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Heidi asintió, al igual que los demás.

– ¿Alguna vez habéis comido uno de esos pasteles llamados «napoleones»? -varias manos se alzaron, incluida la de Heidi-. Los franceses los llaman mille feuilles. Milhojas. Están formados por muchas capas. Con los misterios ocurre lo mismo. En cuanto se levanta una capa, se encuentra otra, y luego otra. Hay que examinar cuidadosamente hoja por hoja. Se somete la escena del crimen a un análisis minucioso. Se rastrean todas las pistas. Nunca se deja una pregunta sin resolver, aunque ello nos cueste meses, años o, en algunos casos, toda la vida.

Heidi se estremeció. Gideon acababa de dar en la diana. Aunque le costara toda la vida, no descansaría hasta que viera libre a su amiga.

– Si algún pequeño detalle os llama la atención -continuó el detective-, escuchad a vuestra intuición y volved a pensarlo, volved sobre él hasta que hayáis satisfecho vuestra curiosidad. Cuando acudo a la escena de un crimen, intento mantener la mente abierta aunque esté convencido de que determinado sospechoso ha de ser necesariamente el culpable atendiendo a las pruebas circunstanciales. Tomemos, por ejemplo, la historia de Nancy acerca del esquiador al que acusan de matar a su novia arrojándola al vacío. No disponemos de mucha información, pero sabemos que iba sentado a su lado y que, por lo tanto, tuvo ocasión de matarla. Sabemos que era celoso, de modo que ciertamente tenía un móvil. No sé cómo piensa acabar Nancy su historia, pero cuando esta clase termine sabrá qué sucede exactamente en la escena de un crimen. Pertrechada con esa información, apuesto a que se le ocurrirán buen número de explicaciones alternativas. La víctima tal vez consumía drogas y se cayó por accidente. O quizá decidió suicidarse, por las razones que sean. O puede que odiara tanto a su novio que se mató con la esperanza de que le echaran la culpa a él. Tal vez estaba embarazada de otro esquiador y no quería que su entrenador se enterara porque la expulsaría del equipo. O quizá esperaba un hijo de su novio y no quería que él lo supiera. O puede que temiera que, si se enteraba, insistiera en que abandonara el esquí. Posiblemente saltó con la intención de abortar, no de matarse. Pero, por otro lado, tal vez la barra de sujeción del telesilla cedió y fue un accidente, pura y simplemente. Quizá hacía viento, el telesilla se balanceó y la chica cayó al vacío antes de que su novio pudiera impedirlo.

– ¡Me encanta esa explicación! -gritó Nancy.

Todos se echaron a reír y emprendieron una animada discusión acerca de la versión que más les gustaba. Todos menos Heidi, que volvió a pensar en el caso de Dana. Según el doctor Turner, el padre de Dana, el fiscal había presentado el caso como si estuviera claro como el agua. Una cuestión de rivalidad entre hermanas que derivaba en celos y, posteriormente, en asesinato.

Pero al escuchar al detective Poletti exponer una posibilidad tras otra para explicar la muerte novelesca de la esquiadora. Heidi se convenció de que, en el caso de Dana, la policía había pasado por alto algo de vital importancia. Algo que podía desvelar la identidad del verdadero asesino.

– Antes de deciros qué historia he elegido para que la analicemos en clase, voy a pasaros un expediente sobre un homicidio que ocurrió en San Francisco hace unos años. Este expediente será vuestro libro de texto. Dentro encontraréis el parte policial, diversos informes sobre las pruebas halladas en la escena del crimen, el informe del forense y una nota de prensa revelando los arrestos que se habían efectuado tras dos meses de investigación. Adelante, echadle un vistazo. Luego, si queréis, podéis salir al servicio, o a estirar las piernas un rato. Retomaremos la clase dentro de cinco minutos.

Solo un hombre llamado Tom salió del aula. Los demás se enfrascaron en la lectura de los expedientes que el detective les había repartido. Heidi hojeó el suyo, pero siguió pensando en Dana. ¡Cuánto deseaba que fuera el caso de su amiga el que se disponían a estudiar!

