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Merlín En Toledo

Determinó el joven Merlín pasar de Madrid a Toledo, e iba muy seguro yendo a ciudad tan atareada de demonios, judíos, brujería y ciencias ocultas, porque en una posada, en Medina del Campo, había comprado a Isaac Zifar el nombre secreto de Toledo, que aún hace poco tiempo se hizo público, y es el tal nombre latino, "Fax", que quiere decir la tea, Y dicen que el tal Zifar se hizo rico vendiendo esta noticia a muchos, que por creerse los únicos dueños de ella, no propalaban el hallazgo. En Madrid tomara trato Merlín con un caballero napolitano, llamado don Panfilo Atrisco dei Bottei, que venía a España a intrigar contra el señor virrey de Nápoles cerca del valido del Rey Católico, que lo era a la sazón el señor duque de Lerma. Se hicieron amigos en casa de una francesa que tenía negocio de tiñecañas y de unas que pasaban por sobrinas de un marido que tuviera, y eran alegres pupilas, y el napolitano se pasmaba a cada hora del saber de Merlín y sobre todo del arte que tenía de cifrar mensajes secretos. Don Panfilo temió por su vida, que parece que lo seguían agentes a sueldo del elenco contrario, y le pidió a don Merlín si quería llevarle de su mano las cartas que traía del "reame" al duque de Lerma, que estaba otoñando en Toledo, y que le prestaría un equipo completo que tenía de buhonero, con comercio de jabones de olor, polvos rosados y horquillas. Dijo que sí Merlín, que veía ocasión de acercarse al valido y a la política de España, y le gustó aquello de entrar secreto en la secreta Toledo.

A la vista de Illescas salióle al camino a don Merlín una mujer morena y de buen ver, descalza de pie y pierna, a comprarle unos pendientes de atalaque y una pastilla de jabón de Alhama. Y pagó la mujer moza la compra con una moneda de plata, y así que Merlín la metió en la bolsa se sintió inclinado a seguir a la morena adonde lo llevase, olvidado de la urgente y política mensajería que llevaba, de su condición y altos estudios, y hasta del puesto de oidor en Borgoña. La mujer lo llevó a una choza, hacia donde dicen el Viso de San Juan, y por el camino le iba diciendo a Merlín que no tenía más remedio que seguirla, pues llevaba en la bolsa una moneda del Diablo. Y le llamaba don Panfilo y le parrafeaba algo en italiano. Lo confundían, pues, con el señor de Atrisco, y el encanto aquel debía de ser de poca monta. Estaba dentro de la choza el Diablo, sentado junto a la puerta, escribiendo en un pliego mayor, de barba barcelona. Tenía un gran cuerno delantero, y con el rabo se espantaba las moscas, que estaban como suelen de pesadas en el otoño de las Castillas.

El Diablo, que no dijo su nombre, saludó muy cortés a Merlín llamándole don Panfilo de Atrisco, cuyas altas prendas no ignoraba, y le dijo que no más lo entretenía por saber como se llaman en Napoles los emparedados de queso blanco, que se fríen en sartén tras rebozarlos en huevo.

– Se llaman -respondió Merlín, a quien debió de venirle en aquel minuto la memoria de don Panfilo en ayuda- "mozzarella in carrozza", que "mozzarella" es el queso, blando y delicado, casi natilla.

Apuntó el nombre el Diablo en una esquina del folio y recuperando de la bolsa de Merlín su moneda de plata, mandó a la moza que le señalase al buhonero fingido el camino de Toledo.

Llegó a Toledo Merlín, y asegurado por el duque de Lerma, se vistió de gala y fue a llevarle al valido las cartas reservadas que traía, y preguntándole el duque por el viaje, no dejó don Merlín de contarle lo sucedido en Illescas. Dijo el duque de Lerma que sería burla de vagabundos picaros, y se rió, y le dijo que a la tarde siguiente podía venir a refrescar a un cigarral, en el que un su sobrino hacía fiesta. Y no bien llegó Merlín a la merienda, lo llamó a un aparte el valido, y le dijo que convenía rezar un padrenuestro por el alma de don Giulío, conde de Güini, un florentino al servicio suyo secreto, que había muerto en el mesón del Francés de Madrid envenenado, y que el veneno se lo habían dado en "mozzarella in carrozza", de la que era muy goloso.

