Gideon cerró los ojos.
– Eso pensé la noche que conocí a Heidi.
– Y se hará realidad.
– Ojalá, Max.
El miércoles por la mañana, Heidi se despertó muy temprano. Tenía tantas ganas de ver a Gideon que estaba preparada mucho antes de que pasara a recogerla.
Le habría encantado fingir que iba con retraso. Entonces lo invitaría a pasar. Y, en cuanto cerraran la puerta, empezarían donde lo habían dejado la noche anterior.
Lo deseaba hasta cuando no estaba con él. Con solo pensar en él, temblaba de deseo. Pero debía tener paciencia… por el bien de su hijo.
Kevin no aceptaría que compartiera la vida de su padre si no le cobraba simpatía. Lo cual quizá llevara cierto tiempo. Heidi se negaba a creer que fuera imposible, pero al fin y al cabo Kevin era un adolescente con serios problemas de inseguridad.
Ahora, Kevin viviría con Gideon. Seguramente soñaba con estar con su padre todo el día, como hacían la mayoría de sus amigos. La presencia de Heidi resquebrajaría la bella estampa que sin duda imaginaba el chico: el padre, el hijo y el perro enfrentándose al mundo juntos. Si ella estuviera en su lugar, no querría que una extraña ocupara su casa y le robara la atención de su padre. Kevin tenía por fin la ocasión de estar con Gideon, de vivir como deseaba. Heidi no podía echarlo todo a perder. No debía hacerlo.
Gideon le había dicho que no deshiciera la maleta, y esta seguía junto a la puerta, esperando su regreso.
– No, nada de eso -dijo Heidi en voz alta en medio de su apartamento vacío. Cruzó la habitación, recogió la maleta y, llevándosela a la habitación, la vació entera. ¿Cómo podía pensar siquiera en sus deseos y necesidades sabiendo que Kevin lo estaba pasando mal y que Dana languidecía en prisión?
Reprendiéndose por su egoísmo, pensó en cómo se habían complicado las cosas desde que asistió por primera vez a la clase de Gideon. Enfrascada en sus pensamientos, se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta.
– ¿Heidi? -gritó Gideon.
¡Llegaba antes de tiempo! Heidi había pensado salir de casa en cuanto viera el coche por la ventana. Pero ya era demasiado tarde. El corazón empezó a latirle a toda prisa.
Cuando estaba frente a la puerta, se detuvo.
– Gideon, todavía no estoy lista -«tengo que pensar qué voy a hacer contigo»-. ¿Puedes esperarme en el coche? Bajaré en cuanto pueda.
– Abre la puerta, Heidi -su petición sonó más bien como una orden, y Heidi empezó a temblar-. ¡Heidi!
Ella se rindió por fin y abrió la puerta. Gideon entró como un relámpago y, abrazándola, la besó. Parecía consumido por un ansia devoradora.
Por fin, se apartó de ella.
– ¿Tienes idea de cómo me sentí anoche cuando entré en la cocina y descubrí que te habías ido?
– Ya sabes por qué me fui -murmuró ella mientras él la besaba en los ojos, en la nariz, en las mejillas y en la garganta. Estaba recién afeitado y olía a jabón. Aquel olor actuaba sobre ella como un afrodisíaco.
Gideon metió las manos entre su pelo y le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.
– No vuelvas a hacerme algo así. Mi corazón no lo soportaría.
– El mío tampoco. Por eso no puedo quedarme en tu casa.
Él frunció el ceño.
– Ya te has quedado una noche, así que ese argumento no te dará resultado.
– Entonces Kevin no vivía contigo, Gideon.
– Kevin tiene su propio cuarto.
– Esa no es la cuestión y tú lo sabes -le tembló la voz-. Tenemos que darle tiempo. Si yo fuera él, no querría tener una extraña en mi casa.
– Tú no eres una extraña.
– Escúchame Gideon tu eres su padre, te adora. Es la primera vez que puede vivir contigo desde el divorcio. Piensa en lo que significa para él.
Gideon sacudió la cabeza.
– Yo también tengo necesidades, Heidi. Quiero tenerte conmigo esta noche, mañana y siempre.
