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Su jefe lo escuchó sin interrumpirlo.

– … y como acabo de conocer los resultados de la autopsia, estoy ansioso por saber qué ha averiguado Max de esas dos chicas.

El teniente clavó su mirada en Max.

– ¿Aún no se lo has dicho?

Max sacudió la cabeza.

– Cuando lo llamé, estaba en casa de los Ellis, con los Turner. Le dije que nos encontraríamos aquí.

– Entonces, oigamos lo que tienes que decir.

– Ayer, Crandall estuvo vigilando a Kristen y Stacy, que viven en una casa alquilada con otras cuatro personas, dos de ellas chicos. De los vecinos no conseguimos nada de interés, así que esta mañana nos apostamos fuera de la casa para sorprenderlas antes de que pudieran hablar con nadie. Kristen salió primero. Nos acercamos a ella. Después de explicarle cómo estaban las cosas, le dije que Stacy y ella podían hablar con nosotros en su casa, o aquí, en comisaría. Prefirieron cooperar. Empezaron a consumir marihuana en el instituto. Ahora consumen lo normal en los ambientes universitarios: cocaína, éxtasis, esas cosas -sacó un sobre del bolsillo y lo puso sobre la mesa-. La conversación está grabada. Estoy convencido de que ninguna de las dos sabía que Amy pensaba suicidarse.

– Maldita sea -masculló Gideon-. Contaba con que alguna de ellas lo confirmara.

– Eso no significa que Amy no se lo contara a otra persona -dijo Max-. Tendremos que seguir indagando. Pero lo que viene ahora te gustará. Las chicas se hicieron amigas de Amy en esa escuela de teatro. Fueron ellas las que le dieron a probar la marihuana. Con el tiempo, quiso probar otras cosas y empezó a consumir LSD. Unos dos meses antes de que muriera, dicen que se quejaba de dolores de cabeza y que empezó a esnifar heroína porque sentía aversión por las agujas.

– Los dolores de cabeza eran provocados por el tumor. Todo encaja.

Max asintió.

– Me dijeron que compraba heroína sudamericana, de la que entra por la costa este. El tipo que se la proporcionaba decía que tenía un noventa por ciento de pureza. Según parece, le cobraba una fortuna por ella.

– La autopsia reveló una intoxicación aguda de morfina. Eso corrobora lo que las chicas te dijeron, porque Carlos no encontró marcas de pinchazos. ¿Quién es el camello?

– Un conserje de cuarenta y dos años que trabaja en la escuela de teatro a la que asistían. Se llama Manny Fleischer. Ellas solo lo conocen por Manny. Los presentó otro estudiante. Está claro que se saca un buen dinero extra vendiéndoles drogas a los estudiantes. Por si eso fuera poco, ¿recuerdas el número de teléfono que me pediste que rastreara? ¿El de las facturas de teléfono de los Turner que no sabíais a quién pertenecía? -Gideon asintió-. Es el número del móvil de Fleischer. Vive en un apartamento de lujo en Sherman Heights. Y está claro que con el sueldo de conserje no podría costearse ese tren de vida. Casi todos los estudiantes de esa escuela tienen dinero. Una fuente constante de ingresos para el viejo Manny. Al igual que Amy, Kristen y Stacy provienen de familias ricas. Pero les da tanto miedo que las relacionen con el asesinato de Amy que están dispuestas a servirnos de señuelo.

Gideon se levantó.

– ¿Cómo contactan con él?

– Suelen llamarlo por teléfono a primera hora de la mañana. Se encuentran con él en la escuela. En el descanso entre las clases pasan a su oficina y realizan la transacción.

– Hagámoslo mañana.

– Ya lo he dispuesto todo. Las chicas nos estarán esperando en su casa a primera hora de la mañana. Por si acaso, les he dicho a Crandall y a Snow que no las pierdan de vista.

– Bien. Eso nos deja las manos libres para ocupamos de Fleischer.

– Bueno, caballeros -dijo su jefe-, parece que mi presencia es superflua. Gideon, felicidades por resolver el caso tan deprisa. Yo diría que tienes pruebas más que suficientes para que el abogado de la familia solicite la reapertura del caso.

– Gracias, teniente.

– ¿Por qué no demuestras más entusiasmo?

– ¿Quiere que le diga la verdad?

– Por supuesto.

Gideon cerró los puños.

– Esperaba que Kristen o Stacy testificaran que Amy planeaba matarse.

El teniente se puso en pie.

– He estado pensando en eso. Si pensaba inculpar a su hermana por su asesinato, solo hay una persona a la que podría habérselo dicho… en caso de que necesitara una dosis letal de heroína.

Gideon miró fijamente a su jefe.

– Manny.

El teniente asintió.

– Quizá se lo contó a él. Los traficantes de drogas son como muertos. No andan por ahí contando chismes.

– A no ser que se enfrenten a la perspectiva de pasarse la vida en prisión -añadió Max-. Vamos, Gideon. Tenemos trabajo que hacer.

Max le dio la mano al teniente. Gideon lo hizo a continuación.

– ¿Cómo podría agradecerle haberme concedido esta semana?

– Invitándome a la boda.

– Nada me gustaría más.

– ¿Pero?

– Algo me dice que Heidi no querrá recorrer el camino hasta el altar a no ser que Dana Turner sea su dama de honor. Y no puede hacerlo si está encerrada en el penal de mujeres de Fielding.

– ¿Insinúas que tu pelirroja no querría casarse contigo esta misma tarde?

– No lo sé.

El otro hombre lo miró fijamente.

– Debería darte vergüenza, Poletti. Siendo tan buen detective, me sorprende que no sepas todavía la respuesta a esa pregunta.

– El jefe tiene razón -dijo Max cuando salieron del despacho y bajaron hacia el aparcamiento subterráneo.

– Ya me conoces. Me gusta ir sobre seguro. Sin embargo, puede que te interese saber que, después de una pequeña conversación con Kevin a la una y media de la madrugada de anoche, estoy haciendo progresos en ese sentido.

– ¿Qué ocurrió?

Gideon le contó la conversación. El comentario de Kevin acerca de Frank hizo reír a Max a mandíbula batiente.

– Te juro que es verdad. Antes de acostarse, Kevin me prometió que se portaría bien con Heidi.

– Entonces, no veo cuál es el problema.

– Después de hablar con Manny Fleischer, puede que esté de acuerdo contigo.

– Si estás preocupado por Kevin, que venga a dormir a casa esta noche. Le diré a Gaby que salga pronto del trabajo y que vaya a buscarlo al colegio. Estará encantada de quedarse con él.

– Eso sería fantástico. Llamaré a Heidi y le contaré el cambio de planes. Puede que todavía esté en casa de sus padres.

El corazón de Gideon empezó a latir más aprisa al pensar que iba a oír su voz.

Capítulo 15

Heidi acababa de colocar los cubiertos en el cajón del aparador cuando sonó su teléfono móvil. Era Gideon. Tenía tantas ganas de volver a verlo que sintió un nudo en el estómago.

– Hola, Gideon -dijo-. ¿Dónde estás?

– Yo iba a hacerte la misma pregunta.

– Todavía estoy en casa de mi madre. ¿Puedes venir, o quieres que nos encontremos en mi apartamento? ¿Qué te resulta más fácil?

La leve vacilación de Gideon disolvió en parte su alegría.

– Max y yo tenemos un asunto que resolver y que nos llevará todo el día de mañana y quizá también pasado mañana. Puede que tenga que cancelar la clase.

Ella apretó con más fuerza el teléfono. «No te atrevas a mostrar tu desilusión, Heidi Ellis».

– ¿Tiene que ver con Kristen y Stacy?

– Sí. Te lo contaré todo cuando te vea.

Estaba siendo excesivamente misterioso.

– Por favor, no hagas nada peligroso -dijo ella ansiosamente.

– Lo que vamos hacer es pura rutina.

Gideon era un maestro quitándole importancia a las cosas.

– Empiezo a entender los miedos de Kevin. Querer a un informático o a un dentista es muy distinto a querer a un policía.

– Heidi… -su voz sonó tan profunda y enronquecida que Heidi apenas la reconoció.