Tuvo ocasión don Merlín de pasar a Italia, viajando de Valencia a Ostia muy descansado, por la serenidad de un junio. Y no bien llegó hizo una compra de la que pongo noticia, con otras nuevas, en donde titulo

El Viaje A Roma

Esperando en la posada de los Galeros a que le trajesen herrada la mula piamontesa que había alquilado para el viaje a Roma, se sentó don Merlín bajo la parra a contemplar la mañana de Italia y el azul marino, y estaba ensoñando, los ojos entornados por la grande claridad del día, cuando se le acercó un mendigo a pedirle limosna, y dándosela muy generosa el mago, el pobre, que era un cojo gordo y muy barbado, de la cintura para arriba desnudo, y los calzones que traía, ahora viejos, fueran de suizo del Papa, de una oreja, metiendo el dedo índice y haciéndolo girar, sacó una hermosa sortija de oro, en la que montaba un lucido rubí, y se la ofreció en venta al mago de Bretaña por dos ángeles de plata de las ciudades marinas que había visto en la bolsa de Merlín, al abrirla éste para darle limosna. Halló la oferta muy decente el mago, y cerró el trato. Fuese el mendigo haciendo reverencias y saludando con una birreta española deshilada y mendada con la que cubría su intonsa cabellera, y don Merlín se quedó contemplando la piedra, que la luz matinal y latina espejeaba por todas sus caras. Como oyera las herraduras de su mula en el patio, envolvió el mago la sortija en un pañuelo de seda verde, y escondió la joya en un bolsillo reservado que tenía en el cuello de la capilla corta, que por ser verano, usaba, y en el bolsillo llevaba la clave para corresponder con el secretario de cartas celtas del rey Arturo, y un alfiler envenenado con agua caribe, que comprara en Toledo a uno que venía de Indias. La clave de la cancillería artúrica fue la misma que en la antigua Grecia usaban los lacónicos, y se llama en su lengua "skitale", y en ella correspondían los aforos con los embajadores y los estrategos, y consistía en que en una varita de olivo, de cuarta y media de largo, se envolvía oblicuamente un trozo de piel, y se escribía sobre ella, así envuelta, de arriba a abajo, de modo que desenrollando la piel aparecían los caracteres sueltos, y para leer el mensaje era preciso que el destinatario enrollase de nuevo la piel a una varita de las mismas dimensiones.

Llegó a Roma don Merlín sin mayores novedades, y contento del paso reposado y mecedor de la mula, que tenía por nombre "Tirana", y entró en la urbe por Porta San Paolo, parándose un poco antes de pasar ésta a mirar la pirámide de Caio Cestio. Por vía della Marmorata fue a cruzar el Tíber por Ponte Sublicio, buscando el hospicio de San Michele, donde iba a hospedarse con uno que fuera su compañero en Montpellier, y que ejercía ahora la medicina en aquella casa, en la que tenía buen aposento. Y este médico romano se llamó Micer Orlandini, y cuando vivía en Montpellier por veces se ponía melancólico, acodado en la ventana de su posada, y si se le preguntaba qué le entristecía, solía responder:

– Estaba soñando con "carciofi alla giudia" y con "spaghetti alla carretiera", y que remojaba la comida con una botella de Marino, que de los vinos dei Castelli Romani, es el de mi gusto.

La primera noche que pasó en Roma el señor Merlín cenó "ciñóle coi piselli", bebió Marino, y después de mirar un rato la luna llena sobre las colinas fatales, se metió en cama, y habiendo apagado la vela, y cuando comenzaban a cerrársele los ojos, vio que del cuello de la capilla corta, donde tenía el bolsillo reservado, surgía una figura femenina, vestida de vagos paños verdes, y el tal fantasma, que lo era, se asomaba a la ventana por una inedia hora, volviendo paso pasito a su escondite. Tres noches más se repitió el extraño suceso, y como Merlín cambiaba cada noche de lugar la sortija envuelta en el pañuelo verde, y de donde ésta estaba era de donde brotaba el femenino fantasma, llegó el mago a la conclusión de que poseía una sortija encantada. Debajo de la almohada la escondió, y de junto a la cabeza de Merlín brotó la hermosa y gentil forma, y perfumada, tanto que nuestro hombre se turbó y aun se encandiló algo. Pero a la quinta noche, y por quitarse de deshonestidades, puso la sortija en el bolsillo secreto, cabe el alfiler envenenado, y sucedió que no apareció fantasma alguno. A la mañana siguiente fue Merlín al bolsillo para tomar la varita de la clave y escribir a don Arturo, y se encontró con el bolsillo lleno de ceniza, y el oro de la sortija vuelto cobre, y el rubí muerto, trocado en vidrio ciego, que poniéndolo al sol que nacía dorando el monte Palatino en la otra orilla, ni una chispa espejeaba. Entre Micer Orlandini y don Merlín estudiaron el caso por Cornelio Agripa, Aristóteles y Dioscórides, y hallaron la causa: al tomar cuerpo en el bolsillo secreto el fantasma, se pinchó en el alfiler envenenado con agua caribe, siendo ésta veneno tan resolutivo, que el fantasma halló allí mismo muerte.