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Notó que él respiraba hondo.

– Lo entiendo. Por ahora, al menos -añadió.

Se levantó lentamente y tiró de ella para que se levantara, acariciándole la espalda con suave insistencia.

– Tú y yo tenemos un caso que resolver. Nos quedan seis días para averiguar qué le pasó a Amy la noche que murió. Pero hay un problema. No solo no quiero vivir alejado de ti. Ni siquiera quiero decirte buenas noches. Así que voy a pedirte que pases esta semana conmigo.

– Pero…

– No he dicho que duermas conmigo -añadió él-. No pisaré la habitación de invitados… a menos que tú me lo pidas. Hay un cuarto de baño al otro lado del pasillo, con un cepillo de dientes de más. Mañana por la mañana pasaremos por tu apartamento para que recojas lo que necesites -deslizó las manos hasta sus hombros y los apretó con fuerza-. Quiero tenerte cerca mañana, tarde y noche. Necesito saber qué puede haber entre nosotros.

– Yo también -musitó ella. Posiblemente, más que él-. ¿Pero y si Kevin se entera? Llegaría a una conclusión equivocada y…

– Ya le he hablado de ti -la interrumpió Gideon-. Sabe que eres muy importante para mí. Afrontaremos sus miedos a medida que vayan apareciendo -le miró la boca con los ojos entornados-. Cuando entraste en mi vida hace un par de semanas, me sentí atraído por ti instantáneamente. Me sentí como si tuviera diecinueve años otra vez. Después de años de vivir en una especie de limbo, no sabía que podía sentirme así de nuevo.

A Heidi le pareció increíble que aún estuviera soltero.

– ¿Tu… tu divorcio fue muy doloroso? -preguntó casi sin darse cuenta.

– Siéntate conmigo en el sofá y te lo contaré -el sofá solo estaba a unos pasos de allí. Gideon se sentó y la atrajo hacia sí-. La traición de Fay fue muy dolorosa. El divorcio resultó un verdadero alivio.

Heidi desvió la mirada.

– No debí preguntártelo. Lo siento.

– No te disculpes. Tienes todo el derecho a saber que no soy el padre biológico de Kevin.

Ella se quedó atónita.

– Por eso no os parecéis…

– Sí. Fay tuvo una aventura a mis espaldas cuando éramos novios. Por entonces vivíamos en Nueva York. Cuando nos casamos y nació Kevin, Max y yo fuimos llamados a declarar como testigos de cargo en un caso de brutalidad policial. Fue una experiencia tan traumática que ambos dejamos el departamento de policía. Max acabó en el FBI, y yo me mudé con mi familia a San Diego y empecé a trabajar en homicidios. Fay encontró trabajo como agente de bolsa. No tardó mucho tiempo en tener otra aventura… con el hombre con el que está casada ahora.

– ¡Gideon! -Heidi estaba boquiabierta.

– Creo que cuando conocí a Fay estaba enamorado del amor. Éramos incompatibles en muchos sentidos, pero éramos jóvenes y nuestras diferencias nos parecían fascinantes. Nos pareció natural casarnos, pero desde el principio fue un error. Sin embargo, yo me empeñé en que siguiéramos juntos. En resumen, que ella llegó un día de la oficina y me dijo que iba a dejarme porque se había enamorado de otro. Yo me quedé atónito. Aunque las cosas nos iban mal, no pensaba que pudiera llegar tan lejos. Le sugerí que fuéramos a un consejero matrimonial. Pero se negó. En ese momento le dije que podía disponer de su libertad, pero que yo pediría la custodia de Kevin. Entonces fue cuando me informó de que Kevin no era hijo mío y me contó lo de su aventura en Nueva York. Una prueba de ADN confirmó que no soy el padre biológico. Naturalmente, eso no cambió mis sentimientos hacia Kevin. Acudí a terapia por mediación del departamento. El psicólogo me convenció de que los niños necesitan a sus madres durante los años formativos, así que acabé pidiendo los derechos de visita más amplios posibles. Kevin quiere a su madre, pero ella no ha dejado de trabajar en todos estos años, y ha dejado su educación en manos de niñeras. Por desgracia, Kevin nunca ha congeniado con su padrastro, aunque la verdad es que es un tipo bastante agradable.

