Había que beber otra jarra, que ésta era mucha oración seguida para José del Cairo. Lió cigarro con pausa, sacó chispero y chispeó, y tras saborear dos chupadas, se animó a seguir el relato. Contaba contento de lo bien que le salían la historia y el comento. Nunca creí que estuviera tan al tanto del mundo.
– Tardó un algo doña Terencia en venir con el chambelán, y lo pasó Pablo en examinar a la niña Virginia y en terminar de enamorarse, y como llevaba en la bolsa un traje nuevo, que era chambra de encaje y pantalón ceñido de azul terciopelo, y a la cintura faja de seda roja, ayudado por Virginia se levantó, y no vio inconveniente en desnudarse delante de ella y en bañarse antes de vestir la ropa nueva, y aun no se ocultó para hacer aguas menores, por no poner sombra de pecado donde él, por lo que tenía imaginado y por lo que veía, no encontraba más que graciosa y natural inocencia. En esto último me parece que se pasó un poco de confianzudo. Cuando llegaron el chambelán y la Terencia encontraron a los jóvenes cogidos de la mano, mirándose a los ojos. El chambelán inquirió en varias lenguas diversas a Pablo, y era hombre gordo y barbilampiño y llevaba al cuello un collar de cuentas de cacao, y Pablo no halló modo de responder, y el chambelán lo llevó a una cabañaa al lado de una fuente, y lo dejó allí aposentado, al cuidado de Terencia y con abundancia de comida variada. Virginia también quiso quedarse, para calentarle los pies y sacudirle las moscas. Allí fueron, en aquella cabaña, felices días, y Pablo se iba acostumbrando a tener inocencia para andar desnudo, y Terencia ayudaba en los amores de los muchachos, que andaban enseñándose palabras por el bosque y por la playa. Al noveno día volvió el chambelán y traía un mandato del rey del país que le llevasen a Pablo, para darle un vistazo, y estaba el rey a dos días de viaje y Virginia quedó llorando por llevarle el mozo. El rey -y ahora tengo que ir cortando por ponerle fin a la novela-, tenía una hija que le saliera negra, y siendo tan blanco y rubio Pablo, pensó de juntarlos, por si aumentaba la fama de la familia teniendo entre ambos un niño a listas blancas y negras, y en las historias estaba que tuviera el rey un abuelo colorado. Pablo se dejaba hacer, y fácilmente, porque nada entendía. En la cama se vio con la negra, que era muy fina y gentil y reidora. Pasó que vino Virginia y lo encontró de amores nuevos: lloró la niña y escapó a la selva, donde la prendieron unos indios que andaban de caza y la vendieron a un holandés que tenía tienda de pacotilla en una ensenada, donde hacían aguada los del bacalao. Pablo, viendo huir a Virginia, y estando sin guardar, salió en su busca. También lo cazaron los indios, y lo vendieron al rey negro de la Florida, que lo usaba de esclavo para que lo llevase a hombros a las fiestas. El holandés vendió la inocente Virginia,, ablandado por sus lágrimas, a un indio principal que tenía el negocio de cebar mujeres para los reyes de Méjico. No terminaría nunca de contarte cómo siete veces cambió Pablo de dueño, siempre siguiendo las huellas de Virginia, y como ésta casó cuatro veces contra su voluntad, fue robada dos, y la última vez que la vendieron volvió a manos del holandés, y allí en la tienda de pacotilla se puso a morir, y en esto estaba llorando cuando llegó Pablo, que se escapara de un nuevo dueño que tenía, que era grande fumador y se emborrachaba con los habanos. Reconociéronse los amadores, y ya sabía ahora Pablo la lengua de ella, y se dijeron las ternezas del mundo y se perdonaron la peripecia, y Pablo le puso de presente a Virginia lo forzado que fuera a la cama de la negra real, que lo probaba que el niño que tuvieron salió negro como hollín, no habiendo puesto él voluntad ninguna de amor, y nada más que el trabajo de hacerlo. Pero ya era tarde para Virginia, que perdonando murió, dejándole de regalo a Pablo un niño que tuviera del rey de Méjico, y que allí estaba, a los pies del catre, chupando palitos de canela. Esto, recordando a Pablo los que él chupó cuando Virginia lo halló en la playa, lo enterneció, y no lo quiso vender al holandés, que lo pagaba bien, porque le pedían de España un príncipe indio para una función. Me dijo el cura de Xemil, una vez que parrafeamos de esto, que si fue cierta esta historia, el encargo del niño sería para enseñarlo en la Exposición de Barcelona, que trajeron los papeles que va a abrir sus puertas la Reina Cristina.
