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Estando con el Ejrcito nunca realizamos una ejecucin. Preferamos actuar de noche, y por la maana amaneca un guerrillero muerto. Se buscaba ayudar a las Fuerzas Armadas. Es que yo le digo una cosa, si la sociedad ayudara sin miedo, con todo lo que sabe y ve, la autoridad legalmente acabara con el flagelo que sea. Pero en Colombia no existe esa conciencia. Hay un egosmo enorme entre los ciudadanos y una falta de credibilidad en la justicia. Cada quien defiende lo suyo, creyendo que la guerra no lo va a tocar, y la indiferencia de los ciudadanos la capitaliza la guerrilla. Aqu no hay sentido de pertenencia por nuestra Patria, y eso es gravsimo. He aqu una de las grandes causas de la debacle y el descuaderne del pas, como deca el doctor Carlos Lleras.

Muchas veces se nos acerc un polica o un cabo para decirme: Carlitos, ve a ese hombre en la esquina del cementerio? Es un guerrillero. No hay ninguna prueba contra l. Ustedes vern qu hacen. Yo le contestaba: Si no hay polica ni ejrcito por aqu, yo mando a los muchachos. Se coordinaba la accin y dos muchachos caminaban hacia la puerta del cementerio, y al salir el subversivo, lo ejecutaban. Al principio era as como funcionbamos, pero el mtodo se fue perfeccionando con el tiempo para no cometer injusticias y tener la seguridad de que el muerto fuera realmente guerrillero.

-Cuntos aos tena usted en ese momento, comandante? -le pregunt.

Castao movi rpidamente sus pupilas tratando de recordar, pues para las fechas no tiene buena memoria y menos para recordar la edad exacta que tena cuando sucedieron hechos trascendentales de su vida.

-Cumpla mis diecisis. Eso fue despus de mayo, en el segundo semestre de 1982 para ser exactos.

-Cul fue la primera ejecucin que usted realiz directamente sin intermediarios?

Eso fue por esa misma poca, en Remedios, Antioquia. Un primo hermano manejaba la inteligencia en el pueblo. La inteligencia en ese entonces era un gevn en bicicleta para arriba y para abajo, para ver qu escuchaba. Al verme llegar, mi primo me dijo: Hermano, anoche lleg Idelfonso. Llevaba veinte das en el monte y est ahora en la casa. Idelfonso era hermano de uno de los hombres que secuestr a pap. Adems lo andbamos buscando porque su casa era el sitio donde remitan las boletas de los secuestros, las extorsiones y los futuros atentados de las FARC.

Yo haba presenciado ejecuciones, pero no me haba involucrado directamente como ejecutor. Adems, Fidel no quera que me metiera en nada de eso, pues deca: Cualquier guerrillero puede estar armado y te puede matar. Nosotros no podemos morirnos. Si nos matan, la causa se acaba y hay que vivir mucho tiempo. Y a decir verdad, a m no se me haba ocurrido empuar un arma para hacer una accin militar. Pero ese da no hubo forma de esperar. Me fui armado con un revlver Colt 32, largo, de cinco tiros. Mi primera intencin no era ejecutarlo; quera espiarlo. Pasaba por el frente de la casa y justo en ese momento el tipo abri la puerta y sali a la acera. Yo estaba en la mitad de la calle, en todo el frente de la puerta cuando el guerrillero me mir y, de inmediato, me reconoci. l saba que los Castao los buscbamos.

Entonces grit: Mija, el revlver! Mi reaccin fue inmediata. Saqu el revlver y le dispar, fall y al ver que no haba acertado, pens: Este hijueputa me mata de aqu para abajo. Idelfonso entr nuevamente a la casa por el extenso y oscuro corredor que conduca a la sala, y yo ya iba en la puerta corriendo tras l. Cuando lo alcanc en el solar de la casa, estaba agachado sacando una rula. Lo del revlver era mentira. Recuerdo, como si fuera hoy, lo que le grit: No creas que me vas a matar a traicin y amarrado como a mi pap, hijueputa.

Con la rula en la mano, volte y me mir aterrado. Yo le apunt a la cabeza y le met un disparo en el cuello. El hombre dio dos pasos atrs y se recost en la pared. Ah le met tres tiros ms en la cabeza, los nicos que me quedaban. Era tanta la rabia, que le segu martillando en seco con los ojos cerrados. Yo solo oa el tic, tic, tic.