Heidi se sintió impotente. Él empezó a besarla de nuevo con besos largos y ansiosos que despertaron en ella una respuesta que parecía incapaz de negarle. Tenía que detenerlo antes de que llegaran a un punto sin retorno. Apoyando las manos contra su pecho, lo empujó y logró desasirse de sus brazos y retroceder.
– No -alzó las manos cuando él hizo ademán de tocarla otra vez-. No te acerques, Gideon.
Él se quedó inmóvil.
– ¿Me estás ocultando algo? -preguntó. Una sombra cruzó su cara.
La traición de su ex mujer había dejado hondas cicatrices.
– No hay nadie más y tú lo sabes -se apresuró a decir ella-. Yo también deseo estar contigo cada segundo. Pero hasta que Kevin sea capaz de aceptarme en ese círculo que ha trazado alrededor de vosotros dos, no podemos hacer lo que nos plazca. Si no, echaremos a perder lo poco que tenemos.
Gideon respiró hondo, intentando calmarse.
– ¿Y qué sugieres que hagamos?
– Que sigamos como hasta ahora. Yo me quedaré en mi casa. Quizá para cuando logremos que reabran el caso de Dana, Kevin ya no se sentirá tan amenazado. Recuerdo un viejo dicho: primero se odia, luego se tolera y finalmente se abraza. No creo que Kevin me odie. Pero ahora tu casa es la suya. ¿Es que no ves que lo pasará muy mal si me quedo en la habitación de invitados? Todavía no está preparado para compartirte conmigo, Gideon -al ver que él no respondía, hizo otro intento de razonar con él-. Si conseguimos que se acostumbre a mi presencia, habremos hecho un gran progreso.
Él entrecerró los ojos.
– Los niños son por naturaleza criaturas egoístas. Si hacemos lo que dices, puede que Kevin nos chantajee indefinidamente.
Heidi se frotó la frente. Empezaba a dolerle la cabeza.
– Aun así, debemos pensar en sus sentimientos. Al menos, por un tiempo -añadió suavemente.
Después de una larga pausa, Gideon masculló:
– Estoy dispuesto a aceptarlo durante una temporada, siempre y cuando no permitas que manipule nuestra relación en otros sentidos.
– No te entiendo.
– Creo que sí -dijo él suavemente-. Cuando hoy vayamos a recogerlo al colegio y diga que no quiere venir con nosotros a clase, no quiero que te marches utilizando alguna excusa improvisada solo por no herir sus sentimientos.
Heidi se preguntó cómo podía mantenerse en sus trece y aplacar a Gideon.
– ¿Por qué no intentamos resolver cada problema a su tiempo?
Él suspiró.
– Esta noche tenemos dos problemas -le dijo-. Max y Gaby nos han invitado a los tres a cenar antes de clase. Quieren conocerte.
Ella alzó la cabeza y se atusó el remolino de pelo rojo que le caía sobre los hombros.
– Me encantaría conocerlos.
Él apretó la mandíbula.
– ¿Aunque Kevin decida no venir?
Por alguna razón, Heidi sintió que, si se equivocaba en ese momento, acabaría haciendo daño a Gideon. Ignoraba por qué, pero por primera vez se preguntó si, a su manera, Gideon no sería tan frágil como Kevin.
– Aunque Kevin decida quedarse en tu casa o acompañarnos, pienso quedarme contigo hasta que me traigas a casa, esta noche.
Gideon extendió los brazos y la atrajo hacia sí.
– Debes estar segura de que eso es lo que quieres.
«Y, si no, ¿qué? ¿Te perderé?»
Aquella idea era tan aterradora que Heidi buscó ansiosamente su boca para demostrarle que lo era todo para ella.
Al principio, él la besó casi con ferocidad, como si quisiera probar cuánto lo deseaba Heidi. Al ver que esta se aferraba a él con un ansia casi primitiva, dejó escapar un gruñido de satisfacción y, relajándose, le permitió que respirara otra vez.
Fuera lo que fuera lo que lo angustiaba, parecía haberse evaporado.
Capítulo 13
Al ver el nombre de Jim Varney en el cartel de la ventanilla del banco, Heidi le lanzó a Gideon una mirada cargada de sentido. Desde que el día anterior habían visitado la gasolinera, había hecho unas cuantas llamadas para informarse del paradero del antiguo empleado.