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– ¡Sí!

– ¿Alguna vez le vendió drogas a Amy Turner?

– ¡Sí!

– ¿Qué clase de drogas?

– Éxtasis, hachís, cocaína, LSD…

– Algunos testigos han declarado que, pocos meses antes de su muerte, Amy empezó a consumir heroína. ¿Es eso cierto?

– Ya se lo dije a…

– Kristen y Stacy han declarado que, el día que Amy murió, la llevaron a la escuela en coche para que pudiera comprarle más heroína. ¿Es eso cierto?

– ¡Sí!

– ¿Por qué cree usted que se pasó a la heroína?

Él se encogió de hombros.

– Quería un cocolón más potente.

– Dado que vive usted en una zona de lujo como Sherman Heights, sin duda cobrará mucho por las sustancias que vende.

– A Amy no le importaba pagar.

– Pero el día que murió, Amy no tenía dinero. Así que, ¿cómo es posible que volviera a casa con una cantidad de heroína más grande de lo normal? ¿Qué clase de trato hicieron?

– Me dio su tarjeta de crédito y su número secreto. Dijo que podría retirar el dinero en cuanto depositara el cheque de su matrícula. Yo sabía que su padre estaba forrado, así que pensé que por qué no.

Gideon cerró los ojos. Sabía adónde quería llegar John. Aquel hombre era brillante. «Sigue así…»

– ¿Cuánto le dio?

– Mucho.

– Porque quería usted el dinero.

– Claro.

– ¿Era suficiente para matarla?

– Si la esnifaba toda de una vez, sí.

– ¿Cree usted que era eso lo que pretendía?

– Yo no le leo el pensamiento a la gente. Lo único que me dijo fue que iba a darse el viaje de todos los viajes.

Gideon se crispó. «Eso es. Eso es lo que estábamos esperando.»

– Gracias, señor Fleischer. No tengo más preguntas.

El juez se volvió hacia Ron Jenke.

– ¿Quiere usted interrogar al testigo?

– No, señoría.

– Puede bajar del estrado, señor Fleischer.

Mientras el camello salía escoltado de la sala, Ron Jenke dijo:

– Si al tribunal le parece bien, querría hacer una declaración ahora y renunciar al alegato final.

– ¿Le parece bien, señor Cobb?

– Sí, señoría.

– Adelante, señor Jenke.

El letrado se puso en pie lentamente, pero no se apartó de su mesa.

– Teniendo en cuenta las pruebas presentadas, estoy persuadido de que Amy Turner planeó su propia muerte de modo que pareciera que su hermana la había asesinado. Tengo el convencimiento de que se ha cometido un tremendo error judicial en el caso de Dana Turner -se volvió hacia la mujer sentada junto a Gideon-. Le pido disculpas, señorita Turner, a usted y a su familia, por el sufrimiento que han tenido que soportar. Señoría… -se dirigió de nuevo al juez-, quisiera solicitar la puesta en libertad de esta joven.

Se oyeron gritos de alegría en la sala. Entre ellos, los de Heidi. Gideon no pudo refrenarse y apretó las manos heladas de Dana entre las suyas. Ella no se movió. Estaba todavía en estado de shock.

El juez se quitó las gafas y se inclinó hacia delante.

– Gracias, señor Jenke, por disculparse ante la familia Turner y la sala. Nuestro sistema no es perfecto, pero permite que las injusticias sean revisadas y, como en este caso, corregidas. Estoy de acuerdo con ambos letrados en que Amy Turner se quitó la vida. Como consecuencia de ello, revoco mi sentencia anterior. Dana Turner, desde este momento es usted una mujer libre. Por favor, quítenle las esposas -la mujer policía hizo lo que le pedía-. Así está mejor -el juez se dirigió directamente a Dana con una sonrisa compasiva-. Es la esperanza de tribunal que con el tiempo supere usted esta terrible experiencia. En el desempeño de mi trabajo me veo obligado a encarar constantemente la fealdad del mundo. Hoy todos nosotros hemos presenciado algo hermoso. Por ello quiero ensalzar el excelente trabajo de investigación del detective Gideon Poletti. Honra usted la placa que lleva -miró a la audiencia-. Se levanta la sesión -tras dar un golpe con la maza, se bajó del estrado.