Heidi sacudió la cabeza.

– No me extraña que Kevin se aferre a ti.

– Está empeñado en vivir conmigo.

– ¿Y qué dice tu ex mujer al respecto?

Él dejó escapar un suspiro.

– Mejor que no lo sepas.

– Oh, Gideon… lo que acabas de contarme me ha dejado aún más preocupada. No quiero que Kevin se sienta más inseguro por mi culpa.

– Es demasiado tarde para eso. Tendrá que superarlo, porque no pienso dejarte. Te he contado todo esto para que comprendas mejor a Kevin y estés preparada para ayudarme con él.

Aunque odiaba pensarlo. Heidi culpaba a la ex mujer de Gideon por haber inculcado a su hijo aquel sentimiento de inseguridad. Una madre debía hacer lo posible por facilitar la relación de sus hijos con su ex marido. Heidi lo había comprobado una y otra vez en la escuela, donde a menudo se enfrentaba a los problemas emocionales de los hijos de padres divorciados. Con frecuencia, la actitud de la madre hacia su ex marido se reflejaba en la actitud de los chicos hacia él… y podía crear una situación positiva y cómoda para todos. Pero, naturalmente, esa madre debía ser generosa.

Aquella idea la devolvió al principio de la conversación. Si la mujer de Gideon no hubiera sido egoísta, no le habría sido infiel a un hombre tan maravilloso como Gideon. Sin duda seguirían casados todavía y Heidi no estaría con él en ese momento. Ni siquiera podía imaginárselo. Gideon se había vuelto tan necesario para ella como… como el respirar.

– ¿Heidi?

Su voz la devolvió al presente.

– Pareces cansada, pero no me extraña, con las impresiones que has recibido hoy. Creo que es hora de que te vayas a la cama. Mañana por la mañana empezaremos a planear nuestra estrategia.

Dana. Durante un rato, Heidi casi se había olvidado del motivo por el que estaba allí.

Se levantaron del sillón sin decir nada. Gideon la agarró de la mano y le enseñó el resto de la casa, mientras Pokey trotaba tras ellos.

Heidi descubrió, sorprendida, que el cuarto de estar estaba al otro lado de la casa. Los muebles eran más formales que modernos. Gideon le dejó echar un vistazo a las otras tres habitaciones que daban al pasillo.

– Tienes una casa muy bonita -dijo ella-. Me gusta porque mezcla lo moderno y lo tradicional. Y todo está muy limpio y ordenado.

En ese momento estaban frente a la puerta del cuarto de invitados.

– Eso tengo que agradecérselo a mi asistenta.

– Qué suerte tienes -dijo ella con ligereza.

– Sí, tengo mucha suerte.

Heidi no comprendió qué quería decir hasta que la tomó en sus brazos y volvió a besarla. Se derritió en sus brazos, pero, de pronto, él se separó. Heidi aún tenía las manos apoyadas contra su pecho.

– Hace un rato, te hice una promesa -musitó él-. Y pienso cumplirla -ella no pudo reprimir un quejido de protesta-. Yo siento lo mismo -añadió Gideon.

Era humillante saber que tenía más fuerza de voluntad que ella. Heidi no quería separarse de él. Apartó las manos de su pecho lentamente, de mala gana, y entró en el cuarto de invitados.

– Buenas noches. Nos veremos por la mañana -cerró la puerta y se apoyó contra ella, demasiado debilitada para hacer otra cosa.

Si Gideon no hubiera sido la clase de hombre que era, Heidi se habría arrojado a las llamas de su deseo en ese mismo momento. Vivir con él bajo el mismo techo suponía un riesgo. Heidi lo había sabido desde el instante en que él se lo sugirió, pero había pensado que podría soportarlo.

¿A quién intentaba engañar?

Capítulo 10

Los gemidos de Pokey sacaron a Gideon de un sueño intranquilo. Alzó la cabeza y miró el reloj. Eran las cinco y media de la mañana, demasiado temprano para que el perro quisiera salir.

Gideon dudaba de que Heidi estuviera levantada a esas horas. Quizás alguien hubiera entrado en el jardín.