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– Lo haré ahora mismo.

– Gracias otra vez -se estrecharon las manos.

Tras hablar con el sargento, Gideon salió de la comisaría sintiendo una excitación que no experimentaba desde hacía años. Poco después se paró a echar gasolina y llamó a Rich para decirle que el teniente le había dado una semana para que investigara un asunto pendiente. Dos horas después, se hallaba frente a la mampara de cristal de la cárcel, esperando a que apareciera Dana. Exactamente igual que el día anterior… salvo por una cosa. Esa mañana, Gideon tenía en su poder una información crucial que desconocía el día anterior. Dana Turner no podría escabullirse otra vez.

En cuanto la vio, notó que tenía más ojeras que el día anterior. Era evidente que no había dormido y que se movía con torpeza. La funcionaria de prisiones se vio obligada a levantar el teléfono y a ponérselo en la mano.

– Dana -dijo Gideon. Ella siguió sin mirarlo-. No tienes que decir nada todavía. Solo escúchame. Anoche tuve una larga charla con Heidi. Entre otras cosas, descubrí que no testificó en tu juicio. Según ella, le dijiste que se mantuviera alejada y no permitiste que tu abogado la llamara a declarar como testigo. Me extrañó, pero no le dije nada. En realidad, ni siquiera sabe que estoy aquí -vio que Dana abría y cerraba las manos-. A primera hora de la mañana -continuó-, fui a la comisaría para revisar tu expediente. Leí la transcripción del juicio y los diarios de tu hermana. Está claro que has estado protegiendo a Heidi. Después de lo que me dijo anoche, y de lo que he leído hoy, creo que había suficientes pruebas circunstanciales para que Ron Jenke implicara a Heidi en el asesinato -Dana echó la cabeza hacia atrás, horrorizada-. Sé que estuvo en casa de tus padres la noche del asesinato. Dice que no vio a Amy, y nadie más sabe que estuvo allí. No puede demostrar que no se peleó con tu hermana. Y, para colmo, dice que a la hora en que se cometió el asesinato estaba dando un paseo en coche. Pero tampoco puede demostrarlo -traspasó a Dana con la mirada-. Tú sabías que Heidi no tenía coartada para esa noche y por eso te aseguraste de que su nombre no saliera a la luz. Desde el principio mentiste para protegerla.

– ¡Sí! -gritó Dana.

Por fin empezaban a llegar a alguna parte. Gideon le hizo una seña a la funcionaria para que los dejara solos. Cuando la mujer se alejó, dijo:

– ¿Cómo es que la policía no interrogó a Heidi y a su familia cuando interrogó a los demás vecinos?

– Yo les dije que los Ellis estaban en Nueva York en viaje de negocios, y que Heidi se había mudado a un apartamento hacía al menos cinco años. También les dije que hacía un par de meses que no los veía porque estaba en Pasadena, en la universidad.

– Gracias por ser sincera conmigo. Ahora, acabemos lo que empezamos ayer. ¿Por qué no comienzas desde el momento en que corriste a la lancha y te diste cuenta de que no tenía combustible? -Dana parecía enferma-. Déjame ayudarte. Cuando te pregunté si zarpaste antes de que Amy te alcanzara, ibas a decir que sí, pero luego cambiaste tu versión. Según la transcripción del juicio, testificaste que corriste por la playa durante un rato -ella asintió-. ¿Qué ocurrió realmente? Dime la verdad.

Gideon vio que se removía, inquieta.

– Me alejé de la playa en la barca de remos de los Ellis. Tenía tanto miedo de Amy, que era una excelente nadadora, que remé hasta el otro lado de la bahía y me quedé allí varias horas. Cuando pensé que mis padres ya habrían vuelto, dejé la barca en un espolón de la playa y volví a casa andando. Lo… lo demás ya lo sabe -tartamudeó.

– Ya que has sido sincera conmigo, yo también te seré sincero. Soy detective de homicidios y debo admitir que sentí curiosidad cuando Heidi utilizó un asesinato real para hacer un trabajo de clase. Aunque fugazmente, se me pasó por la cabeza la idea de que pudiera estar involucrada en el asesinato de Amy. Es lógico. Al fin y al cabo, he sido entrenado para asumir que cualquier cosa es posible. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que Heidi se había apuntado al curso para intentar ayudarte -sacudió la cabeza-. Nunca he conocido a una persona que muestre tanto amor por una amiga como el que muestra Heidi por ti. Y ahora descubro que si cometiste perjurio para protegerla a ella, para salvarla de este embrollo… Sois las dos excepcionales.

