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– Detective Poletti… ¿cuánto tiempo lleva ahí?

Gideon la recorrió con la mirada un instante, y Heidi sintió que el corazón le martilleaba en el pecho.

– El suficiente como para lamentar que no haya una foto suya con las jirafas.

Heidi sintió un calor en las mejillas y comprendió que había oído casi toda la conversación.

– Papá, tienes que ver estas fotos. Son como las del National Geographic. ¿Y si este verano vamos a Kenia, en vez de a Alaska?

Su padre puso los brazos en jarras.

– Debí imaginar que no podía dejarte solo ni dos minutos en esta aula tan fascinante. Ahora, no me dejará en paz hasta que le prometa que iremos a Kenia.

De pronto, Heidi decidió que debía averiguar inmediatamente un dato crucial.

– ¿Tu mujer y tú habéis llevado alguna vez a Kevin a Alaska?

Hubo una larga pausa.

– Mi ex mujer volvió a casarse hace años -dijo él con voz plana-. Pero, para responder a tu pregunta, todos los veranos Kevin y yo pasamos un par de semanas pescando en una isla, cerca de Anchorage.

Heidi respiró aliviada. Se recordó que solo había dado dos clases con aquel hombre y que su reacción era desproporcionada. Pero recordárselo no le sirvió de nada. Temiendo que el detective se diera cuenta de lo que le pasaba, se giró hacia su hijo.

– Eres un chico afortunado, Kevin. Yo nunca he estado en Alaska.

El chaval siguió mirando la pantalla mientras hablaba.

– Es muy divertido. Para llegar a la isla, hay que ir en un avión de carga.

– ¿Y da miedo?

– Seguramente tanto como esos aeroplanos que llevan a los campamentos de los safaris, en Kenia -dijo su padre-. Vamos a la mesa. Te devolveré tu sinopsis.

Heidi lo siguió, fijándose en su físico imponente. Sabiendo que no estaba casado, dejó de sentirse culpable por el placer que sentía al mirarlo. Con el tiempo, sabría si alguna mujer ocupaba su corazón. Si era que él le daba ocasión de averiguarlo, claro.

Mientras Gideon le devolvía su historia, otros tres alumnos entraron en el aula. Su oportunidad de hablar a solas con él se esfumó. Quizás esa noche, después de clase, podría quedar con él para hablar antes de la siguiente sesión.

– Gracias por permitirme entregarla.

– De nada.

Una vez en su sitio, Heidi empezó a leer las observaciones que Gideon había anotado debajo de la sinopsis.

Heidi, dado que no eres escritora, no puedo dejar de preguntarme por qué elegiste para tu historia un caso real ocurrido en Mission Bay. Debo confesar que estoy intrigado. Si te parece bien, te llamaré este fin de semana para que quedemos fuera de clase.

Mientras saludaba a todo el mundo, Gideon observaba la reacción de Heidi. Ella tenía la cabeza agachada y parecía concentrada en la lectura. Sin embargo, de pronto alzó la cara, agitando una nube rojiza alrededor de los hombros, y mirándolo fijamente asintió con la cabeza sin decir nada.

A Gideon le agradó su respuesta. No, en realidad no le agradó: lo entusiasmó, porque significaba que pronto volvería a verla. El sábado, con un poco de suerte.

Más animado que al llegar a clase, mandó a sus alumnos que escribieran por turnos en la pizarra la lista de las pesquisas que debían hacerse en la escena del crimen. El grupo estaba tan entusiasmado que Gideon decidió no parar a la hora del descanso y dio la clase de un tirón. Unos minutos antes de que sonara la campana, anunció al ganador.

– La lista de Natalie tiene solamente un punto menos que la mía. Felicidades -mientras todos aplaudían, Gideon le entregó a Natalie un paquete envuelto en papel de regalo-. Es un libro de bolsillo titulado Guía de la ciencia forense para aficionados. Espero que algún día te ayude a escribir un best seller.

