Todos se giraron, menos Heidi, que bajó la cabeza, intentando no mostrar ninguna emoción ante aquella revelación inesperada. Nancy ya tenía la respuesta a su pregunta. Y Heidi también.
Respiró hondo, diciéndose para sus adentros que era preferible saber la verdad antes de que pasara más tiempo.
– Dada la naturaleza de mi trabajo, Kevin no puede acompañarme a la oficina -su comentario produjo risas-. Así que se nos ocurrió que lo mejor sería que viniera a clase y aprendiera al mismo tiempo que vosotros. Le dejé leer vuestras sinopsis, así que sabe lo que hicimos la semana pasada. Por si te sirve de algo, Lillian, tu historia de la momia le pareció estupenda -se levantó una mano-. ¿Sí, Jackie?
– Lillian es la única de la clase que ha publicado un libro. Tu hijo tiene buen gusto.
El grupo mostró su aprobación entusiasta. Incluso desde la distancia que los separaba, Heidi pudo ver que los ojos del chico se iluminaban.
– ¿Has oído eso, Kevin? Elegiste una historia que seguramente se convertirá en un best seller.
– Con su ayuda, detective Poletti, estoy segura de ello -dijo Lillian, halagada.
Gideon les lanzó una rápida sonrisa.
– En ese caso, pongámonos manos a la obra. Primero, siento curiosidad por saber qué tal habéis hecho los deberes. Después os devolveré las sinopsis. Luego, a las ocho, haremos un descanso de cinco minutos. Y finalmente oiremos la historia de Heidi antes de que os mande los deberes para el viernes.
– Heidi miró a todas partes, menos al hombre que mantenía cautivados a sus alumnos.
La hora siguiente resultó reveladora. Gideon complació a todo el mundo alabando sus trabajos sobre la escena del crimen, pero al mismo tiempo les demostró por qué era él el experto. De pie frente a la pizarra, el detective Poletti procedió a cambiar, adornar y ampliar sus lastimosos esfuerzos, explicándoselo todo con detalle. Y lo hizo con tal claridad y rapidez que Heidi se quedó sin aliento.
Cuando acabó, la clase guardó un asombrado silencio. Gideon había llenado dos pizarras con procedimientos de investigación que a ellos ni siquiera se les habían ocurrido, pese a haber utilizado el expediente como guía.
– No os molestéis en copiar todo esto. Mientras os devuelvo las sinopsis, Kevin os repartirá un esquema de lo que he puesto en la pizarra para que podáis estudiarlo en casa -le hizo una seña a su hijo-. Cuando os dé vuestras sinopsis, veréis que he anotado unas cuentas sugerencias acerca de las pesquisas en la escena del crimen. Con eso y con el esquema que os vamos a repartir, podréis crear una lista verosímil que añada autenticidad a vuestras novelas.
Heidi deseó tener en su poder una copia del informe de la escena del crimen compuesto la noche del asesinato de Amy. Algo le decía que palidecería en comparación con el que Gideon había escrito en la pizarra. La minuciosidad, la cantidad de procedimientos, la búsqueda exhaustiva de pruebas…
Dudaba de que el verdadero informe fuera tan minucioso como el de ficción. A primera hora de la mañana llamaría a la oficina de John Cobb para obtener toda la información que pudiera.
Enfrascada en sus pensamientos, no notó que el chico ya había empezado a repartir los esquemas. Todo el mundo intentaba trabar conversación con él. A juzgar por sus respuestas, al chico le daba vergüenza ser el centro de tantas atenciones. Una reacción típica en un muchacho de su edad.
– Gracias, Kevin.
– De nada.
– Debes estar orgulloso de tu padre.
– Lo estoy.
– ¿Vas a ser policía de mayor?
– Puede ser.
– ¿De quién has sacado el pelo rubio?
– De mi madre.
– ¿En qué curso estás?
– En octavo.
– ¿A qué colegio vas?
– Al Oakdale.
Heidi escuchaba aquella letanía de preguntas que habría sacado de quicio a cualquiera de sus alumnos. Kevin no era un niño, pero los alumnos de la clase lo trataban como si lo fuera. Él demostraba un aplomo considerable al responderles, a pesar de su evidente malestar.