A Dana se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No sé explicar por qué estamos tan unidas, pero así es.

– ¿Cuándo pensaste que Heidi podía ser acusada del crimen?

– Esa noche, antes de volver a casa, mis padres oyeron que un detective le decía a otro que creían que Amy había sido asesinada. Toda la familia estaba bajo sospecha. Mi padre comprendió lo que significaba aquello y llamó a un amigo que se puso en contacto con el señor Cobb. Este aceptó ser nuestro abogado y nos aconsejó que guardáramos silencio hasta que pudiera hablar con nosotros. En cuanto mi padre me vio, me advirtió de que no respondiera a ninguna pregunta hasta que el señor Cobb estuviera presente. Yo estaba aterrorizada porque sabía que Heidi había estado en casa esa tarde. Pero por suerte nadie más lo sabía, así que evité cuidadosamente mencionar su nombre. Pasara lo que pasara, no quería que se viera implicada.

A Gideon aún le costaba creer en la lealtad que Heidi y Dana se profesaban.

– ¿Por qué fue a verte Heidi esa tarde?

– Creí que había dicho que ya lo sabía.

– Heidi me dio su versión, Dana. Ahora quiero la tuya. Cuando dos personas relatan el mismo incidente, siempre lo hacen de manera distinta. Estoy buscando pistas que me ayuden a saber quién mató a Amy.

Dana se mordió el labio y asintió.

– Ese día por la mañana, Heidi y yo salimos en la barca a tomar el sol y a ultimar los detalles de un viaje a México que pensábamos hacer. Ella se empeñó en remar porque decía que necesitaba hacer ejercicio. Yo imaginé que lo que necesitaba era desfogar su rabia.

– ¿Qué rabia?

– Estaba enfadada consigo misma por haber aceptado una cita a ciegas. En el colegio Mesa había una maestra que tenía un hermano en la Marina. El chico estaba en casa, de permiso, y tenía que embarcarse otra vez al cabo de unos días. Su hermana quería que conociera a Heidi porque decía que eran perfectos el uno para el otro. Se puso muy pesada, a pesar de los recelos de Heidi -Dana hizo una mueca-. Ya sabe de qué clase de situación le hablo -Gideon lo sabía, a su pesar. Años atrás, había tenido que padecer una cita a ciegas por culpa de un colega muy insistente-. Heidi tenía sus dudas, como le digo. Si el chico no le gustaba, se vería en el aprieto de rechazar una segunda cita, hiriendo quizá sus sentimientos. Por otra parte, si a él no le gustaba ella, su amiga se sentiría incómoda. Mientras estábamos en la barca no dejaba de darle vueltas al asunto, intentando decidir qué haría. Ni siquiera hablamos del viaje a México. Al final, sugerí que volviéramos a la orilla y le dije en broma que, si quería, podía quedarse reconcomiéndose en el despacho de mi padre mientras yo seguía haciendo el trabajo para la facultad. Heidi se disculpó por ser tan pesada y dijo que se iba a su apartamento. Nos despedimos en el embarcadero. Pensábamos vernos al día siguiente para ir a la agencia de viajes. Pero, para mi sorpresa, se presentó en casa unas horas después. Estaba muy angustiada porque había deshecho la cita y el chico y su hermana se habían enfadado con ella. Se sentía muy mal y me pidió que saliéramos a dar un paseo en coche. Yo le dije que sí, que me diera solo unos minutos. Pero al final dijo que de todos modos no era buena compañía para nadie y, tras decirme que me llamaría a la mañana siguiente, se fue ella sola.

– Dejémoslo ahí. ¿Sabes si en ese momento Amy estaba en la casa?

– No, ni idea. Pero más tarde, cuando papá me dijo que no hablara con nadie, comprendí que, si la policía se enteraba de que Heidi había estado en casa, empezaría a hacerle preguntas. Y recordé que sus huellas estaban en los mandos de la barca.