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– Sí -dijo Heidi en un susurro trémulo.

– ¿Se lo has dicho?

– No con esas palabras. Hace muy poco que nos conocemos.

– Max y yo nos enamoramos a primera vista.

– Eso me ha dicho Gideon. Pero, en nuestra situación, hay mucho en juego.

Gaby la miró fijamente.

– Gideon necesita que se lo digas, Heidi. Necesita una mujer como tú, que lo quiera y que luche por él.

– ¿Aunque le haga daño a Kevin?

– Kevin siempre ha tenido el amor de sus padres. No conoce la traición. Quien necesita que lo mimen es Gideon -después de una pausa, añadió-. ¿De qué tienes miedo?

– De que Kevin vuelva con su madre por mi culpa. Eso le rompería el corazón a Gideon.

– No. Tú eres la única que puede romperle el corazón -replicó Gaby-. Espero que te des cuenta antes de que sea demasiado tarde.

Gideon se apartó de la mesa.

– Como siempre, la cena estaba deliciosa, Gaby, pero me temo que tenemos que irnos, o llegaremos tarde a clase.

– La carne estaba buenísima -comentó Heidi-, pero debo decir que los lingüini y las almejas estaban absolutamente deliciosos.

– Estoy de acuerdo -Max le dio a su mujer un sonoro beso.

– ¡La tarta de chocolate sí que estaba buena! -exclamó Kevin con entusiasmo.

Gaby le sonrió.

– La hice expresamente para ti. Vamos, os acompañaré a Heidi y a ti al coche.

Gideon los vio salir de la cocina y se volvió hacia Max.

– Tu mujer se ha superado. Esta cena es una de las mejores que he probado en muchos meses. No, en años.

– Nos moríamos de ganas de conocer a la mujer de la que te has enamorado… y mucho, me parece. Así que queríamos que esta noche fuera especial -hizo una pausa-. Heidi Ellis es un bombón, en más de un sentido.

– Lo sé, te lo aseguro.

– ¿Quieres que te dé mi opinión? -sus ojos se encontraron-. Igual que yo, has tenido que esperar todos estos años a que apareciera la mujer ideal. Ahora que la has encontrado, no pierdas ni un segundo más.

– No pienso hacerlo -dijo Gideon-. Por eso quiero acabar la investigación este fin de semana.

– ¿Encontraste algo interesante en el ordenador de los Turner?

– No, pero tengo que comprobar un número de teléfono.

– Dámelo a mí. Yo lo haré.

– Te lo agradecería. ¿Qué tal te va a ti?

– Esta mañana hablé con el agente Crandall. Está en Balboa Park, vigilando el apartamento de Kristen y Stacy. Dentro de media hora me reuniré con él. Hablaremos con los vecinos, a ver qué podemos averiguar. Luego les haremos unas preguntas a esas chicas. Te llamaré hacia medianoche.

Gideon asintió.

– Estupendo. Te debo una.

– Tal vez te perdone todas tus deudas cuando me digas que vas a dejar con nosotros a Kevin un par de semanas para irte de luna de miel.

– Dios mío, ya me gustaría a mí.

– Pero si está loca por ti…

– Puede ser.

– ¿Qué quieres decir?

– Heidi tiene miedo de que Kevin no la acepte. Le da pánico hacerle daño.

– Cada vez me gusta más.

– A mí también. Gracias por todo. Tengo que irme volando.

Gideon salió y se acercó apresuradamente al coche. Como se temía, Kevin estaba sentado en la parte de atrás, charlando con Gaby por la ventanilla, como si Heidi no estuviera allí.

Gideon le dio un abrazo a la mujer de Max, se deslizó tras el volante y encendió el motor.

– ¿Qué te han parecido los Calder? -preguntó cuando arrancaron.

– Son encantadores. Y ella cocina muy bien.

– En eso, Kevin y yo no pensamos llevarte la contraria.

Como su hijo no respondía, Gideon decidió concentrarse en la mujer sentada a su lado. Notaba que ella temía decir o hacer algo que molestara a Kevin, y aquella situación lo enfurecía. Las palabras de Max seguían resonando en sus oídos. «Ahora que la has encontrado, no pierdas ni un segundo más»

Deseando tocarla, la tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Ella intentó desasirse, pero Gideon la sujetó con firmeza. Al cabo de unos segundos, Heidi dejó de luchar.

