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Fay había hecho lo posible por herir a todos los que se hallaban bajo el techo de Gideon. La carnicería había comenzado con Heidi, y se había extendido de un extremo a otro de la casa. Pero en su intento desesperado de volver a Kevin contra su padre, quizás hubiera hecho lo único que podía alejar a su hijo de ella. Kevin ya no era un niño. Merecía conocer la verdad.

– Tu madre tiene razón -dijo Gideon suavemente-. Tenemos que hablar.

– ¿Qué quería decir con que no eres mi verdadero padre?

Gideon puso una mano sobre su hombro y lo condujo hacia el sofá, donde ambos se sentaron.

– ¿No me dijiste una vez que tu amigo Brad Hillyard es adoptado?

– Sí.

– ¿Brad considera al señor y a la señora Hillyard como sus verdaderos padres?

– Claro -hubo un largo silencio mientras Kevin le daba vueltas a la cabeza-. ¿Mamá y tú me adoptasteis?

– No. Somos tus verdaderos padres, Kevin, y tú eres nuestro verdadero hijo. Yo esperé nueve meses a que nacieras. Asistí a tu parto. Te abracé y te besé antes que tu madre. Lo que tu madre quería decir es que no fui yo quien la dejó embarazada.

Kevin parpadeó, asombrado.

– ¿Por qué no me lo dijisteis antes?

– Tu madre quería decírtelo cuando estuviera preparada y pensara que podías asumirlo. Supongo que ahora me toca a mí hacerlo.

Kevin bajó la cabeza.

– ¿Mamá tuvo un amante?

Gideon respiró hondo.

– Tu madre estuvo viéndose con otro hombre mientras éramos novios. Yo no me enteré hasta mucho después de que nos fuéramos de Nueva York. Para entonces, tú ya tenías tres años. En esa época conoció a Frank y me pidió el divorcio. Yo sabía que nuestro matrimonio no iba bien, pero odiaba la idea de que se acabara. Le dije que quería tu custodia, y entonces me enteré de lo del otro hombre… que no sabe que tiene un hijo. Pero el juez consideró que eras hijo mío a todos los efectos, lo cual es cierto, y me concedió derechos de visita muy generosos.

Kevin lo agarró de la mano.

– Me alegro de que lo hiciera.

– Yo también, Kevin -lo atrajo hacia sí y lo abrazó.

– Siempre me he preguntado por qué no me parecía a ti.

Gideon lo miró con ternura.

– Te pareces tanto a tu madre que yo nunca me lo planteé. No te confundas, Kevin. Tu madre te adora. En realidad, el hecho de que por fin te deje vivir conmigo es una prueba de su amor. En el fondo, solo quiere que seas feliz, aunque pareciera enfadada cuando se marchó hace un momento -aquella parte era mentira, pero Gideon no quería hablarle mal de Fay a su hijo. Algún día, cuando fuera mayor, Kevin comprendería ciertas cosas por sí mismo-. Recuerda que te ha cuidado desde el día que naciste. Va a echarte mucho de menos. A partir de ahora tendrás que ir a verla muy a menudo para que se dé cuenta de que sigues queriéndola tanto como siempre.

– Lo sé.

– Por si lo has olvidado, perdió a sus padres siendo muy niña y creció con una tía que ya tenía bastante con criar a sus cuatro hijos. De pequeña sufrió inseguridades de las que tú y yo no sabemos nada. Con Frank ha encontrado la felicidad. Prométeme que no la juzgarás por un error que cometió hace quince años.

Pareció pasar una eternidad antes de que Kevin dijera:

– Te lo prometo.

Los ojos de Gideon se llenaron de lágrimas.

– ¿Sabes que eres un hijo maravilloso? Y yo soy el padre más afortunado del mundo.

Kevin se sorbió los mocos y se volvió hacia Gideon.

– Siento que entráramos en casa sin llamar al timbre. Mamá dijo que quería darte una sorpresa.

– Y lo consiguió, sin duda -en cuanto a Heidi… Ansioso por hablar con ella, Gideon se levantó del sofá-. Vamos a ver cómo va la cena. Heidi iba a preparar hamburguesas, pero no huelo nada.

Entraron en la cocina. Gideon no se sorprendió al ver que no había rastro de ella ni de su maleta, pero sintió que se le caía el alma a los pies.

