Daniel clavó en él una mirada penetrante.
– ¿Quién es esa mujer, Gideon?
– Se llama Heidi Ellis. ¿Su nombre te resulta familiar? -esperaba que no.
– No.
Aliviado, Gideon dijo:
– Enseña geografía en el colegio Mesa. Tú escribiste algo en su pizarra. Así fue como se enteró de lo del curso nocturno.
Daniel asintió lentamente, pero no respondió. Cada vez más ansioso, Gideon asió su vaso de té y lo apuró de un trago.
– Si no es escritora -dijo Daniel por fin-, supongo que es posible que eligiera un asesinato real ocurrido en la zona de San Diego porque así le resultaba más fácil hacer los deberes, pero…
– Pero esa teoría no te convence -acabó Gideon por él-. A mí tampoco. Como no había ido a la primera clase y no aspira a ser escritora de novelas de misterio, le dije que no hacía falta que hiciera la sinopsis, pero insistió en hacerla. Las razones que adujo eran bastante convincentes, pero me pareció que no encajaban con la intensidad de sus emociones.
Daniel lo miró fijamente.
– Puede que sea una pariente cercana, o una amiga, que no ha sido capaz de digerir el encarcelamiento de Dana Turner. O puede que…
– ¡No lo digas! -incapaz de continuar sentado, Gideon se puso en pie de un salto y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación. Notaba los ojos de Daniel clavados en él.
– Da la impresión de que tienes un interés personal en esa mujer.
– Tal vez.
– ¿Tal vez?
– Demonios, Daniel…
Sabía lo que estaba pensando su mentor. Era lo mismo que él había ido pensando durante todo el trayecto hacia su casa.
Cuando se trabajaba en homicidios, se manejaban toda clase de estadísticas y perfiles psicológicos. Estaba demostrado que, a menudo, cuando tras cerrar un caso alguien mostraba interés por desenterrarlo, esa persona o sabía algo que aún no había salido a la luz, o era cómplice del crimen. En ciertos casos, resultaba ser el verdadero asesino.
– Dile a Rodman que quieres echarle un vistazo al caso. Llámame cuando hayas averiguado algo.
Gideon asintió con expresión de amargura.
– Gracias. Será mejor que me vaya antes de que Ellen me eche a patadas. Cuídate. Queremos que estés por aquí mucho tiempo.
– Y pienso hacerlo. Ten -le devolvió la sinopsis de Heidi y a continuación le lanzó una mirada penetrante-. En todo el tiempo que hace que somos amigos y compañeros, nunca te había visto perder la objetividad. Esa mujer debe de ser excepcional. ¿Me permites que te dé un consejo?
– ¿Cuál? -masculló Gideon.
– Me sorprende que tengas que preguntarlo. Regla número uno, por supuesto.
Gideon encajó la reprimenda y, tras darle un abrazo a Daniel, se marchó.
Durante todo el trayecto hacia su casa, no dejó de repetirse aquellas palabras: «Nunca dar nada por sentado». Pero cuando aparcó en la rampa de su jardín, aún no había conseguido aclarar sus ideas.
Heidi había despertado en él una intensa atracción que no sentía desde hacía muchos años. Sin embargo, aquella mujer tenía problemas que él ni siquiera empezaba a sospechar. ¿Qué le estaba ocurriendo? Max sin duda podría sacarlo de aquel dilema. Él se había enamorado de Gaby cuando todavía la creía su enemiga, y había pasado por un verdadero calvario hasta qué por fin averiguó la verdad. Por suerte para él, el accidente de automóvil que los puso en contacto había sido solo eso, un accidente, y no parte de una estafa de seguros. Tal vez, el interés de Heidi Ellis por el curso de criminología fuera también únicamente accidental.
Gracias a Daniel, Gideon podría revisar el caso y resolver algunas incógnitas antes de la clase del viernes por la noche. Hasta que se convenciera de lo contrario, actuaría partiendo de la premisa de que Heidi era simplemente una amiga o una pariente angustiada de Dana Turner.
Debía convencerse de ello, porque tenía la intención de llegar a conocerla mucho mejor.
