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Por lo visto, serían preguntas y respuestas después de todo.

– No. El mecanismo del sueño tiene cierta flexibilidad, pero no es la misma para todos. El núcleo rafe del cerebro…

Ong intervino:

– No creo que necesitemos ese nivel de detalle, Susan. Atengámonos a lo básico.

– El núcleo rafe regula el balance entre los neurotransmisores y los péptidos que empuja al sueño, ¿no?

Susan no pudo evitar un gesto de diversión. Camden, el agudo y despiadado financiero, estaba allí tratando de parecer solemne, como un alumno de escuela esperando que elogien su tarea para el hogar. Ong se veía agrio. La señora Camden miraba a lo lejos por la ventana.

– Correcto, señor Camden. Ha hecho sus investigaciones.

– Se trata de mi hija -dijo Camden, y Susan contuvo el aliento. ¿Cuándo había sido la última vez que oyera ese tono de adoración en la voz de alguien?

Pero nadie pareció notarlo.

– Bien, entonces -dijo Susan-, ya sabe que la razón por la que la gente duerme es porque se crea en el cerebro una presión hacia el sueño. Durante los últimos treinta años, la investigación ha determinado que esa es la única razón. Ni el sueño de ondas lentas ni el REM [1] sirven a funciones que no puedan llevarse a cabo también con el cuerpo y el cerebro despiertos.

Suceden muchas cosas durante el sueño, pero pueden suceder también despiertos, si se hacen otros ajustes hormonales.

Alguna vez el sueño cumplió una importante función evolutiva. Una vez que el pre-mamífero había llenado su estómago y diseminado su esperma, el sueño lo mantenía quieto y a salvo de predadores. Era una ayuda a la supervivencia. Pero ahora es un mecanismo obsoleto, como el apéndice. Se pone en marcha todas las noches, pero ya desapareció su necesidad. Así que suprimimos esa puesta en marcha en su origen, los genes.

Ong dio un respingo. Odiaba que simplificara así. O tal vez lo que odiaba era el tono ligero. Si la presentación la hubiera hecho Marsteiner, no habría figurado el pre-mamífero.

– ¿Y qué hay de la necesidad de soñar? -preguntó Camden.

– No es necesario. Un remanente de bombardeo de la corteza para mantenerla semi alerta en caso de que un predador atacara durante el sueño. La vigilia es mejor.

– ¿Y entonces por qué no directamente la vigilia? Desde el principio de la evolución.

La estaba poniendo a prueba.

Susan le dirigió una amplia y generosa sonrisa, divirtiéndose con su descaro.

– Se lo dije, seguridad ante los predadores. Aunque cuando ataca un predador moderno -digamos, un inversor cuasi fraudulento de data-atoll- es más seguro estar despierto.

Camden atacó:

– ¿Y que hay del alto porcentaje de sueño REM en fetos y bebés?

– También un remanente evolutivo. El cerebro se desarrolla perfectamente sin él.

– ¿Y qué de la recomposición neural durante el sueño de ondas lentas?

– Sigue existiendo. Pero puede llevarse a cabo durante la vigilia, si se programa el ADN para ello. No se pierde eficiencia neural, por lo que sabemos.

– ¿Y la alta producción de enzima del crecimiento durante el sueño de ondas lentas?

Susan lo miró con admiración.

– Prosigue sin el sueño. Los ajustes genéticos la ligan a otros cambios en la glándula pineal.

– ¿Y que pasa con…?

– ¿… los efectos colaterales? -dijo la señora Camden.

Había olvidado que estaba allí.

La joven la miraba, con las comisuras de la boca apretadas.

– Me alegra que lo preguntara, señora Camden. Porque existen efectos colaterales. -Susan hizo una pausa, disfrutándolo-.

Comparados con los niños de la misma edad, los insomnes -sin manipulación genética de su cociente intelectual- son más inteligentes, mejores para resolver problemas, y más alegres.

Camden tomó un cigarrillo.

Este hábito arcaico, sucio, sorprendió a Susan. Luego vio que era deliberado: Roger Camden llamando la atención con un despliegue ostentoso, para apartarla de lo que sentía. Su encendedor era de oro, monogramado, inocentemente llamativo.

– Permítanme explicarlo -dijo Susan-. El sueño REM bombardea la corteza cerebral con disparos neuronales azarosos desde el tálamo cerebral; los sueños se producen porque la pobre y asediada corteza trata de encontrarles sentido a las imágenes y los recuerdos activados. Se desperdicia mucha energía en eso.

Sin ese desperdicio, los cerebros insomnes se evitan el desgaste y coordinan mejor los datos de la vida real. De ahí: más inteligencia y capacidad para resolver problemas.

Además, los médicos hace sesenta años que saben que los antidepresivos, que mejoran el ánimo de pacientes deprimidos, también suprimen totalmente el sueño REM. Lo que probaron en los últimos diez años es que la inversa también es válida: si se suprime el sueño REM la gente no se deprime. Los niños insomnes son agradables, amistosos… alegres. No hay otra palabra para describirlo.

– ¿A qué costo? -preguntó la señora Camden. Su nuca estaba rígida y contraía la mandíbula.

– Sin costo. No hay efectos colaterales.

– Por ahora -replicó la señora Camden.

– Por ahora -aceptó Susan encogiéndose de hombros.

– ¡Sólo tienen cuatro años, a lo sumo!

Ong y Krenshaw la estudiaban detenidamente. Susan notó que la señora Camden se dio cuenta; se hundió en el asiento, arropándose en su abrigo de pieles, con el rostro inexpresivo.

Camden no miró a su esposa.

Arrojó una nube de humo de su cigarrillo y dijo:

– Todo tiene su costo, doctora Melling.

Le gustó la forma en que decía su nombre.

– Habitualmente, sí. Especialmente en modificación genética. Pero honestamente no pudimos encontrar ninguno aquí, aunque lo buscamos. -Sonrió directamente a Camden, mirándolo a los ojos-. ¿Es demasiado bueno para creerlo, que alguna vez el universo nos dé algo todo positivo, todo progreso, todo beneficio, sin penalidades ocultas?

– No es el universo. Es la inteligencia de gente como usted -dijo Camden, sorprendiéndola más que todo lo que sucediera antes. Sus ojos le sostenían la mirada. Se le encogió el pecho.

– Creo -dijo secamente el doctor Ong-, que la filosofía del universo está más allá de lo que nos ocupa ahora. Señor Camden, si no tiene más preguntas médicas, tal vez podamos volver a los puntos legales que plantearon los doctores Sullivan y Jaworski. Gracias, doctora Melling.

Susan asintió con la cabeza.

No volvió a mirar a Camden. Pero supo lo que decía, cómo se veía, que estaba allí.

La casa era aproximadamente lo que esperaba, una enorme imitación Tudor sobre el Lago Michigan al norte de Chicago. Espeso bosque entre el acceso y la casa, terreno abierto entre la casa y el agua. Parches de nieve cubrían el dormido césped. Aunque hacía cuatro meses que Biotech trabajaba con los Camden, esa era la primera vez que Susan los visitaba.

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[1] En inglés "Rapid Eyes Movement". (Nota de la Traductora.)