– Parece que se ha ido.

– Sí, Kevin. Se ha ido.

Heidi debía de estar espantada por la audacia y la crueldad de su ex mujer. Gideon cerró los ojos un momento. Conociéndola, seguramente se había sentido incómoda al verse sorprendida en medio de un problema familiar. Era muy propio de ella hacer todo lo posible por no interponerse entre Kevin y él.

Su hijo lo miró con recelo.

– ¿Vas a ir a buscarla a su apartamento?

Gideon lanzó un suspiro.

– No. Ni siquiera sé si está allí. Además, no quiero dejarte solo. La llamaré más tarde.

Kevin pareció animarse.

– ¿Podemos sacar un rato a Pokey antes de cenar?

– Claro. Deja que me ponga las zapatillas y enseguida te alcanzo.

– De acuerdo.

En cuanto el chico y el perro salieron por la puerta de atrás, Gideon descolgó el teléfono. Por suerte, ya sabía el número del móvil de Heidi. A menos que lo hubiera apagado, podría hablar con ella estuviera donde estuviera.

– Espera un momento, mamá. Tengo una llamada en espera -«por favor, que sea Gideon». Pulsó el botón de llamada en espera-. ¿Hola?

– ¿Heidi?

– Hola -dijo, aliviada.

– Gracias a Dios que has contestado -parecía tan emocionado como ella.

– Espera un momento, Gideon. Estaba hablando con mi madre. Voy a despedirme de ella.

– Si quieres seguir hablando con ella, llámame luego. Estoy en casa.

– No, no… Estábamos hablando de lo que nos dijo el doctor Siricca sobre Amy. Por favor, no cuelgues.

– De acuerdo.

– Bien. Un momento -volvió a hablar con su madre-. ¿Mamá? Era Gideon.

– Pues habla con él. Llámame después.

– Está bien -se aclaró la voz-. Gracias por escucharme.

– Ya sabes que estoy aquí para lo que quieras. Pero prométeme una cosa.

– ¿Cuál?

– Que mañana traerás a Gideon a casa. Tu padre y yo queremos conocerlo.

– Lo haré. Buenas noches, mamá.

– Buenas noches, cariño.

Heidi retomó la llamada de Gideon.

– Siento haberte hecho esperar.

– Si alguien tiene que pedir disculpas, soy yo… por cómo irrumpió Fay en casa esta tarde. Por si te sirve de algo, era la primera vez que lo hacía.

– No pasa nada, Gideon.

– Sí, sí que pasa -contestó él-. Utilizar la llave de Kevin para entrar sin avisar fue un acto malicioso. Te hizo sentir tan incómoda que te marchaste de mi casa.

– Por favor, perdóname por escabullirme sin decirte nada.

– No hace falta que me expliques nada -dijo él con suavidad-. Mi ex mujer estaba fuera de sí. Pero, por una vez, las cosas han salido bien.

Heidi sintió una descarga de adrenalina.

– ¿A qué te refieres?

– Kevin vivirá conmigo a partir de ahora.

– ¿Quieres decir que Fay renuncia a la custodia? -preguntó ella, asombrada por aquel repentino giro de los acontecimientos.

– Solo el tiempo suficiente para separarnos, o eso cree ella. Lo que no sabe es que es definitivo, al menos para Kevin. Yo estoy encantado, claro -la alegría de su voz resultaba inconfundible.

A Heidi se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Oh, Gideon, sé cuánto os queréis Kevin y tú. Da igual cómo haya ocurrido, ¡es maravilloso!

– Quiero darte las gracias por haberte mostrado tan comprensiva en una situación tan delicada -dijo él con voz enronquecida.

Ella apretó el teléfono con más fuerza.

– Imagino que durante algún tiempo tendrás que tratar a Kevin con sumo cuidado.

– Ahora mismo me voy con él y con Pokey a dar un paseo. Voy a decirle que pienso ir a buscarte para que pases la noche en casa.

– ¡No, no lo hagas! -le tembló la voz-. Es su primera noche en tu casa bajo estas nuevas circunstancias. Necesita estar a solas con su padre.

Oyó que él lanzaba un gruñido.

– Daría cualquier cosa por estar contigo en este momento. Así sabrías cuánto significas para mí.