El viernes por la tarde, en cuanto acabaron las clases, Heidi se fue a casa de sus padres para hablarles de su conversación con el señor Cobb. Durante la cena, les explicó por qué se había apuntado al curso nocturno. Sus padres opinaron que acercarse al detective Poletti era una idea excelente.
Cuando partió de nuevo hacia el colegio, estaba impaciente por conocer los comentarios de Gideon acerca de su sinopsis. Pero quería hablarle de Dana sin que nadie los molestara. Quizá Gideon también se llevara a su hijo esa noche, en cuyo caso probablemente se marcharían en cuanto acabara la clase. Si quería mantener una charla a solas con él, lo mejor sería que lo abordara antes de que llegaran los demás.
Dependiendo de su reacción cuando le dijera que el asesinato de su historia era un caso real, Heidi intentaría averiguar si hacía trabajos de investigación por su cuenta. Con la ayuda de sus padres, podría pagarle el precio que le pidiera.
Vio aliviada que la puerta del aula estaba abierta, y procuró no pensar en él más que como en el detective que podía ayudarla a resolver el caso de Dana. Al principio, creyó que no había nadie dentro de la clase. Pero al cabo de un momento vio al hijo de Gideon al fondo del aula, mirando las fotografías que había en la pared. El chico pareció oírla y se dio la vuelta.
– Hola.
– Hola -Heidi dejó el bolso en una silla y se acercó a él-. ¿Dónde está tu padre?
– En secretaría, haciendo fotocopias. Esa de la foto grande eres tú, ¿no? -señaló la fotografía.
– Sí, cuando era mucho más joven, claro -sonrió-. Me extraña que me hayas reconocido entre tanta gente.
– Eso es fácil. Los demás no tienen el pelo rojo. ¿Cómo es que estuviste en África?
El chico era observador. En la fotografía, Heidi llevaba el pelo recogido hacia atrás y cubierto en su mayor parte por un sombrero.
– Mi mejor amiga y yo hicimos un viaje alrededor del mundo al acabar el bachillerato. Mi amiga es esa, la que está de pie entre esos dos africanos.
Los cálidos ojos castaños del chico se agrandaron.
– ¿Disteis la vuelta al mundo?
– Sí. No es tan difícil como parece. Conseguimos una verdadera ganga en una línea aérea. No resulta tan caro, si viajas todo el tiempo hacia el oeste hasta que vuelves a casa. Hicimos todas las escalas que pudimos permitirnos. Kenia fue el sitio que más nos gustó.
– ¿Fuisteis de safari?
– Sí. Vimos de todo, desde gacelas a cebras, y hasta hipopótamos bañándose en un río. Fue fantástico.
– ¿Qué animal te gustó más?
– Los bebés jirafa. Es precioso verlos junto a sus madres. ¿Ves esa foto? -señaló la fotografía de la esquina-. La hice cuando el guía nos llevó a caballo por la montaña. Había mucha niebla. De repente llegamos a la cima y nos encontramos un rebaño entero de jirafas con sus crías, comiendo hojas de los árboles. Pasamos entre ellas sin hacer ruido. Incluso pude acercarme a una de las crías.
– Qué suerte.
– Sí. El guía llevaba a los turistas a aquel lugar desde hacía años, así que las jirafas no se asustaban. ¿Te gustan los animales?
– Sí.
– ¿Tienes alguna mascota?
Él asintió, sonriendo.
– Un perro. Se llama Pokey y mete las narices en todas partes.
– Eso me recuerda a tu padre.
La sonrisa del chico se desvaneció.
– ¿Qué quieres decir?
– Que los detectives meten las narices en todas partes, buscando pistas.
– Ah… ya. Heidi acababa de averiguar una cosa: aquel chico era muy suspicaz en lo que a su padre se refería.
– ¿Quieres ver más fotos de animales? Las tengo en disquetes, si quieres verlas en el ordenador.
– Eso sería estupendo.
– Entonces, ven aquí. Encenderé el ordenador para que puedas empezar. También tengo un disquete con fotos de los gorilas de la reserva Jane Goodall.
Un minuto después, Kevin se hallaba completamente absorto en las fotografías. Heidi se dio la vuelta y, de pronto, dejó escapar un gemido de asombro. A menos de dos pasos de ella estaba su profesor. Llevaba un traje gris claro con una camisa negra. Era el hombre más atractivo que había visto en toda su vida.