Al día siguiente, no bebo ni tomo pastillas. Mi madre vuelve a casa del hospital. Al día siguiente, no bebo ni tomo pastillas. Mi madre va al médico para que le adapten la medicación. Al día siguiente, no bebo ni tomo pastillas.
Salgo a almorzar con unas amigas, proporcionándome un día de salud mental. Si el libro no me sale, lo dejaré en paz.
Después del almuerzo, voy a ver a mi madre. Está tumbada en la cama, con un quimono de seda amarilla puesto. Su ventana se abre sobre Central Park -una visión humana del parque desde el piso doce-, las copas de los árboles, el techo de la Tavern of the Green, la silueta de la Quinta Avenida. Su habitación está empapelada con un amarillo cromo sobre el que bailan unas rosas color rosa. Dispersos entre las rosas hay cuadros de recién nacidos. La pared contiene a todos los recién nacidos, hechos por su hábil mano. Molly con sus rizos pelirrojos, yo con mis bucles rubios, Nana con su pelo castaño, la pelirroja Claudia de recién nacida, Tony con su pelo oscuro, y Alex con el pelo rubio…, todos los hijos y los nietos pintados mientras duermen, un mes o dos después de su nacimiento.
– ¿Por qué has venido? -pregunta mi madre-. ¿Hay algún problema?
– No, sólo quería saber cómo te las arreglas.
Mi madre me habla vagamente de su medicación. Parece aburrida de todo esto, no le presta atención.
– Mira -digo yo-, si quieres morir, ¿por qué no llamas a todo el mundo y te despides? Es una elección honorable. Es tu elección. Pero si quieres vivir, entonces toma los medicamentos y trata de pasar unos cuantos años buenos.
– Quiero vivir -dice.
– Te quiero. Todavía no estoy preparada para seguir sin madre -digo yo, y me inclino y la estrecho entre mis brazos como si fuera uno de los recién nacidos de la pared. Tiene un cuerpo menudo, los huesos envueltos en seda, pero su aroma es toda mi vida. Es el abrazo más profundo que nos hemos dado en años.
– ¿Por qué no has terminado ese libro? -pregunta.
– No lo sé -digo yo.
– Tienes miedo de las críticas -dice ella-. ¡ Pero la crítica es una señal de vida! ¿Sabes a quién no se critica? ¡A quien no tiene entidad! Sólo la muerte escapa a la crítica.
– Eso es cierto -digo yo.
– Todos vamos a dormir durante mucho tiempo -dice ella-. No te duermas con miedo. ¿Crees que te mantuve con vida cuando todos aquellos recién nacidos murieron para que pudieras estar mano sobre mano temblando?
– Supongo que no.
– Entonces…, ¡vete a casa y termina el libro!
– Lo haré.
– Bien…, ¿cuál es la última frase?
Dejo de pensar, mirando la pared con los recién nacidos, yo misma incluida. De repente una frase acude a mi cabeza. Hablo con voz enérgica.
– Yo no soy mi madre, y la siguiente mitad de mi vida se extiende ante mí.