Выбрать главу

– Por eso primero tenemos que rellenar todos los huecos de nuestro dibujo.

A continuación, le dio un largo y apasionado beso. Cuando al fin la soltó, Heidi se había sonrojado. La gente que había en el aparcamiento del banco los estaba mirando.

Gideon esbozó una sonrisa seductora, la primera que Heidi le veía esa mañana. Aliviada al ver que estaba de mejor humor, se recostó en su asiento.

– Qué descaro, besarme en público -bromeó.

– ¿Te refieres al beso que nos hemos dado los dos… y con idéntico entusiasmo, debo añadir? Tengo noticias para ti, cariño -a Heidi le dio un vuelco el corazón al oír que la llamaba «cariño»-. Eso no ha sido descaro. Ya verás, ya, lo descarado que puedo ser cuando quiero -murmuró, arrancando el coche.

Sin poder contenerse, ella dijo:

– ¿Eso es una promesa?

– No deberías preguntarme eso cuando voy conduciendo.

Ella reprimió una sonrisa.

– ¿Adónde vamos ahora?

– A casa de los Turner -dijo él-. Ed me llamó a primera hora de la mañana. Ayer, Christine y él fueron a la compañía telefónica y consiguieron copias de todas las facturas que les pedí. Entre los cuatro averiguaremos si hay algún número interesante.

– ¿Crees que se atrevió a llamar a algún camello desde el teléfono de sus padres?

Al detenerse frente a un semáforo, Gideon se volvió hacia ella.

– Tal vez. No olvides que estaba planeando su propia muerte, pero quería que Dana pagara por ello.

– Así que insinúas que tal vez procurara no llamar desde su móvil para que la policía no encontrara ninguna pista.

– Tenía acceso a la casa de sus padres, que estaba vacía cinco días a la semana. Como ellos trabajan todo el día y Dana vivía en Pasadena…

– Tienes razón.

– Hay algo más, Heidi.

– ¿Qué?

– Ed y Christine son muy confiados, muy desprendidos. El hecho de que sus hijas pudieran echar gasolina y cargarlo en su cuenta siempre que lo necesitaban es solo un ejemplo de ello.

Heidi asintió.

– Son casi demasiado generosos.

– Los padres de Dana no me parecen de esos que revisan con lupa la factura del teléfono a fin de mes, a ver cuánto ha gastado cada cual. Amy sabía que tenían demasiados asuntos importantes en la cabeza para preocuparse por esos pequeños detalles. Seguramente se aprovechó de ello.

– No lo dudo ni un segundo.

– ¿Sabes si tienen Internet?

Al comprender adónde quería ir a parar, Heidi exclamó:

– ¡El correo electrónico! ¡Claro!

– Sí, eso también, pero yo estaba pensando en los chats y las páginas web que Amy podía visitar. Tal vez revelen cuánto tiempo pasaba conectada… y qué andaba buscando.

Heidi pensaba aceleradamente.

– ¿No deberíamos revisar las cuentas de las tarjetas de crédito de los Turner?

Él le apretó suavemente la pierna.

– Vuelves a leerme el pensamiento.

– Gideon, está claro que Amy estaba tan enferma que no me sorprendería que tuviera su propia página web y que la pagara con el dinero de sus padres.

– Es posible -sonrió levemente-. Tenemos muchas cosas que hacer antes de ir a recoger a Kevin a las tres -al oír el nombre de su hijo, Heidi bajó los ojos y se miró las manos-. Sabe que vas a acompañarme, Heidi.

– ¿Y si no se queda a esperarnos?

– Entonces, tendrá que volver a ir al psicólogo.

Ella respiró hondo, intentando tranquilizarse.

– Estoy asustada.

– Kevin ha aprendido el arte de la manipulación de una auténtica maestra.

Se refería a su ex mujer, por supuesto. La amargura de su voz era el residuo del dolor que había sufrido por su culpa.

Heidi tenía la impresión de que Gideon necesitaba que le dijera que no iba a dejarse intimidar. Pero no sabía cuánto tiempo soportaría ser la causante del distanciamiento entre Kevin y su padre.

– ¿En qué piensas?

