira por tierra todo lo que puede lograrse mediante la paciente integración del Grupo al conjunto? ¿Y qué se hace con las contradicciones de vivir en una ciudad armada restringida y aún así tener intercambio con el exterior?

– Yo nunca te mandaría a ti al diablo.

– Un hurra por ti -dijo Tony, añadiendo luego:- Lo siento. Eso suena como uno de ellos.

– Es malo para nosotros, Tony.

– Gracias por no decir que no pude evitarlo.

Ella se preguntó si era así.

– No somos especies diferentes.

– Díselo a los durmientes.

– Exageras. Hay quienes odian por ahí, siempre hay quienes odian, pero abandonar…

– No estamos abandonando. Todo lo que creamos puede ser intercambiado libremente: software, hardware, novelas, información, teorías, consejos legales.

Podemos entrar y salir. Pero tendremos un lugar seguro a donde volver. Sin sanguijuelas que creen que les debemos nuestra sangre porque somos mejores.

– No es cuestión de deudas.

– ¿En serio? -dijo Tony-.

Aclaremos esto, Leisha. A fondo.

Tú eres yagaísta, ¿en qué crees?

– Tony…

– Dilo -dijo Tony, con un tono que le recordó al chico de catorce años que era cuando Richard los presentó. Al mismo tiempo vio la cara de su padre; no como era ahora, después del by-pass, sino como había sido cuando ella era niña y la sentaba en su regazo para explicarle que ella era especial.

– Creo en el intercambio voluntario para beneficio mutuo.

Que la dignidad espiritual proviene de mantenerse con el esfuerzo propio, y del intercambio del resultado de esos esfuerzos en cooperación mutua extendida a toda la sociedad. Que el símbolo de todo esto es el contrato. Y que nos necesitamos los unos a los otros para un intercambio más completo y beneficioso.

– Bien -espetó Tony-. Pero, ¿qué dices de los mendigos en España?

– ¿Los qué?

– Caminas por la calle en un país pobre, como España, y ves un mendigo. ¿Le das un dólar?

– Probablemente.

– ¿Por qué? No está intercambiando nada contigo. No tiene nada para cambiar.

– Lo sé. Por amabilidad. Por compasión.

– Ves seis mendigos. ¿A todos les das un dólar?

– Probablemente -dijo Leisha.

– Lo harías. Ves cien mendigos y no tienes la fortuna de Leisha Camden… ¿A todos les das un dólar?

– No.

– ¿Por qué?

Leisha se armó de paciencia.

Poca gente podía hacerla desear interrumpir una comunicación.

Tony era uno de ellos.

– Reduciría demasiado mis recursos. Mi vida tiene prioridad en cuanto a los recursos que obtengo.

– Muy bien. Ahora considera esto: en el Instituto Biotech (donde tú y yo comenzamos, mi querida pseudo hermana) la doctora Melling ayer…

– ¿Quién?

– La doctora Susan Melling. ¡Oh, Dios!, me había olvidado… ¡Estuvo casada con tu padre!

– La perdí de vista -dijo Leisha-. No me enteré de que había vuelto a la investigación. Alice dijo… no importa. ¿Qué pasa en Biotech?

– Dos hechos cruciales, que acaban de difundir. Hicieron el análisis genético fetal a Carla Dutcher. El gen de insomnes es dominante. La próxima generación del grupo tampoco dormirá.

– Ya todos lo sabíamos -dijo Leisha. Carla Dutcher era la primera insomne embarazada. Su esposo era durmiente-. Todo el mundo esperaba eso.

– Pero para la prensa de todos modos será un regalo de los dioses. Imagina: ¡CRIA DE MUTANTES! ¡NUEVA RAZA PUEDE DOMINAR LA NUEVA GENERACION!

Leisha no lo negó.

– ¿Y el segundo?

– Es triste, Leisha. Acabamos de tener nuestro primer muerto.

Se le encogió el estómago:

– ¿Quién?

– Bernie Kuhn, de Seatle -ella no lo conocía-. Un accidente automovilístico. Parece bastante claro: perdió el control en una curva pronunciada al fallarle los frenos. Llevaba sólo unos meses de conducir, tenía diecisiete. Pero lo significativo aquí es que los padres donaron su cuerpo y su cerebro a Biotech conjuntamente con la Escuela de Medicina de Chicago. Lo disecarán para poder ver por primera vez los efectos sobre el cuerpo y el cerebro de la falta prolongada de sueño.

– Hacen lo correcto -dijo Leisha-. Pobre chico. ¿Pero qué temes que encuentren?

– No lo sé. No soy médico.

Pero sea lo que sea, si los cultores del odio pueden usarlo en nuestra contra lo harán.

– Estás paranoico, Tony.

– Imposible. Los insomnes tenemos personalidades calmas y más conectadas con la realidad de lo corriente. ¿No lees la literatura sobre el tema?

– Tony…

– ¿Que tal si caminas por esa calle de España y un centenar de mendigos quieren cada uno un dólar y tú dices que no y ellos no tienen nada que intercambiar contigo pero están tan corroídos por la ira por lo que tú tienes que te atacan, te lo sacan y te golpean por mera envidia y desesperanza?

Leisha no contestó.

– ¿Dirás que no es una actitud humana, Leisha? ¿Que nunca sucede?

– Sucede -contestó Leisha serenamente-. Pero no tan seguido.

– Una mierda. Lee más historia. Lee más periódicos. Pero el asunto es: ¿qué hace un buen yagaísta que cree en los contratos de mutuo beneficio con la gente que no tiene nada que intercambiar y solamente puede recibir?

– Tú no eres…

– ¿Qué, Leisha? En los términos más objetivos que puedas aplicar, ¿qué les debemos a los necesitados ávidos y no productivos?

– Lo que dije originalmente: amabilidad, compasión.

– ¿Aunque no la retribuyan? ¿Por qué?

– Porque… -se detuvo.

– ¿Por qué? ¿Por qué los seres humanos productivos y respetuosos de las leyes deberían algo a los que no producen mucho ni respetan las leyes? ¿Qué justificación filosófica, económica o espiritual existe para deberles algo? Sé tan honesta como conozco que eres.

Leisha puso su cabeza entre las rodillas. La pregunta la superaba, pero no trató de evadirla.

– No lo sé. Sólo sé que es así.

– ¿Por qué?

Ella no contestó. Tras una pausa, lo hizo Tony. Había desaparecido de su voz el desafío intelectual. Dijo, casi tiernamente: -Ven en la primavera a ver el emplazamiento de Santuario. La construcción estará adelantada para entonces.