Cuando se acercó a ella, Heidi le lanzó una breve mirada. Era un chico guapo, pero no se parecía en nada a su padre. A veces, esas cosas ocurrían.
Dana, por ejemplo, no se parecía a sus padres tanto como Amy. Pero los celos que sentía Amy hacia la belleza y la popularidad de su hermana habían emponzoñado su alma mucho antes de que alguien la asesinara.
Heidi le dio las gracias a Kevin por el esquema y recordó que había dicho que asistía al colegio Oakdale, que solo distaba unos kilómetros del colegio Mesa. Eso significaba que la familia Poletti vivía en Mission Beach. Lo cual no tenía importancia, desde luego. El hecho de que el detective viviera cerca de su lugar de trabajo no debía significar nada para ella.
Gideon Poletti era un profesional. De modo que, si iba a pedirle ayuda, debía hacerlo desde el punto de vista profesional, y olvidarse de cómo le latía el corazón cada vez que lo veía. Él tenía mujer y un hijo, ¡por el amor de Dios! Y, por lo que ella sabía, quizá tuviera más hijos esperándolo en casa.
Molesta por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, Heidi abrió su cuaderno y sacó la sinopsis. En el descanso, mientras Gideon salía al pasillo con su hijo, se enfrascó en el caso de Dana. Era de vital importancia que su exposición resultara convincente. Aquella era su única oportunidad de atrapar el interés del detective. Y dado que Gideon podía reconocer el caso, decidió utilizar nombres reales.
Capítulo 4
Tras beber en la fuente del pasillo, Gideon acompañó de nuevo a Kevin a la clase.
– ¿Qué te parece lo que has visto hasta ahora?
– Bastante interesante. ¿Pero podríamos irnos a las ocho y media, por favor?
– A esa hora acaba la clase.
– Lo sé. Pero esas mujeres son igual que mamá. Les encanta cotillear y no saben cuándo parar. ¿Me prometes que no se lo permitirás?
Gideon se echó a reír.
– Eso está hecho.
Los alumnos ya estaban en sus sitios cuando entraron en el aula. Durante la primera hora de clase, Heidi Ellis se había apresurado a desviar la mirada cuando sus ojos se encontraban con los de Gideon. Aquella actitud esquiva intrigaba y desconcertaba al detective.
Contento porque hubiera llegado aquel momento, Gideon levantó la mirada hacia Heidi. Esta tenía la cabeza agachada parecía enfrascada en sus notas. No por primera vez, Gideon se quedó sin aliento al ver aquel cabello rojo que le caía sobre los hombros.
– Si estás preparada, estamos deseando escucharte.
Al verla levantarse, le resultó difícil fingir un interés desapasionado. Estaba sumamente atractiva con su jersey negro de manga corta y sus pantalones de lana de color gris.
Heidi se aclaró la garganta.
– Dana Turner, de veinticinco años, se marchita lentamente en una celda. Ha sido encarcelada por el asesinato de su hermana menor, Amy, de diecinueve años, asesinato que no cometió. Acaba de enterarse de que el detective que contrataron sus padres después del juicio ha abandonado el caso al no encontrar nuevas pruebas -el temblor de su voz alertó a Gideon de que aquella no era una historia ficticia. ¿De qué le sonaba el nombre de Dana Turner?-. Su abogado cree en su inocencia, pero no puede hacer nada por ella a menos que salga a la luz una prueba concluyente que permita la reapertura del caso. Según el informe policial, los padres de Amy regresaron una noche a casa tras asistir a una cena y encontraron la habitación de su hija en llamas. Cuando lograron sacarla al pasillo, estaba inconsciente. El equipo médico que llegó poco después confirmó su fallecimiento. En el juicio se presentaron pruebas indiscutibles de que las hermanas se pelearon físicamente justo antes del incendio. Ambas tenían arañazos y hematomas similares en todo el cuerpo. Se encontraron asimismo restos del pelo y la piel de Amy en una sortija y bajo las uñas de Dana Turner. Ello, y las huellas dactilares que se descubrieron en una lata de gasolina hallada en el garaje de los Turner, permitió a la fiscalía convencer al jurado de que Dana mató a su hermana a sangre fría, dejándola inconsciente de un golpe primero e incendiando su cuarto después, de modo que Amy murió asfixiada por inhalación de gases tóxicos.