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Pero, aún así, Alice no quería ir a escuchar a Kenzo Yagai.

Iría a dormir a casa de su amiga Julie, y se rizarían juntas el cabello. Para mayor sorpresa, Susan tampoco iría. Ella y Papá se miraron raro al despedirse, pensó Leisha, pero estaba demasiado excitada para reflexionar sobre eso. Iba a oír a Kenzo Yagai.

Yagai era un hombre pequeño, oscuro y delgado. A Leisha le gustó su acento. Le gustó, también, algo en él que le llevó un rato definir.

– Papá -susurró en la semi oscuridad del auditorio-, es un hombre jovial.

Papá la abrazó.

Yagai habló sobre economía y espiritualidad:

– La espiritualidad de un hombre (que es solamente su dignidad como hombre) reposa sobre su propio esfuerzo. La dignidad y la valía no las otorga automáticamente un nacimiento aristocrático; basta mirar la historia para verlo. La dignidad y la valía no las otorga automáticamente la riqueza heredada; un gran heredero puede ser un ladrón, un derrochador, cruel, explotador, una persona que deja al mundo mucho más pobre de como lo encontró. Ni la mera existencia confieren la dignidad y la valía; un asesino en masa existe, pero tiene un valor negativo para su sociedad y no posee dignidad en su ansia de matar.

No, la única dignidad, la única espiritualidad descansa sobre lo que un hombre puede lograr con su esfuerzo. Robarle a un hombre la posibilidad de tener logros, y de intercambiar sus logros con los demás, es robarle su dignidad espiritual.

Por eso en nuestro tiempo ha fracasado el comunismo. Toda coerción, toda fuerza que releve al hombre de lograr las cosas por su propio esfuerzo, causa un daño espiritual y debilita a una sociedad. La conscripción, el robo, el fraude, la violencia, la falta de representación legislativa, todas ellas roban al hombre su oportunidad de elegir, de tener sus propios logros, de intercambiar esos logros con los demás. La coerción es una trampa; no produce nada nuevo. Solamente la libertad, la libertad de tener logros e intercambiarlos libremente, crea el entorno adecuado para la dignidad y la espiritualidad del hombre.

Leisha aplaudió tan fuerte que le dolieron las manos. Cuando iba hacia los camerinos con Papá sintió que le costaba respirar, ¡Kenzo Yagai!

Pero las bambalinas estaban más pobladas de lo que esperaba.

Había cámaras por todas partes.

Papá dijo:

– Señor Yagai, le presento a mi hija Leisha -y las cámaras se acercaron y la enfocaron a ella. Un japonés le dijo algo al oído a Yagai, y él la miró más de cerca.

– ¡Ah, sí! -dijo.

– Mira aquí, Leisha -dijo alguien, y ella obedeció. Una cámara robot se le acercó tanto a la cara que Leisha retrocedió, sobresaltada. Papá protestó agudamente a uno, luego a otro. Las cámaras no se movieron. Súbitamente una mujer se arrodilló frente a Leisha y le acercó un micrófono:

– ¿Cómo es no dormir nunca, Leisha?

– ¿Qué?

Alguien rió. No era una risa amable.

– Criando genios…

Leisha sintió una mano sobre su hombro. Kenzo Yagai la asió firmemente, apartándola de las cámaras. Inmediatamente, como por arte de magia, se formó una línea de japoneses ante Yagai, que se abrió solamente para que pasara Papá. Cubiertos por esa línea, los tres se dirigieron a un camarín y Kenzo Yagai cerró la puerta.

– No debes dejar que te molesten, Leisha -dijo con su maravilloso acento-. Nunca. Hay un viejo proverbio oriental que dice: "Los perros ladran pero la caravana avanza". No debes dejar que los ladridos de perros groseros o envidiosos retrasen tu caravana personal.

– No los dejaré -suspiró Leisha, no muy segura de qué querían decir sus palabras, pero sabiendo que luego habría tiempo de pensarlo, de charlarlo con Papá. Por ahora estaba encandilada por Kenzo Yagai, por ver en persona al hombre que estaba cambiando el mundo sin violencia, sin armas, intercambiando el resultado de su particular esfuerzo individual.

– Estudiamos su filosofía en mi escuela, señor Yagai.

Kenzo Yagai miró a Papá. Éste dijo:

– Una escuela privada. Pero la hermana de Leisha también la estudia, aunque superficialmente, en el sistema público. Despacio, Kenzo, pero llega.

Leisha notó que su padre no explicó por qué Alice no estaba con ellos allí.

Al volver a casa, Leisha se sentó por horas a pensar en todo lo que había sucedido. Cuando Alice volvió de casa de Julie a la mañana siguiente, Leisha corrió a su encuentro. Pero Alice parecía enojada por algo.

– Alice, ¿qué pasa?

– ¿No te parece que ya tengo bastante que soportar en la escuela? -gritó Alice-. ¡Todos lo saben, pero al menos cuando te estabas tranquila no importaba demasiado! ¡Habían dejado de molestarme! ¿Por qué tuviste que hacer eso?

– ¿Hacer qué? -preguntó Leisha, azorada.

Alice le arrojó algo: una copia en papel del periódico de la mañana, con un papel más fino que el del sistema que usaban los Camden. Cayó abierta a sus pies, y Leisha se quedó viendo su propia imagen, a tres columnas, junto a Kenzo Yagai. El titular decía:

YAGAI Y EL FUTURO:

¿QUEDA SITIO PARA LOS DEMAS? INVENTOR DE ENERGIA-Y CONFERENCIA CON HIJA "SIN SUEÑO" DEL MEGAFINANCISTA ROGER CAMDEN.

Alice pateó el papeclass="underline"

– También estaba en la televisión anoche… por ¡televisión! ¡Yo me esfuerzo por no resultar estirada o extraña, y tú haces esto! ¡Ahora Julie probablemente ni me invite a su fiesta de pijamas la semana próxima! -subió corriendo las amplias escaleras curvas hacia su habitación.

Leisha bajó la vista hacia el periódico. Oyó la voz de Kenzo Yagai dentro de su cabeza: "Los perros ladran pero la caravana avanza". Miró hacia la escalera vacía y dijo en voz alta:

– Alice… te queda muy lindo el pelo así, rizado.

IV

– Quiero conocer a los demás -dijo Leisha-. ¿Por qué me mantuvieron aparte de ellos tanto tiempo?

– No te mantuve aparte -respondió Camden-. No ofrecer no es lo mismo que negar. ¿Por qué no habrías de pedirlo tú? Ahora eres tú quien lo quiere.

Leisha lo miró. Tenía 15 años y estaba en el último curso de la Escuela Sauley.

– ¿Por qué no me lo ofreciste?

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– No lo sé -contestó Leisha-. Pero me diste todo lo demás.

– Incluida la libertad para pedir lo que quisieras.

Leisha buscó la contradicción, y la encontró.

– Yo no pedí la mayor parte de las cosas que me brindaste para mi educación, porque no sabía lo bastante como para pedirlas, y tú, como adulto, lo hiciste. Pero nunca me ofreciste la oportunidad de conocer a ninguno de los otros mutantes insomnes…

– No uses esa palabra -interrumpió Camden.

– … de modo que o bien pensaste que no era esencial para mi educación o bien tenías otro motivo para no querer que los conociera.