– ¿Y en qué acabó Pablo? -inquirí.
– Se vino para Francia, y traía un bolsillín de oro con el que puso en Honfleur tienda de mapas y anteojos de larga vista, y mandó al principillo al colegio. Y se consoló viendo entrar y salir los navíos y chupando palitos de canela. Y quizá casase de segundas, que un hombre solo mal se apaña.
Me volví a Facios, pues, sin permiso para cortar los sauces llorones. En el invierno del novecientos dos, con la crecida, se fue Virginia río abajo. Se quedó Pablo solo cabe el vado. Pero cuando represaron el río en Lañor, las aguas lo cubrieron.
Noticias Varias De La Vida De Don Merlín, Mago De Bretaña
A últimos de mayo pasó el río en la barca de Felipe de Amanda un caballero inglés, pelirrojo él, pequeñito, sí, pero muy garboso y resuelto, abrigado de los temporales con un macferlán a cuadros verdes y negros, y cubriéndose la cabeza con un bombín de hule color crema. Traía bajo el brazo una gran cartera de cuero negro, y le anunció a Felipe que venía a Miranda desde Kermes de Bretaña por establecer si don Merlín, en sus vacaciones gallegas, había tenido descendencia.
– Ese fue mi amo -dijo Felipe-, del que va para siete años por San Marcos que no tengo noticia. ¿Murió, acaso?
– Todavía no hace un año que lo vieron en Nápoles unos clérigos irlandeses, en Santa María della Grotta. Díjoles que se iba palmero.
– Ese tema tenía, de no morirse sin ir a Jerusalén.
Se santiguó Felipe sin soltar la pértiga, con lo que hizo sobre su rostro la cruz con el cabo de ella.
– ¡Ad multos annos! Y en cuanto a descendencia en Miranda, no, no la tuvo. Solía decir mi amo que él era continente por tres razones mayores, y estaba la primera fundamentada en ser mi señor Merlín filosofó, y demandar dama Filosofía castidad. Aquí ponía don Merlín de ejemplo a un pariente suyo antiguo, Abelardo de París, a quien castraron de fuerza los criados de un canónigo, tío de la tal Eloísa que él enamoraba. Eso fue grande abuso. La segunda razón la daba mi amo con decir su edad, añadiendo que de dejarse entreverar de la lujuria, las iría a buscar quincenas, y dentro de canónico matrimonio, lo que haría rechiflar al publico, estando éste muy al tanto de los viejos que se casan con mozas, que aún no sale la pareja de la iglesia y ya están inventando cuernos las imaginaciones sospechantes. Aquí me leía una carta del obispo de esta diócesis, don Guevara, a mosén Rubín valenciano, anciano que casó con niña, o contaba la historia del barbero Valls, cirujano sangrador de Vinaroz, que a los setenta casó con una de diecisiete, por él gusto que tenía de que ella lo peinase, que se dejara el pelo largo, crecido hasta los hombros, sólo por disfrutar de esta caricia. Y la mocita un día le hizo un nudo con su propio cabello alrededor del cuello al viejo, y apretó. También contaba de su amigo Fouché de Francia, el hombre más secreto de su siglo, a quien había vendido una cifra con la que se podía escribir en la oscuridad, y que ya viejo y fatigado casó con una tal Ernestina, que lo coronó. Y la tercera razón la callaba, golpeándose el pecho como para decir mea culpa, mea culpa, y sólo una vez le oí exclamar con trémula voz: