Horrorizada. Heidi tomó otra hoja. No quería leer más mentiras, pero tenía que pasar por aquello si pretendía ayudar a Dana.
Le he dicho a papá que voy a ser una estrella de cine. Él me contestó que estaba demasiado gorda. Pero se lo demostraré. Dejaré de comer. Cuando sea famosa, lo lamentará, y Dana y Heidi se sentirán como briznas de hierba.
Sintiéndose enferma, Heidi puso la hoja sobre la mesa.
– No puedo hacerlo, Gideon. ¡No puedo! -se levantó de un salto, frotándose los brazos-. No hay un ápice de verdad en todo eso. Su mente retorcida lo inventó todo. ¿Dana los ha leído?
– Lo dudo -dijo él con voz suave-. Pero estoy seguro de que su abogado le dijo lo que contenían. Ron Jenke eligió los pasajes más dañinos y los leyó durante el juicio. Solo has visto un par de páginas del primer diario.
– ¿Son todos así?
El rostro de Gideon se ensombreció.
– Mucho peor.
– ¿En qué sentido?
– Lee el principio del tercero -lo buscó entre el montón de papeles.
Heidi lo asió y abrió la primera página. Por la fecha, era del verano en que Amy comenzó sus clases en la escuela de interpretación.
Mis padres se quedarán pasmados cuando sepan que Heidi y Dana son lesbianas.
¿Qué?
Por eso me odian tanto. Porque saben que lo sé. Anoche mamá me mandó a la tienda de los Ellis a buscar a Dana porque era tarde. Las sorprendí a ella y a Heidi desnudas. Estaban en la trastienda, manoseándose. Me oyeron antes de que pudiera retirarme. Dana me agarró del brazo. Estaba furiosa conmigo. Dijo que, si me atrevía a contarles a mis padres lo que había visto, Heidi y ella me matarían. Si hubieras visto sus ojos y oído su voz, sabrías que lo decía en serio. Desde entonces me dan miedo. He descubierto que planean hacer un viaje alrededor del mundo. Me alegro de que se vayan. No me siento segura cuando están en casa. Solo quieren irse para estar juntas sin que nadie lo sepa.
Heidi miró a Gideon, aturdida.
– ¿En el juicio se leyó la parte donde dice que somos lesbianas?
– Sí.
– Dios mío. Pobre Dana. Y pobre familia suya. Yo no tenía ni idea de…
Gideon asintió.
– Lee las últimas páginas del último diario. Fueron escritas el día de su asesinato.
Heidi sintió una náusea al inclinarse para buscar las páginas. Le temblaban tanto las manos que estuvo a punto de dejarlas caer.
Dana solo teme una cosa: perder el amor de papá. Sabe que lo perderá si papá descubre su secreto. Hoy me llamó y me pidió que fuera a navegar con ella este fin de semana a la playa de Newport. Nosotras dos solas, dijo. Sé lo que planea. Yo no soy buena nadadora. Dirá que fue un accidente. Le dije que no podía ir porque estaba preparando una función. Ella fingió que no le importaba, pero sé que se enfureció. Es solo cuestión de tiempo que se le ocurra otra cosa. Kristen dice que vaya a la policía y pida protección. Dice que me acompañará, pero yo me temo que no podrán ayudarme. Nunca me creerían, porque papá y mamá son personas importantes. Stacy piensa que debería huir a algún lugar donde Dana no pueda encontrarme. Eso significaría abandonar mis planes de dedicarme al cine, pero he decidido que debo hacerlo si quiero sobrevivir. Esta mañana hice la maleta. Me marcho. Nadie sabe adónde voy, ni cómo llegaré, salvo yo misma. Tengo el dinero que papá me dio para la matrícula del próximo semestre.
Aquel era el último pasaje. Heidi dejó la hoja sobre el montón de fotocopias y tomó la transcripción del juicio. Se sentó en el sofá y empezó a leerla exhaustivamente.
Al acabar, una hora después, se quedó allí sentada, llena de estupor. El asesinato de Amy, y el consiguiente encarcelamiento de Dana, había arrastrado a todos, los implicados a un auténtico infierno. Pero Heidi no había tocado fondo hasta ese momento.
