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– ¿Por cuánto tiempo? -musitó Leisha.

– ¿Y quién diablos lo sabe?

Bernie Kuhn era joven… puede que haya un mecanismo compensatorio que lo interrumpe en algún punto y os vengáis abajo de golpe, como una jodida galería de Dorian Grays. Pero no lo creo.

Tampoco creo que siga por siempre; una regeneración de tejidos no puede hacer eso. Pero mucho, mucho tiempo.

Leisha se quedó contemplando los reflejos borrosos en el parabrisas del automóvil. Vio la cara de su padre contra el satén azul del féretro, rodeada de rosas blancas. Su corazón, que no se regeneraba, había fallado.

– El futuro es sólo especulación en este caso. Sabemos que las estructuras péptidas que inducen al sueño en las personas normales recuerdan los componentes de paredes celulares bacterianas. Puede que haya una conexión entre el sueño y la receptividad patógena. No sabemos.

Pero la ignorancia nunca detuvo a los periódicos. Quería prepararte porque los llamarán superhombres, homo perfectus, y quién sabe qué más. Inmortales.

Las dos mujeres permanecieron en silencio. Finalmente Leisha dijo:

– Voy a informar a los demás.

Por nuestra red de datos. No te preocupes por la seguridad. Kevin Baker diseño la red del Grupo, y nadie se entera de lo que no queremos que se enteren.

– ¿Ya están tan bien organizados?

– Sí.

Susan pareció decir algo para sí y apartó la vista de Leisha.

– Mejor entremos, o perderás tu vuelo.

– Susan…

– ¿Qué?

– Gracias.

– De nada -dijo Susan, y Leisha notó en su voz lo que antes había visto en su expresión sin poder ubicar: ansiedad.

Regeneración de tejidos. Mucho, mucho tiempo, canturreaba la sangre en los oídos de Leisha durante su viaje a Boston. Regeneración de tejidos. Y, eventualmente: inmortales. No, eso no, se decía severamente. Eso no. Pero la sangre no escuchaba.

– ¡Qué sonrisa! -dijo su vecino de asiento de la primera clase del avión, un hombre en viaje de negocios que no la había reconocido-. ¿Viene de alguna gran fiesta en Chicago?

– No, de un funeral.

El hombre pareció asombrado, y luego disgustado. Leisha miró por la ventanilla hacia el suelo, allá lejos. Ríos como microcircuitos, campos como prolijas fichas de archivo. Y en el horizonte esponjosas nubes blancas, como masas de flores exóticas, capullos de un invernadero lleno de luz.

La carta no era más gruesa que cualquier envío en papel, pero era tan raro que cualquiera de ellos recibiera una carta con la dirección a mano que Richard estaba nervioso.

– Podría ser un explosivo.

Leisha miró la carta en la repisa del vestíbulo: "SRA. LIESHA CAMDEN", letras imprenta mayúsculas, mal escrito.

– Parece escritura infantil -dijo.

Richard permanecía en pie, con la cabeza baja y los pies separados. Pero su expresión era solamente preocupada.

– Tal vez sea deliberadamente infantil. Pueden haber pensado que desconfiarías menos.

– ¿Quienes? ¿Nos estamos volviendo tan paranoides, Richard?

La pregunta no lo hizo desistir.

– Sí. Por el momento.

Una semana antes la Revista de Medicina de Nueva Inglaterra había publicado el cuidadoso y sobrio artículo de Susan. Una hora más tarde las emisoras y redes explotaban en especulaciones, drama, furia y temor. Junto con los demás miembros del Grupo, habían aislado e individualizado cada uno de estos cuatro componentes, buscando la reacción dominante: especulación ("Los insomnes pueden vivir siglos, y esto podría llevar a que…"); drama ("Si un insomne se casa sólo con durmientes, su vida puede alcanzar a una docena de matrimonios, y varias docenas de hijos, una confusa familia mixta…"); furia ("El ir contra las leyes de la naturaleza sólo nos ha aportado esta supuesta gente antinatural que vivirá con la ventaja tramposa del tiempo: tiempo para acumular más capacidad, más poder, más propiedades como el resto nunca podremos ni imaginar…"); y temor ("¿En cuánto tiempo nos dominará la super-raza?").

– Todos son temor, de uno u otro tipo -dijo finalmente Carolyn Rizzolo, y la Red dejó de clasificar.

Leisha estaba dando los exámenes finales de su último año en la escuela de leyes. Los comentarios la acompañaban cada día en el campus, por los corredores, en clase; cada día los olvidaba en el trajín de los exámenes, donde todos los estudiantes quedaban reducidos al mismo status de suplicantes ante la gran universidad. Luego, temporalmente exhausta, caminaba silenciosamente a casa hacia Richard y la Red del Grupo, consciente de las miradas de la gente en la calle, consciente de su guardaespaldas, Bruce, entre ella y los demás.

– Se calmará -dijo Leisha.

Richard no contestó.

La ciudad de Salt Springs, Texas, promulgó una ordenanza local que no permitía a los insomnes tener licencia de expendio de licores, basándose en que los estatutos de derechos civiles descansaban en la cláusula de que "todos los hombres fueron creados iguales", lo que claramente no incluía a los insomnes.

No había insomnes en un radio de más de cien kilómetros de Salt Springs y nadie había pedido una licencia de expendio de licores en los últimos diez años, pero la United Press y la Datanet News tomaron la historia y en veinticuatro horas aparecieron calurosos editoriales, de ambos bandos, por toda la nación.

Se dictaron más ordenanzas locales. En Pollux, Pennsylvania, se podía denegar el alquiler de departamentos a insomnes basándose en que su prolongada vigilia aumentaría el uso y desgaste de la propiedad y las cuentas de servicios. En Cranston Estates, California, se prohibía a los insomnes operar negocios abiertos las veinticuatro horas: "competencia desleal".

Iroquois County, Nueva York, les prohibía actuar como jurados, arguyendo que un jurado que incluyera insomnes no constituía "un jurado de pares".

– Todas estas reglas serán abolidas en instancias judiciales superiores -dijo Leisha-. ¡Pero, Dios! ¡La pérdida de tiempo y dinero para lograrlo! -mientras lo decía una parte de su mente notaba que su tono era igual al de Roger Camden.

El estado de Georgia, en el cual algunos actos sexuales entre adultos que consintieran en ellos aún eran considerados crímenes, decidió que el sexo entre insomnes y durmientes era una felonía de tercer grado, clasificándolo como bestialismo.

Kevin Baker había diseñado un software que revisaba las redes de noticias a alta velocidad, señalaba todas las historias que implicaban discriminación o ataques contra los insomnes y las clasificaba. La Red del Grupo daba acceso a esos archivos.