Aquel sonido pareció despertar a Dana a la vida, que se volvió hacia Gideon. Al instante siguiente, Gideon se encontró entre los brazos de una mujer cuyos sollozos de felicidad resonaban en su alma.

Mientras sus padres y los Turner se acercaban apresuradamente a la parte delantera de la sala, Heidi se quedó atrás un momento, mirando al hombre al que amaba abrazado a su amiga del alma.

– ¿Heidi?

– ¡Kevin! -estaba tan contenta que, sin poder refrenarse, agarró al hijo de Gideon y le dio un abrazo-. ¡Tu padre lo ha conseguido! ¡Es tan maravilloso! ¡Lo quiero tanto!

El chico alzó su cara risueña hacia ella.

– Es el mejor.

– Lo es. Ven, vamos con él.

De camino, Heidi abrazó a Max y a Gaby, y luego presentó a Kevin a John Cobb y a los demás testigos cuyo testimonio había servido para remachar el caso.

De pronto, oyó que alguien la llamaba por su nombre. Dana corrió hacia ella. Se encontraron a medio camino y se abrazaron. Se echaron a llorar y ninguna de las dos encontró palabras. Al cabo de un momento, sus padres se fundieron con ellas en un abrazo.

– ¿Hay sitio para uno más? -preguntó una voz masculina.

Heidi vio los ojos azules de Gideon.

– ¡Amor mío! -se arrojó en sus brazos. Gideon la apretó contra su cuerpo, y Heidi se aferró a él, intentando decirle cómo se sentía.

– Salgamos de aquí -musitó él contra sus labios-. Tenemos que hacer planes.

Ella alzó sus ojos brillantes hacia él.

– Gaby me ha dicho que Max y ella fueron a casarse a Las Vegas. ¿Por qué no hacemos lo mismo?

– ¿Cuándo?

– Ahora mismo. Podemos estar de vuelta mañana. Los Calder me han dicho que Kevin puede quedarse con ellos esta noche.

– ¿Pero qué dirán tus padres?

– No voy a casarme con ellos.

– No. Claro que no -su cara se distendió en una sonrisa.

– Cuando volvamos, organizaremos una boda de verdad, con toda la familia y los amigos. Pero no quiero esperar ni un segundo más para ser tu mujer.

– Mi sueño se está haciendo realidad.

– Espero que incluya tener hijos, porque Kevin y yo hablamos a corazón abierto cuando tú no estabas.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Cuando le dije que yo siempre había querido tener hermanos, me dijo que a él le pasaba lo mismo -los ojos de Gideon se iluminaron-. Dice que su madre no quiere tener más hijos, pero sabe que tú sí quieres. Estoy convencida de que era su forma de decirme que le parece bien que nos casemos.

Gideon la asió por los brazos y se los acarició.

– Esto cada vez se pone mejor. La verdad es que quiero dejarte embarazada enseguida -le tembló la voz al decirlo.

– Yo también lo estoy deseando. Pero hay un problema. No sé si Kevin está preparado para que nos vayamos de luna de miel.

– Sé que no lo está, pero vivir contigo será como estar de luna de miel.

– Bueno -musitó ella-, entonces prepárate para que te quieran como no te han querido nunca. Habrá días que te encierre en la habitación para que no te vayas a trabajar.

– Heidi… -sus ojos brillaron.

– Es verdad. Mientras escuchaba los comentarios del juez, me di cuenta de lo hermosa que es la vida. No hay ni un momento que perder. A menos que quieras que trabaje, no pienso dar clases este otoño. Embarazada o no, me quedaré en casa con Kevin y contigo. Estoy dispuesta a mimar a mi detective privado todo lo que quiera.

Heidi lo besó, ofreciéndole una muestra de los placeres que los aguardaban.

* * *

El viernes por la tarde, Gideon le entregó un premio a Bob, el alumno que había sacado mejor nota en el examen que habían hecho tras la charla del forense. El diccionario de bolsillo de términos legales y policiales causó inmediata sensación.