Con los ojos an cerrados, di la vuelta para salir. Sin embargo, le o un ronquido, un ruido extrao, y pens: ste se me va a parar. Lentamente gir la cabeza por encima del hombro para mirarlo y vi su rostro destrozado por los orificios de entrada y salida de los cuatro balazos.

La imagen fue horrible. Lo vi tan feo y desfigurado que entr en pnico y sal corriendo. Cmo sera el susto que al frente de la casa, y en plena calle, bot el revlver porque me estorbaba para escapar. Corr, corr y corr sin parar. Pas por las ltimas casas del pueblo como un caballo desbocado durante veinte minutos. Trataba de cansar el cuerpo para descansar el alma. Lejos del pueblo, par y me sent sin saliva al borde de la trocha; en medio de una oscura noche sin luna. La ausencia de saliva no era producto del cansancio, era del terror que me produjo mirar a ese hombre. Cuando lo vi, no s por qu pens que as haba quedado mi padre.

Permanec unos das escondido mientras Fidel llegaba de Medelln. El regao se vena, pero mi mente ya estaba atormentada, pues despus de que a uno le pasa la rabia, viene el autocuestionamiento. Viv tres das de fuertes nuseas y mareo.

Cuando Fidel me salud, me hizo el reclamo muy a su estilo, en un tono de voz fuerte, ms fuerte que la ma. Imagnese! Claro que corto y sin una mala palabra. Yo nunca le o a Fidel mentar la madre. Slo me dijo: Carlitos, por Dios! Cmo se le ocurre ir usted solo a hacer una accin de esas! Cmo es que se va por todo el frente de la casa del tipo, hombre!.

Ya un poco ms calmado dijo algo que hoy, veintin aos despus, an le repito a las tropas de la Autodefensa en formacin: A uno slo le dan dos segunditos para reaccionar. Si no aprovecha ese tiempo, no hay poder humano que logre evitar lo que le va a pasar.

Fidel era en ese entonces un hombre de treinta y cinco aos y desde que yo nac, la autoridad en la casa fue siempre compartida por mi pap y l. Despus del regao, su actitud fue la siguiente: Lo que usted hizo, Carlitos, tiene una sancin y un premio. Por qu? -le pregunt. Porque cuando ya la haba embarrado, lo que tena que hacer fue lo que hizo, si no, el muerto hubiera sido usted.

Con cierto sentimiento de culpa, le dije: Pero el tipo no tena ningn revlver, Fidel. A lo que replic de inmediato:

Pero si lo hubiera tenido, qu? Mire, Carlitos, yo le traa a usted de regalo una camiseta y unos tenis nuevos. El castigo es que slo le voy a dar los tenis.

Eran unos zapatos de lona con suela de caucho amarillo. Los quera tanto que cuando llova me gustaba caminar por la arena mojada para ver la huella que dejaba el labrado de la suela al pisar. Yo ya era casi mayor de edad, pero deca: Qu huella tan hermosa la que deja este tenis! Cosas de nio!

-Y su niez?

Kenia, su futura esposa, nos interrumpi y con la ingenuidad con que una mujer joven cuenta algo ntimo, dijo con su marcado acento costeo:

-Mira, Mauricio, imagnate que Carlos le clavaba unas puntillitas de cabeza gruesa a los tacones de los zapatos negritos con que se iba a la escuela. Los haca sonar cuando pasaba por el pasillo que llevaba a los salones, slo para que todos sus compaeritos lo oyeran caminar: tac, tac, tac, tac. Al or los pasos, se quedaban callados pensando que era un seor muy grande.

Castao la mir sonriente durante la corta ancdota y le dijo:

-Amor, cmo cuentas esas cosas!

De repente, se puso de pie e interrumpi la charla:

-Bueno, periodista, nosotros nos vamos ya. Hay que cumplirles a los suegros. Maana muy temprano comenzamos las actividades. De pronto aprovechamos para visitar a mi madre, y podremos avanzar en el libro.

Ya era la segunda vez que trataba de encarrilarme en la historia de su infancia en Amalf. Despus de conocer los pormenores de la venganza de los Castao, senta curiosidad por saber cmo era su vida antes de los catorce aos. El secuestro de su padre, sin duda, le dio un giro a su vida.