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– Sé que estás emocionada… igual que yo -musitó él entre su pelo-. La autopsia nos ha ayudado a rellenar los seis y los sietes de nuestro dibujo. Pero aún no hemos acabado. Quedan dos cuestiones pendientes…

Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Heidi, que se apartó lentamente de él. Mirándolo a los ojos, dijo:

– No comprendo.

Él le puso una mano sobre el hombro, y Heidi notó que estaba temblando.

– Por una parte -dijo Gideon-, aún tenemos que encontrar a la persona que le proporcionaba la droga. Max está trabajando en ello en este momento.

– Pero eso puede llevar mucho tiempo. ¿Es realmente necesario? El doctor Díaz testificará que era heroinómana.

– Queremos que el caso esté claro como el agua para que Dana no tenga que pasar por otro juicio con jurado, ¿verdad?

– Sí, por supuesto -Heidi tragó saliva-. ¿Qué más hay? -los ojos de Gideon se ensombrecieron. Heidi sintió los primeros estertores del pánico-. Dímelo.

– Si hay alguien ahí fuera que sabía que Amy pensaba suicidarse, quiero encontrarlo.

– ¿Y si nadie lo sabía?

– Entonces, el juez podría alegar que aún existe una duda razonable. Si es así, no tendremos más remedio que arriesgarnos a que haya un nuevo juicio con jurado.

– Está claro que no confías mucho en nuestras posibilidades.

Él sacudió la cabeza.

– Nunca se sabe. Sería muy difícil encontrar un jurado imparcial.

Heidi bajó la cabeza.

– Si algo sabemos sobre Amy, es que era muy desconfiada. No creo que les contara a Kristen y a Stacy lo que pensaba hacer.

– Max les apretará las tuercas para que digan todo lo que saben. Lo único que tiene que hacer es decirles que podrían acabar en la cárcel por complicidad. Por lo menos le darán el nombre del camello de Amy. Y, con un poco de suerte, también se les escapará algo más.

– Creo que será mejor que se lo digas a los Turner, antes de que se hagan falsas esperanzas.

– Lo haré ahora mismo.

Con la yema de un dedo, le quitó las lágrimas de las mejillas. Ella se estremeció al sentir su caricia y, tomando aire, se dio la vuelta.

– Oídme. Gideon tiene un par de cosas más que deciros. ¿Por qué no os sentáis? Yo, mientras tanto, haré café.

Necesitaba quedarse sola un momento para recomponerse. Al enterarse de que Amy consumía heroína, había dado por sentado que aquello sería prueba suficiente para sacar a Dana de la cárcel. Pero no era así.

Al volver de la cocina con el café recién hecho, sus padres le salieron al paso.

– Gideon me gusta muchísimo, hija -le susurró su padre.

– ¿Y a quién no? -dijo su madre, emocionada.

Heidi sabía que a sus padres les gustaría en cuanto lo conocieran. También les había hablado de Kevin. Si el chico les daba la oportunidad de conocerlo, también les encantaría.

– Gideon es increíble -musitó ella mientras llenaba las tazas de sus padres.

– Deja. Yo serviré el café -su madre le quitó la cafetera-. Tú vuelve con Gideon.

Heidi se sentó junto a Gideon. Este le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.

– Iba a ir a buscarte.

Ella se apretó contra él y entonces se dio cuenta de que los Turner parecían más angustiados de lo que se esperaba.

– ¿Qué ocurre? ¿Por qué tenéis esas caras?

– Porque deberíamos habernos preocupado más por Amy -dijo Christine entre sollozos-. Yo sabía que… que no era normal, pero cuando se negó a seguir viendo al doctor Siricca, debí obligarla. Debimos hacerle análisis para ver si había algo anormal. ¿Por qué no lo hicimos? -su grito angustiado atravesó la habitación.

– Cometimos muchos errores -murmuró el doctor Turner, llorando-. Pero sobre todo me culpo por no haber permitido que se le hiciera la autopsia cuando el señor Cobb insistió.

Su mujer sacudió la cabeza.

– Yo tampoco podía soportar la idea. Parecía innecesario hacerle eso a nuestra pequeña -se balanceó hacia delante y hacia atrás, angustiada-. No sabía que podía haber ayudado a Dana.