Gideon empezó a acariciarle la palma de la mano con el pulgar. Ella se tensó al sentir su caricia. A Gideon le satisfizo notar su respuesta inmediata y su irritación se disolvió, al menos por el momento.

A pesar de lo que había dicho. Kevin entró en el colegio con ellos, pero su silencio sostenido, al parecer dirigido contra su padre, hacía que la situación resultara insoportable para Heidi. La presencia de las animosas escritoras que esperaban junto a la puerta de la clase nunca le había parecido tan reconfortante.

En cuanto Gideon abrió la puerta del aula, Heidi se apresuró a entrar para colocar las sillas. Era un alivio tener algo en qué invertir su energía nerviosa. Mientras miraba atentamente a su alrededor, complacida al ver que los sustitutos lo tenían todo en orden, observó que Kevin se sentaba en su sitio habitual y abría su mochila.

En cuanto Heidi ocupó su lugar en un extremo del semicírculo de pupitres, apareció en la puerta el ponente invitado de esa noche. Era un hombre moreno y fuerte, de unos cincuenta años, que saludó a Gideon como si fueran viejos amigos. Heidi le prestó especial atención porque al día siguiente sería el encargado de hacerle la autopsia al cuerpo de Amy. Gideon se quedó de pie, a su lado.

– Buenas tardes a todos. Como os prometí, nuestro invitado es famoso por su impecable labor como forense aquí, en San Diego. Es el mejor de los mejores. Somos sumamente afortunados de tenerlo aquí esta noche. Por favor, dad una calurosa bienvenida al doctor Carlos Díaz.

Heidi aplaudió, como todos los demás. Miró de reojo a Kevin, para ver cómo reaccionaba. El chico seguía mirando para otro lado.

El forense se aclaró la garganta.

– Es un honor que el detective Poletti me haya pedido que dé una charla a este insigne grupo de escritores de novelas de misterio -sonrió-. Puede que no lo sepan, pero Gideon es una leyenda en el departamento de policía de San Diego. Por ello me siento doblemente honrado de estar aquí. Voy a contarles un pequeño secreto. Yo solía escribir historias de ciencia ficción cuando tenía la edad del hijo de Gideon, aquí presente. No sabía si eran buenas, porque no se las enseñaba a nadie -por el grupo se extendieron murmullos de comprensión-. Hace falta valor para poner en papel lo que sale del corazón, de la cabeza y del alma. Los admiro a ustedes por sus esfuerzos. Si algo de lo que diga esta noche los ayuda a que su obra resulte más auténtica y profesional, me sentiré recompensado.

Durante el resto de la clase, el doctor Díaz mantuvo cautivado a su auditorio. Heidi estaba tan fascinada por su exposición que, al igual que los otros, protestó cuando sonó la campana señalando el final de la clase. Todos se congregaron rápidamente alrededor del forense y de Gideon. Mientras Heidi empezaba a colocar los pupitres, vio que Kevin se escabullía por la puerta.

Pensó en salir corriendo tras él, pero sabía que rechazaría sus intentos de acercamiento. La situación empeoraba a cada minuto. Sin duda, Gideon convendría en que, si Kevin continuaba así, tendrían que replantearse su relación.

De repente, Gideon apareció junto a ella y la enlazó por la cintura.

– Carlos, esta es Heidi Ellis, la mujer de la que te hablé.

– ¿Cómo está, doctor Díaz? Su charla nos ha dejado completamente hechizados.

Los ojos oscuros del forense relucieron de placer al estrecharle la mano.

– De modo que está usted luchando por liberar a su amiga. Mañana seré tan minucioso como sea posible, se lo prometo.

A Heidi se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Las palabras resultan inadecuadas, pero son lo único que tengo para expresarle mi gratitud. Gracias, doctor Díaz.

– De nada -volvió a mirar a Gideon-. Empezaré temprano. Llámame sobre las diez de la mañana. A esa hora ya podré decirte qué he encontrado. Ojalá sirva de algo.