– ¿Sabes qué es lo más trágico de todo? -musitó, deshaciendo el silencio-. Que Amy salpicó sus diarios de verdades para que las mentiras le parecieran verídicas a quien no la conociera.
Pasándose una mano por el pelo, Gideon se levantó.
– Ven, vamos a dar un paseo para despejarnos.
Le buscó a Heidi una chaqueta. Salieron de la casa en dirección a la playa, con Pokey atado de la correa. El sol se había ocultado hacía largo rato en el horizonte, y la marea empezaba a subir. Gideon apoyó el brazo sobre los hombros de Heidi y juntos caminaron a lo largo del oleaje, con Pokey delante. A Heidi no le importó que la espuma bullera alrededor de sus zapatillas y mojara los bajos de sus pantalones. Gideon también parecía absorto. Ninguno de los dos hablaba.
Pasearon al menos una hora antes de regresar en medio de una brumosa oscuridad. Cuando volvieron a la casa, Heidi se sentía completamente helada. Gideon encendió un fuego en la chimenea del comedor.
– Ven -extendió una manta en el suelo, delante de la chimenea-. Mientras entras en calor, traeré el postre.
– Yo no quiero nada, gracias. No podría digerir.
Se sentó de rodillas frente a las llamas, atraída por el fuego. Gideon se sentó junto a ella, con Pokey a sus pies y un plato con un par de donuts en la mano. Comió como si no pasara nada. Cuanta más naturalidad mostraba él, más incómoda se sentía ella. Al final, el silencio se le hizo insoportable.
– El que dijo «ten cuidado con lo que deseas» sabía lo que decía -estalló de pronto-. Esta pesadilla es peor de lo que podía imaginar -hablando cada vez más rápido, dijo-: Después de pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que quiero dejar el caso. Siento haberte metido en todo esto, Gideon. Pero no te preocupes, te pagaré tu tiempo y tu trabajo. Si me llevas a mi casa, no te molestaré más.
Empezó a levantarse, pero Gideon tiró de ella y la obligó a apoyar la cabeza y los hombros entre su pecho y sus rodillas levantadas. Heidi quedó atrapada entre su cuerpo. Tenía la boca de Gideon tan cerca que notaba su aliento en los labios. No podía moverse. Y él la miraba intensamente.
– Estás loca si crees que he creído una sola palabra escrita en ese diario. Te lo demostraré -musitó antes de besarla.
Al primer roce de sus labios, Heidi se olvidó de todos sus recelos. Gimiendo de deseo, fue incapaz de hacer nada, salvo responderle con idéntico ardor.
El ansia de Gideon parecía tan insaciable como la de ella. Sin saber cómo había ocurrido, Heidi se encontró tumbada sobre él. Al cabo de unos minutos, perdió todas sus inhibiciones. Si el perro no hubiera empezado a gimotear, no se habría dado cuenta de que estaba besando a Gideon con el mismo frenesí con que él la besaba a ella. Avergonzada por su falta de control, intentó apartarse de él.
– No tan deprisa -masculló Gideon, cambiando de postura de modo que ella quedó tumbada en el suelo, bajo él. Sus ojos brillaban de deseo-. Si todavía tienes dudas, te sugiero que nos quedemos así hasta que desaparezcan.
Diciendo esto, la besó en la garganta, en los ojos, en la boca… Heidi sintió que se le disolvían los huesos. Si consentía que aquello continuara, perdería toda objetividad. Por el bien de Dana, y por el de Kevin, debía mantener la cabeza fría. Era demasiado pronto para abandonarse al deseo.
Pero no podría refrenarse mientras estuviera en brazos de Gideon. Debía hacer lo correcto, fuera como fuera, por más que deseara a Gideon.
Reuniendo toda su fuerza de voluntad, tomó la cara de Gideon entre las manos y lo obligó a dejar de besarla. Alzándole la cara, lo miró a los ojos.
– Me has convencido -admitió con voz áspera-. En realidad, el deseo que siento me asusta. Pero si me acostara contigo perdería la perspectiva, y ahora es cuando más la necesito.