El doctor Turner sacudió la cabeza, llorando.

– Cuando pienso en lo equivocados que estábamos… Nuestra hija ha pasado todo este tiempo en la cárcel por culpa nuestra -miró a Heidi-. Si no fuera por ti… Tú nos abriste los ojos -tragó saliva-. Lo hemos hablado con Gideon y hemos decidido pedirle al señor Cobb que solicite fecha para una vista oral inmediatamente. Para entonces, tal vez tendremos la prueba que Gideon está buscando… La prueba de que Amy pretendía suicidarse. Si no, nos arriesgaremos a un nuevo juicio.

Heidi se volvió hacia Gideon.

– Pero pensaba que querías presentarle al juez un caso clarísimo. Si se celebra un nuevo juicio, ¿qué pasará si el jurado llega al mismo veredicto?

Él le acarició el brazo a través de la blusa de seda.

– Prefiero pensar que, con los nuevos testimonios, hay una posibilidad del sesenta por ciento de que el jurado tome los diarios por lo que realmente son.

Heidi respiró hondo.

– ¿Y si no es así?

– Entonces, seguiremos buscando una prueba concluyente hasta que demos con ella. Aunque nos lleve meses. O años.

Heidi recordó que había dicho aquellas mismas palabras el primer día de clase.

– No quiero esperar tanto.

La emoción brilló en los ojos de Gideon.

– Entonces, manos a la obra. Tenemos muchas cosas que hacer antes de recoger a Kevin. ¿Por qué no te sigo a tu…? -sonó su teléfono móvil, interrumpiéndolo-. Perdonadme un momento. Seguramente será Max.

Tras decir hola, Gideon asintió mirando a Heidi y se levantó del sofá para hablar con su amigo en privado. La conversación acabó en cuestión de segundos.

Cuando volvió a guardarse el móvil en el bolsillo, Heidi notó que tenía la cara crispada y comprendió que pasaba algo de vital importancia. Ansiosa por saberlo, se levantó y se acercó a él. Gideon la asió del brazo.

– Tengo que ir a la comisaría a ver a Max. ¿Te quedas aquí?

«¿Es que no sabes que me quedaré donde tú quieras que me quede?», gritó su corazón. Deseaba desesperadamente demostrarle cuánto significaba para ella. Pero aquel no era el momento.

– Me quedaré para ayudar a recoger la cocina, y luego regresaré a mi apartamento -procuró no mostrarse desilusionada.

– Bien. Ven conmigo. Quiero despedirme de los Turner y darles las gracias a tus padres. Luego, acompáñame a la puerta. Necesito estar a solas contigo un momento.

Entre sus párpados oscuros refulgía un deseo inconfundible. Aquella mirada sostendría a Heidi mientras esperaba su regreso.

De camino a la comisaría, Gideon sacó su teléfono móvil. El juez Landers tenía jurisdicción sobre el caso de Dana. Si Gideon no se equivocaba, Daniel Mcfarlane y él eran compañeros de golf desde hacía mucho tiempo.

Dado que los Turner pensaban ponerse en contacto con el señor Cobb inmediatamente, Gideon estaba decidido a utilizar todos sus recursos para conseguir que el caso se viera en el juzgado tan pronto como fuera posible.

Cuando aparcó en el aparcamiento subterráneo, Daniel ya le había dicho que se pondría en contacto con el juez y que intentaría convencer a Landers para que actuara rápidamente.

Animado por su respuesta, Gideon sonreía aún cuando entró en la oficina y vio a Max hablando con el teniente Rodman. Su superior lo saludó con una inclinación de cabeza.

– Me han dicho que has hecho añicos el caso de Jenke, y eso que solo llevas cuatro días investigando. Eso sí que es un trabajo rápido, hasta para ti, Poletti.

– Tengo mis razones.

El teniente cerró la puerta de su despacho y le lanzó una mirada sagaz.

– Ya te dije que debe de ser una mujer impresionante.

– Créeme, es una pelirroja guapísima -intervino Max.

– ¿Pelirroja? Supongo que eso lo explica todo -añadió el teniente-. Bueno, venga, ponedme al día. Tú primero, Poletti.