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La semana pasada veamos cmo un grupo de intelectuales de talla mundial de primer orden, firmaron una carta al pueblo norteamericano explicando las razones por las cuales es justo y moralmente correcto ir a la guerra contra el terrorismo. Esa carta bien vale la pena ser estudiada por los colombianos, e igualmente por quienes de una u otra forma juzgan nuestro conflicto interno.

Hay quienes, por otra parte, defienden la negociacin a ultranza. Recientemente el candidato presidencial Luis Garzn afirm que cerrar la negociacin de Tlaxcala le cost al pas 130.000 muertos, y que cerrar la etapa del Cagun le costara un milln de muertos ms. Yo creo que se equivoca, no slo en las cifras, sino en el significado moral de la negociacin. Lo que se termin, fue justamente la no negociacin, la instrumentalizacin del dilogo con fines estratgicos. Ahora bien, si por levantarse de la mesa ante la indignidad del adversario se ha de ser responsable de las muertes subsiguientes, habra que recordarle al seor Garzn que la justicia, la libertad, y la dignidad humana, no tienen precio y siempre habrn de ser defendidas frente a las agresiones terroristas. Esa es una guerra que la sociedad no puede ahorrarse, pues los que estn en juego son los valores e ideales de la humanidad.

En el caso colombiano, aunque est sobrediagnosticado el escenario del conflicto para el ao en curso, creo que el terrorismo siempre es capaz de innovar, dejando atrs los esquemas de defensa, y el que no lo crea, que le pregunte a Ben Laden. Sin embargo, Qu les diramos hoy a nuestros hijos si Colombia estuviese en manos de Pablo Escobar? La batalla contra el Cartel de Medelln fue costosa en vidas y en todos los aspectos posibles. Acaso sus costos hayan sido mayores de los que cualquier otra sociedad en cualquier parte del Mundo haya pagado en la lucha contra el narcotrfico. Pero hoy, al mirar atrs, sabemos que aunque la guerra contina, esa batalla la ganamos, la ganamos unidos los colombianos, la ganamos con cooperacin tcnica internacional, y vali la pena. Ahora lo importante es que los colombianos nos blindemos moralmente con razones que justifican la oposicin a los designios de quienes quieren destruir nuestras riquezas y robarnos la libertad. La guerra ser dura, todas lo son, pero las razones que nos asisten justifican el esfuerzo y el sacrificio.

EPLOGO

Rodrigo Garca Caicedo

Miembro de la Academia de Historia de Montera, Crdoba.

-Dime una cosa compadre, por qu ests peleando?

-Por qu ha de ser, compadre -contest el coronel Gerineldo Mrquez-, por el partido liberal.

-Dichoso t que lo sabes -contest l-. Yo, por mi parte, apenas ahora me doy cuenta de que estoy peleando por orgullo.

-Eso es malo -dijo el coronel Gerineldo Mrquez.

Al coronel Aureliano Buenda le divirti su alarma naturalmente, dijo.

Pero en todo caso, es mejor eso que no saber por qu se pelea. Lo mir a los ojos y agreg sonriendo:

-O que pelear como t por algo que no significa nada para nadie.1

En nuestra Colombia de hoy, bien cabe la pregunta muchas veces repetida: Por qu estamos luchando?

Guerras y revoluciones han acompaado nuestro desarrollo desde la poca precolombina hasta la actualidad. Sin embargo, en una visin ms universitaria, encontraremos que no se trata de una situacin excepcional colombiana, ni siquiera latinoamericana. Las guerras, desde la prehistoria, hasta nuestros das, han acompaado el acontecer humano. No se trata entonces de una Colombia subdesarrollada y colonizada buscando su identidad, como muchos han querido ver. Se trata de la condicin humana, se trata del zoom politikon aristotlico que se manifiesta igual en la mente del coronel Buenda, quien creci en un pueblo al cual an estaban apenas llegando la lupa, el telescopio, el hielo o el imn, en un pueblo al cual an llegaban alfombras

1 mgicas y tratados de alquimia, como en la mente de los lderes de las principales democracias de Occidente, nacidos en medio de los grandes desarrollos de la modernidad, y quienes, por tanto, se valen de instrumentos ms sofisticados (aunque no ms civilizados) que los colombianos o macondianos para imponer sus ideales de dignidad, orgullo o justicia, en Panam, en Irak, en Yugoslavia o Afganistn, y tal vez en un futuro no muy lejano, en Urab o Caquetania.

Encontramos en la obra del periodista Aranguren un sinnmero de realidades sobre la guerra. Las muchas causas para iniciar una y las muchas dificultades para terminarla. As como el coronel Buenda de nuestro querido Nobel descubre que es mucho ms difcil terminar una guerra que comenzar muchas, Carlos Castao descubre cada da que, as como es muy fcil llenarse de motivos para atacar a otro, es muy difcil conciliar intereses en el marco de la tolerancia.

Digamos, por otra parte, que en las pginas del libro se advierte un ejercicio literario que incorpora la tradicin oral, la misma que ha hecho la historia desde tiempos inmemoriales (ms aun, tratndose de guerras, las cuales quedan al arbitrio de los historiadores de los bandos vencedores), mucho antes de la escritura, para algunos pueblos; pero esa tradicin oral se ha sabido preservar en la memoria de las sociedades, muchas veces escondindose en la escritura literaria misma, sin que ello encierre contradiccin alguna. Las historias de los jefes liberales o conservadores de nuestras guerras civiles, por ejemplo la forma como un entonces triunfante general Uribe Uribe se hospedaba en la casa de quien fuera el gobernador de la provincia de Antioquia brindando as proteccin a la familia de su enemigo, no es un feudo escriturado ni de los cronistas oficiales ni de nuestra Academia de Historia; estos hechos se conservan en la memoria de las generaciones, tantas veces preservados para ellas por historias literarias como las macondianas o como sta que hoy tenemos en nuestras manos.

La obra que hoy se nos entrega es un microcosmos en el cual podemos apreciar las virtudes y los vicios de los guerreros en la confrontacin colombiana; al igual que nuestra historia, que la historia universal o que la de los Buenda, la historia de las Autodefensas, ntimamente ligadas a la de los hermanos Castao, puede contarse entonces como la historia de todas las guerras. Guerras que comienzan por hechos difusos en el tiempo como la presencia de tropas oficiales en Marquetalia, o en el secuestro y posterior asesinato de don Jess Antonio Castao, o por la ausencia de un Estado que proteja los intereses de todos sus asociados, pero que finalmente, y tal como lo descubre el macondiano coronel Buenda en una reunin con los abogados enviados por el partido para promover un acuerdo poltico que pusiera fin a la guerra, terminan siendo por algo tan real como lo que mova a tirios y troyanos.

El hecho pertenece al hombre de accin. El dato, al historiador. Mauricio Aranguren es un mediador excepcional entre esos hechos que han conmocionado la conciencia del pas, y la historia que se est escribiendo; y en el trasfondo de la misma, se encuentra una sociedad que slo ha pretendido que la dejen vivir y trabajar en paz. Ya en una carta escrita en 1900, el general Uribe Uribe se lamenta de la conducta de los liberales del Sin a quienes reclamaba su escasa colaboracin para su proyecto blico. As mismo, en el desarrollo reciente del conflicto armado, la defensa de la vida fue el ltimo bastin desde el cual los habitantes de la regin, no teniendo ya nada para entregar distinto de sta, terminaron involucrados en una accin defensiva que, ante el tamao y el armamento de la organizacin agresora, termin convirtindose en un actor autnomo del conflicto, peleando por un inters colectivo que no estaba an entonces en la mente de los individuos que la conformaban.