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– Heidi, por favor. Esta es mi primera clase, y no puedo hablar por los demás, pero yo no tengo intención de dejar las clases. Estoy deseando empezar -la vibración de su voz resonó en sus oídos.

Los demás alumnos demostraron idéntico entusiasmo, pero Gideon apenas lo notó, porque aún seguía pensando en la declaración de Heidi. Como le había ocurrido unos minutos antes, cuando le pareció casi desesperada por unirse a la clase, adivinó tras sus palabras una urgencia que iba más allá del simple interés. No era tan engreído como para pensar que aquella mujer sentía una atracción personal hacia él. Su instinto, refinado por largos años de trabajo detectivesco, le decía que a Heidi Ellis le iba algo de vital importancia en aquel curso. Eso en sí mismo lo intrigaba. Deseaba averiguar qué andaba buscando.

Y también quería saber si estaba comprometida. Tras pasar lista, dijo:

– Gracias por confiar en mí. Daniel me dijo que esta clase me gustaría. Debo admitir que estoy deseando enseñaros los rudimentos de la investigación criminal. Seguramente disfrutaré mucho más que vosotros, por la simple razón de que, por una vez, no tendré que enfrentarme a un homicidio real -todos se echaron a reír… salvo Heidi Ellis, que desvió la mirada. Antes de irse a casa esa noche, Gideon pensaba descubrir qué pasaba dentro de aquella linda cabecita-. Tengo entendido que debíais traer una sinopsis de la novela de misterio en la que estáis trabajando. Las recogeré al final de la clase. Este fin de semana las leeré y os las devolveré con algunas anotaciones. De momento, ¿por qué no las sacáis y empezamos las exposiciones orales? Dos minutos deberían bastaros para resumirles a vuestros compañeros el argumento esencial de vuestra historia. Yo me abstendré de hacer comentarios hasta que todos hayáis tenido oportunidad de hablar. Después os diré qué misterio he elegido para que lo analicemos en clase. ¿Señor Riley?

– Llámame Bob.

– De acuerdo, Bob. Veo que ya estás listo. Empezaremos contigo. Ven aquí para que todos podamos oírte.

El otro hombre se acercó al encerado.

– Mi historia trata de un asesino en serie de Houston, Texas, que quiere vengarse de la maestra que lo humilló siendo niño -sorprendida por aquel principio inesperado, Heidi levantó la mirada y, por casualidad, sus ojos se encontraron con los de Gideon. Ambos sonrieron. Fue un instante íntimo que duró unos segundos, pero Gideon sintió una conexión con ella aún más fuerte que la vez anterior-. Está tan lleno de odio que, al cabo de los años, consigue un empleo de pintor en la junta de educación de Houston. Así es libre de entrar en cualquier colegio público a la hora que quiera y de actuar sin levantar sospechas. Acecha su oportunidad y estrangula a sus víctimas, que siempre son maestras. Su maestra de la infancia se jubiló hace mucho tiempo, pero eso a él no le importa. Diez maestras son asesinadas antes de que lo atrapen.

Los ojos de Gideon se encontraron con los de Heidi una vez más. Luego dio las gracias a Bob y le pidió a Nancy, la mujer sentada junto a él, que se acercara y leyera su sinopsis.

– Estoy muy nerviosa, chicos, así que no os riáis. Mi historia trata de dos esquiadores profesionales, chico y chica, que están entrenándose en Vail, Colorado. Llevan seis meses viviendo juntos y comparten habitación en el hotel donde se aloja el equipo americano. Pero su relación está plagada de violentas discusiones. Ella lo acusa a él de no sentir interés por su carrera y de querer acaparar la fama. Él la acusa a ella de acostarse con otros. Una mañana, tras completar la primera manga del entrenamiento, suben en el telesilla doble para empezar la segunda. A medio camino hacia la cima de la montaña, ella cae al vacío. Steve queda horrorizado, pero no puede hacer nada hasta que llega a la cima. Entonces baja esquiando hasta el lugar donde ella ha caído. Cuando la encuentra, ya está muerta. Se abre una investigación, y se llega a la conclusión de que Steve la empujó con intención de matarla. Él proclama su inocencia y afirma que estaba enamorado de ella. Pero los hechos sugieren lo contrario -Nancy miró a Gideon-. Es todo lo que tengo por ahora.

– Está bien. Veamos qué ha traído Patricia.

– Llámame Pat -dijo ella tras ocupar el puesto de Nancy-. Esta es la primera historia que escribo, así que no está tan bien perfilada como las otras. Quiero escribir una novela sobre una enfermera que mata a personas en estado crítico porque piensa que así les hace un favor. Soy enfermera, de modo que me siento a gusto escribiendo sobre un asesinato ambientado en un hospital. Hay muchos sospechosos, incluido un médico del que ella está enamorada y…

Durante el siguiente cuarto de hora, Heidi permaneció sentada, escuchando, todavía turbada por la sonrisa del detective. Este le había parecido atractivo desde que lo vio por vez primera, desde el pasillo. Pero la expresión irónica de su cara y de sus ojos lo hacían completamente irresistible: uno de esos hombres que rara vez se conocían en la vida real. La probabilidad de que fuera soltero y sin compromiso era de una entre un millón, pensó con resignación.

– ¿Heidi? -Gideon la llamó en último lugar-. Si eres escritora, quizá quieras compartir con la clase alguna idea para una novela de misterio.

Ella alzó la cabeza. De nuevo se encontró contemplando unos ojos tan azules como el océano después de que el sol disipara la bruma. Temiendo que resultara sospechoso que se levantara e hiciera un resumen preciso del caso de Dana sin la ayuda de notas, dijo:

– No asistí a la clase anterior y no sabía que había deberes. Así que, si te parece bien, traeré la sinopsis la semana que viene.

Nadie tenía por qué saber que no era escritora. Imaginaba que la mayoría, si no todos, de los alumnos de aquella clase tenían un empleo y se dedicaban a escribir en sus ratos libres. Durante un tiempo, prefería mantenerse en segundo plano. Esperaría a ver qué le decía Gideon de su sinopsis cuando se la diera, el miércoles siguiente.

Odiaba perder el tiempo, pero temía que fuera demasiado pronto para hablarle del caso de Dana. Al fin y al cabo, aquella era la primera clase del detective.

Gideon la observó un momento, como si sopesara su respuesta. Después se levantó de la silla y se colocó frente a ellos, con las piernas abiertas. Heidi procuró no mirar su cuerpo, pero le fue imposible.

– Todas las historias que he oído podrían transformarse en fascinantes novelas de misterio, pero yo no soy editor. Mi trabajo consiste en convertiros en sabuesos profesionales en diez lecciones… al menos, en vuestra imaginación -les lanzó una rápida sonrisa que hizo que el corazón de Heidi latiera más aprisa-. El miércoles pasado aprendisteis que nunca hay que dar nada por sentado. Después de escuchar las sinopsis de vuestros compañeros, comprenderéis el porqué. Seguramente, aunque sabíais quién era el culpable en todas las historias menos en una, la de Nancy, habéis puesto a trabajar vuestras mentes buscando una serie de sospechosos que podrían haber cometido el crimen. Sin duda, muchos de vosotros habríais elegido a otro personaje como culpable.