En cuanto Tom regresó, el profesor les pidió a todos que hicieran algún comentario sobre lo que acababan de leer. Todos coincidieron en una misma cosa: no sabían que pudieran hallarse tantas pruebas en la escena de un crimen. El detective asintió.

– Quizás ahora comprendáis por qué muchos casos no se sostienen en los tribunales. Pueden perderse datos cruciales si los agentes a cargo de la investigación pasan por alto una prueba de vital importancia, o si alguien, a propósito o de forma involuntaria, altera la escena del crimen antes de que llegue el equipo de expertos. Por desgracia, en ocasiones la policía misma es acusada de alterar o incluso de amañar las pruebas. Pero, en fin, hoy no entraremos a tratar ese tema. Bueno, veamos qué historia vamos a analizar. Nos imaginaremos que la escena del crimen está intacta y esperando a que los detectives del colegio Mesa inicien su investigación.

Un murmullo de emoción cundió por la clase. Heidi no había conocido al señor Mcfarlane, pero dudaba que fuera capaz de cautivar a sus alumnos como el detective Poletti. Aquel hombre poseía un encanto y un carisma tan auténticos que todo el mundo parecía hipnotizado. En realidad, Heidi no conocía a ningún hombre que exudara tanta confianza e inteligencia, sin por ello resultar altanero. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que sus compañeros de clase parecían cautivados por su personalidad y su desenvoltura.

– Emily Deerborn, he elegido tu historia -todos aplaudieron a la risueña mujer-. ¿Por qué no le pedimos a Heidi que nos lea la sinopsis de nuevo? Cuando acabe, quiero que alguien me diga por qué he elegido esta historia.

Heidi ya lo sabía. O, al menos, eso creía. Tras leer la sinopsis, se sentó. Enseguida se levantaron varias manos, pero Gideon no se mostró satisfecho con las respuestas. Heidi alzó la mano. Él la miró fijamente.

– ¿Qué dices tú, Heidi?

– Yo creo que la mayoría de las historias se basan en móviles que habría que investigar interrogando a sospechosos y a testigos por igual. La historia de Emily, en cambio, trata de un envenenamiento llevado a cabo por cuatro personas, lo cual significa que, para atrapar a los culpables, habría que reunir una cantidad desacostumbrada de pruebas físicas.

Algo brilló en el fondo de los ojos de Gideon.

– Yo no lo habría explicado mejor. En el caso que nos ha presentado Emily, las pruebas forenses desempeñan un papel esencial. Daniel me dijo que os habéis apuntado a este curso para ampliar vuestros conocimientos sobre la ciencia forense -todos asintieron y empezaron a hacer comentarios, pero en ese momento sonó la campana. Gideon miró el reloj-. Es hora de irse. Ahí van vuestros deberes -abrieron los cuadernos y comenzaron a anotar-. Este fin de semana, quiero que os metáis en la piel de un detective. Escribiréis el parte policial de la historia de Emily. Os diré cómo empezar. Es martes por la mañana. Os han llamado a la escena de un posible homicidio. Al entrar en el edificio de oficinas junto a vuestro compañero, os encontráis a dos policías, a dos sanitarios y a un testigo que trabajaba en el mismo despacho que la víctima. Dicho testigo descubrió a su jefe desplomado sobre la mesa al llegar al trabajo y avisó al servicio de emergencias. Con esa escena en mente, haced una lista de todas las pesquisas que creéis que deban hacerse en la escena del crimen. Usad el manual que os he dado si necesitáis ayuda. El miércoles, lo pondremos todo en la pizarra y empezaremos a partir de ahí. Antes de marcharos, dejad vuestras sinopsis encima de la mesa, por favor. Aseguraos de que habéis puesto el nombre.

Los miembros de la clase abandonaron sus sitios y se congregaron alrededor del detective Poletti, al que siguieron cuando salió al pasillo, asediándolo con sus preguntas. Heidi se apresuró a ordenar los pupitres para el lunes por la mañana. Se disponía a borrar el encerado, en el que Gideon había escrito su nombre y un esquema del tema de esa tarde, cuando él entró de nuevo y se le adelantó.