Incapaz de decírselo, Heidi sintió que una nueva crispación se extendía entre ellos. Aquella sensación siguió creciendo mientras estuvieron en casa de los Turner. Salvo un número de teléfono que nadie reconoció, no encontraron nada que pudiera ayudarlos cuando revisaron los pocos mensajes almacenados en el correo electrónico.

A las tres, cuando Gideon aparcó frente al colegio Oakdale, parecía completamente replegado sobre sí mismo. A Heidi le dolía tanto su actitud que no se dio cuenta de que Kevin había salido corriendo hacia el coche hasta que oyó que se abría la puerta trasera del coche.

– Hola, papá.

– Hola.

Cuando el chico entró y cerró la puerta, Heidi se volvió hacia él.

– ¿Qué tal estás, Kevin?

– Bien -de pronto se inclinó hacia delante y le susurró algo a Gideon.

Heidi dio un respingo al oír que su padre decía:

– Si tienes algo que decirme, puedes decirlo delante de Heidi.

Aunque Gideon no utilizó un tono áspero, Kevin pareció tomárselo como una reprimenda. Se echó hacia atrás sin decir una palabra.

Guardaron silencio durante todo el trayecto hacia la casa de Max y Gaby Calder en La Jolla. En cuanto Gideon aparcó, Kevin salió del coche y desapareció por la galería que comunicaba la casa de estilo español con el garaje.

Cuando Gideon rodeó el coche para abrirle la puerta a Heidi, tenía una mirada tan sombría y perturbadora que ella sintió ganas de abrazarlo. Pero no pudo hacerlo porque su anfitriona salió justo en ese momento. Aquella mujer morena, muy guapa y en avanzado estado de gestación, abrazó a Gideon y luego se volvió hacia Heidi.

– He oído hablar mucho de ti. Y muy bien, por cierto. Soy Gaby Calder -le lanzó una sonrisa sincera y acogedora.

– Yo también he oído maravillas de vosotros. Soy Heidi Ellis.

Se dieron la mano y luego Gaby la agarró del brazo.

– Vamos a la terraza. Max está preparando unas copas. ¿Te gusta el vino blanco? Yo no puedo beber más que gaseosa, hasta que nazca el bebé -le confesó.

– Eres muy afortunada por estar esperando un hijo -musitó Heidi.

– Lo sé, créeme -respondió Gaby.

Un momento después, le presentó a Max. Al igual que Gideon, era un hombre alto, moreno y de constitución fuerte. La acogió con una sonrisa. Pero, a pesar de su aparente aprobación, Heidi notó que la observaba cuidadosamente.

– ¿Dónde está Kevin? -preguntó Max. Gaby miró hacia el mar.

– Le dije que esta mañana la marea había arrastrado estrellas de mar hasta la playa. Creo que ha ido a verlas.

Heidi se mordió el labio.

– ¿Os ha parecido que estaba bien?

La otra mujer la miró con compasión al darle una copa de vino.

– Ven a la cocina mientras acabo de preparar la cena.

Aliviada por encontrar a una persona sensible que comprendiera al hijo de Gideon, Heidi acompañó a Gaby al interior de la casa.

– Oh, qué bonita -el blanco reluciente de la cocina contrastaba con las vigas de madera oscura y los bellos baldosines rojos, azules, verdes y amarillos.

Gaby sonrió.

– A mí también me encanta.

– No me extraña. Yo mataría por tener una cocina como esta. ¡Y mi madre también! -Heidi comenzó a hablarle de los muebles que importaba la familia de su madre.

– Tendré que visitar la tienda de tu madre. Salvo la habitación del bebé, el resto de la casa está todavía a medio amueblar. Te la enseñaré después de la cena -puso los filetes sobre la parrilla caliente.

– ¿Quieres que te ayude? -preguntó Heidi.

– No, todo está bajo control -Gaby alzó las cejas-. ¿Tienes idea de cuántas mujeres andan detrás del soltero más codiciado de San Diego? -Heidi se puso colorada-. Sí, sonrójate -comentó Gaby-. Según mi marido, son muchas.

– Gideon no ha vuelto a casarse por Kevin. Ahora que su madre le permite vivir con él, merece ser lo primero en la vida de su padre.

– Si le has dicho eso a Gideon, no me extraña que pareciera tan furioso cuando llegó -dio la vuelta a los filetes-. ¿Estás enamorada de él?