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Pero Brodsky es ante todo un poeta consecuente con el tiempo en el que vive. Lejos de anclarse en el pasado, su obra es un perfecto exponente de la respuesta que la poesía contemporánea ha dado a la pregunta que formulara hace ya un par de siglos el poeta romántico alemán Fnedrich Hólderhn: ¿para qué poetas en tiempos de indigencia? Y ya desde su juventud, y sobre todo en estos últimos años de precoz madurez, toda la obra de Brodsky, su poesía pero también su obra en prosa, su trabajo para conjugar el marco creativo en dos lenguas, se ha visto siempre presidido por el esfuerzo de conciliar los dos elementos que dan sentido a la creación poética en las últimas décadas de este siglo vertiginoso y confuso: la belleza del impulso lírico y la inteligencia de la reflexión sosegada. Brodsky es pues uno de los últimos eslabones de esa noble cadena que ha sabido considerar la poesía como un objeto de conocimiento que ayuda a la comprensión del mundo. De ahí la grandeza de su obra y la trascendencia de su empresa.

El Brodsky poeta es indisociable del Brodsky que escribe en prosa, del mismo modo que el Brodsky norteamericano no puede separarse del Iosif Brodskij que halla sus raíces en su escindida identidad de ruso y judío. Por ello, no es casual que la concesión de un premio de la categoría del Nobel le llegara al autor un año después de la aparición en los Estados Unidos de su volumen de ensayos, Menos que uno, esa especie de «autobiografía intelectual» en la que Brodsky pasa revista a sus más íntimos recuerdos y a sus afinidades culturales, con la inteligencia, ironía y gran estilo de que sólo son capaces los grandes poetas. Fiel, pues, a una corriente poética que ha dado ejemplos tan extraordinarios como Eliot, Pound, Graves o Auden, la llegada de Brodsky a la prosa no era sino la culminación de una de las experiencias intelectuales más apasionantes de este siglo: la de un poeta en busca constante de la libertad dentro de su obra.

En Menos que uno se dan cita los grandes temas que conforman la poesía de Brodsky. Si el 22 de octubre de 1987 constituye una fecha crucial en la biografía de Brodsky, otras dos fechas en el tiempo pueden ser significativas para comprender la visión del mundo del poeta ruso. Dos fechas que se instalan como cortes vitales que determinarán el futuro de su producción poética, y que estarán presentes en muchas de las páginas de su volumen en prosa y convenientemente esparcidas en la mayoría de sus poemas. Remontémonos en el tiempo. El 18 de febrero de 1964, un joven pelirrojo, rebelde, con algo de iluminado, comparece ante un tribunal de Leningrado (para él siempre será Petersburgo) acusado de parasitismo social. A su mente acuden los recuerdos de sus conflictos con las autoridades de su país, de su incomprensión ante la situación que le ha tocado vivir. La sombra del camarada Stalin, la inquietante presencia del KGB en la vida cotidiana, la constante negación de su condición de judío, su abandono de la escuela y la formación de su autodidactismo malgré lui alternando trabajos manuales con una dedicación completa al oficio poético. El interrogatorio de Brodsky entra ya en los terrenos de la leyenda. Al no pertenecer a la Unión de Escritores, los jueces no pueden admitir que se autodenomine poeta. A la pregunta de quién le ha reconocido como tal, la respuesta de Brodsky es concluyente: «El mismo que me ha hecho miembro de la especie humana». El veredicto no atiende a razones: cinco años de reeducación por el trabajo en Siberia, en un pequeño pueblo aislado de la civilización. Pero la perseverancia, la tozudería incluso, es una de las características de la personalidad del poeta. El silencio no le impide escribir, y su rebeldía le permitirá entrar en contacto con la poetisa más importante de la Unión Soviética, Ana Ajmatova, de la que será considerado delfín. Las dificultades que le surgen al paso no son obstáculo para que clandestinamente su obra sea cada vez más reconocida entre los círculos más exigentes. El régimen de Breznev tomará dos medidas ante la incomodidad que le genera la creciente popularidad del joven Brodsky.

Llegamos así a la otra fecha crucial en la biografía del poeta, el 4 de junio de 1972. Las autoridades soviéticas le conducen a un avión y lo expulsan del país. Su destino debería ser Israel, pero las inquietudes del escritor van en otra dirección. Desembarca en Viena con un escaso equipaje, un volumen de las obras del poeta inglés John Donne, una máquina de escribir y una botella de vodka destinada al poeta inglés W. H. Auden. El encuentro con Auden es fundamental y determinante en la posterior evolución del poeta. Brodsky sabía que Auden, que vivía en los Estados Unidos, pasaba largas estancias en el pequeño pueblo austríaco de Kirschtetten. La acogida que le tributó no fue un simple gesto protocolario entre colegas, sino el abrazo fraternal entre dos tradiciones que se encontraban. Auden fallecería un año después, pero en ese intervalo fue el mentor de Brodsky y la persona que le ayudó a instalarse en los Estados Unidos.

A partir de esta fecha, la obra de Brodsky adquiere ya esa impronta madura que ha llegado hasta la actualidad. Compagina sus trabajos en universidades norteamericanas con la frecuentación de algunas de las más importantes tribunas intelectuales de su país de adopción y de Europa. La nueva situación le lleva a plantearse la compaginación de los dos idiomas, el ruso, fuente principal de su actividad lírica, y el inglés, con el que desarrolla su actividad en prosa y al que traduce, o colabora en la traducción, de la mayoría de sus poemas. Y de esta dualidad (en la que también se han encontrado, como él mismo señala, grandes escritores como Conrad, Navokov o Beckett) surge la fuerza de la obra de Brodsky: el entronque entre dos culturas que a menudo se han ignorado recíprocamente.

En estos quince años de exilio, que no ha sido una simple operación de nostalgia sino un proceso creativo en desarrollo, Brodsky no ha renunciado a sus orígenes, pero ha sabido conducir su reflexión hacia la exploración consciente de los caminos de la libertad individual que a menudo han estado ausentes de su vida. La publicación en inglés de su libro A Part of Speech (1980) dio prestigio a su nombre en las esferas de la intelectualidad de todo el mundo. Pero, paralelamente, su actividad ensayística se enriquecía y era plenamente reconocida con la aparición de su libro de ensayos Menos que uno, del que el presente volumen es una antología sustancial.

Con motivo de la concesión del premio Nobel, algunos medios de comunicación desinformados quisieron entender que se otorgaba el premio a la obra de un disidente. Bien al contrario, la obra de Brodsky es la obra de un artista, plenamente comprometido con su época pero muy por encima de la mediocridad de los que se escudan en su tragedia personal para forjarse una fama de perseguidos y víctimas. Por su juventud, por el excelente momento creativo en que se encuentra y por la solidez de su pensamiento, la obra de Brodsky es, más que nunca, una obra en marcha.

Enero 1988