Aquella mujer con aspecto de abuelita le dio un rápido abrazo antes de que el resto de los alumnos se congregaran a su alrededor, ansiosos por ver el regalo. Satisfecho porque el premio hubiera causado tanta expectación, Gideon decidió llevar un regalo cada semana.

En medio de aquel revuelo, le hizo a Kevin una seña para que empezara a repartir los deberes para la clase del miércoles.

– Necesitaréis el informe forense del expediente para rellenar esta hoja -dijo, alzando la voz-. La semana que viene traeré a un forense que os hablará de diversos casos de envenenamiento y responderá a vuestras preguntas.

El anuncio despertó nuevos murmullos de aprobación. Media docena de alumnas se detuvieron junto a la mesa para decirle que aquella era la clase más emocionante a la que habían asistido nunca.

Cuando el aula quedó vacía, Heidi seguía allí, colocando los pupitres. Una sonrisa danzaba en las comisuras de su boca.

– Buena jugada, detective. Debo confesar que estoy celosa. Después de seis años enseñando, puedo contar con los dedos de una mano el número de alumnos que me han dedicado elogios tan encendidos.

– Venga, papá, vámonos. Me lo prometiste -dijo Kevin.

Por primera vez desde hacía años, Gideon dudó entre complacer a su hijo y satisfacer sus propios deseos.

– Ve con él -le dijo Heidi en voz baja-. Yo cerraré la clase.

Pero Gideon no quería irse.

– Mañana tendrás noticias mías -respondió casi en un susurro.

– Estaré en casa.

Él asintió, y sus ojos se encontraron una última vez. Pero Kevin ya estaba en la puerta.

– Creo que has olvidado decirle algo importante a Heidi -dijo Gideon, acercando a su hijo.

Kevin se volvió hacia ella.

– Gracias por dejarme usar el ordenador, señorita Ellis. Las fotos son fantásticas.

– Me alegro de que te hayan gustado. La próxima vez, si tienes deberes que puedas hacer en el ordenador, úsalo libremente.

– Gracias.

– De nada. Que te diviertas con Pokey.

Gideon observó la sonrisa de complicidad que intercambiaron Heidi y su hijo.

– ¿A qué se refería? -le preguntó a Kevin cuando salieron al pasillo.

– La señorita Ellis me dijo que tú eras como Pokey, porque siempre andas por ahí, husmeando en busca de pistas.

Gideon sonrió, contento de saber que habían estado hablando de él.

– ¿De qué más habéis hablado?

– Me ha dicho que ha dado la vuelta al mundo.

– Eso es impresionante.

– ¿Cuánto crees que cuesta?

– Mucho más de lo que nosotros gastamos cuando vamos de vacaciones a Alaska.

– Yo creía que los maestros eran pobres.

– Ganan lo justo para vivir.

Aún tenía que averiguar muchas cosas sobre el origen de Heidi Ellis. En cuanto a revisar el caso Turner, aquello tendría que esperar hasta el lunes. Ese día y el anterior había estado investigando un nuevo caso de asesinato, y le había sido imposible pasarse por el archivo de la comisaría.

Pero, de todos modos, dadas las circunstancias, quizá fuera mejor no tener muchas ideas preconcebidas acerca del caso Turner… o de Heidi. La semana anterior, al conocer a Heidi, le había ocurrido algo muy extraño. Algo casi sobrecogedor. Quizá se estuviera anticipando. Pero si a ella le había ocurrido lo mismo, no quería que nada estropeara lo que podía surgir entre ellos.

– Papá, ¿puedes darme un anticipo de mi paga?

Gideon miró fijamente a su hijo mientras se incorporaban a la corriente del tráfico.

– ¿Para qué?

– Mañana es el cumpleaños de Brad. Quiero regalarle un juego de la PlayStation.

– Está bien.

– Gracias.

– ¿Cómo vais a celebrarlo?

– Creo que iremos unos cuantos al cine y que luego sus padres nos llevarán a cenar a algún sitio. No lo sé seguro.